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Argentina y el mundo, una relación fluctuante

Podría decirse que durante las recientes jornadas del G20 el mundo pasó por la República Argentina. El singular evento, entre otras repercusiones, invita a repasar desde una perspectiva histórica la inserción de nuestro país en el contexto internacional.

Colonia española durante más de dos siglos, en los dos siguientes la actual República Argentina mantuvo relaciones con un mundo cambiante que, en cada etapa histórica, fluctuaron o cambiaron de signo según el pulso de los tiempos.

Concluido el proceso independentista, la presencia de Gran Bretaña se hizo más notaria, especialmente en tiempos de Bernardino Rivadavia, padre del empréstito Baring Brother y de la Mining Company.

Esa incipiente influencia británica se mantuvo durante el resto del siglo 19, consolidándose desde que la llamada Generación del 80 diera fuerte impulso al modelo agroexportador que convirtió al país en “granero del mundo”; la misma elite gobernante que replicó en el plano doméstico la cultura europeizante a la que adscribía. Durante las décadas siguientes, la antigua Albión fue la referencia excluyente del comercio, la diplomacia y las finanzas argentinas, cuyo colofón fue la firma del tratado Roca-Runciman en 1933.

La Segunda Guerra Mundial alumbró un nuevo orden mundial bipolar que obligó a las naciones a replantear sus coordenadas. A nivel local, la posguerra coincidió con la irrupción del peronismo, que postuló la “tercera posición”, una suerte de equidistancia entre los polos de poder emergentes: los EE.UU. y la Unión Soviética. El presidente Perón compartió ese tiempo de nacionalismos y luchas anticoloniales con líderes como Nehru (India), Nasser (Egipto) o Sukarno (Indonesia).

En tiempos de la llamada guerra fría, que puso al mundo al borde de una tercera guerra, este planteo tercermundista viró hacia un alineamiento explícito de la Argentina en el bloque occidental hegemonizado por los EE.UU. —con matices según la época— hasta que, en 1973, con el peronismo nuevamente en el gobierno, se retornó al Movimiento de Países No Alineados con acciones tales como la normalización de las relaciones con Cuba y la apertura a los mercados del Este europeo.

El golpe de Estado de 1976 repuso a la Argentina en el área de países sujetos a la doctrina de la Seguridad Nacional y a la regencia norteamericana, pese a que la dictadura mantuvo fluidas relaciones comerciales con la Unión Soviética. La guerra de Malvinas demostró claramente que no hubo reciprocidad por parte de las potencias occidentales, que apoyaron a Inglaterra.

Tras la recuperación de la democracia en 1983 y la llegada de Raúl Alfonsín a la presidencia, se morigeró ese alineamiento unidireccional procurando reemplazar la lógica dominante Este-Oeste por la dialéctica Norte-Sur y el fortalecimiento de las relaciones con las socialdemocracias europeas. Un punto alto del reposicionamiento regional del país fueron los primeros pasos de lo que, años más tarde, devino en la firma del tratado del Mercosur.

La caída del muro de Berlín en 1989 y la subsiguiente extinción de la Unión Soviética como uno de los polos del poder mundial, dio lugar al advenimiento de un mundo multipolar con una agenda poblada de desafíos y conflictos de nueva generación, que indujeron nuevos cambios en la política exterior de los países.

En la década del 90, durante el mandato presidencial de Carlos Menem, la República Argentina se ajustó al libreto del llamado Consenso de Washington y, aun cuando mantuvo relaciones pragmáticas y amigables con el resto, participó activamente de las iniciativas globales emanadas desde los EE.UU. recogidas en ese período por las Naciones Unidas y demás organismos supranacionales. En ese marco, el país fue incorporado al llamado G20 en 1999.

El comienzo del nuevo siglo se caracterizó por la creciente gravitación de China, cuya presencia introdujo cambios sustanciales en el comercio y las inversiones globales, que obligaron a su vez al reacomodamiento de los países en el nuevo concierto internacional.

Entretanto, en Argentina, el ciclo kirchnerista coincidió con un proceso regional donde el surgimiento de liderazgos como los de Hugo Chávez en Venezuela, Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia y José Mujica en Uruguay crearon las condiciones para un replanteo de las relaciones con los EE.UU. y sus aliados. El momento más álgido fue la cumbre de Mar del Plata, en 2005, donde quedaron plasmadas las diferencias en contrapuntos discursivos, incluida la ruidosa contracumbre encabezada por Hugo Chávez. En el 2011 se creó la Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), un organismo integrado por casi todos los países latinoamericanos que se desmembró al poco tiempo.

Ese esquema se diluyó en el subcontinente al compás de los cambios políticos registrados en varios países para virar hacia un presente que vuelve dejar a la vista los vaivenes de la política exterior argentina, nuevamente alineada con los gobiernos hegemónicos y los organismos rectores del orden mundial.

En un contexto internacional que deja pocas alternativas, el desafío es y será, precisamente, no resignar la autonomía ni el cultivo de relaciones regionales y globales que beneficien a la Argentina en aras de los gustos y preferencias de las grandes potencias.

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