La relación de Córdoba con los gobiernos nacionales fue complicada desde la primera hora, desde el nacimiento mismo de la Patria. En 1810, el primer foco opositor al gobierno patrio surgió en esta provincia. Para sofocarlo, los mandamases de la metrópoli mandaron a fusilar a Santiago de Liniers junto a los demás cabecillas de la contrarrevolución. Sin embargo, no terminarían allí los problemas. En esos años fundacionales, Córdoba provocó más de un dolor de cabeza a los gobernantes porteños, asumiendo una postura autonómica que la llevó a formar parte del Protectorado de Artigas, el primer caudillo que se alzó contra Buenos Aires.
En la década de 1820, teñida por la enconada puja entre unitarios y federales, Córdoba fue anticentralista de la mano del caudillo Juan Bautista Bustos. Durante el período rosista, Manuel López “Quebracho”, el gobernante que reemplazó a los infortunados hermanos Reynafé, realineó la provincia con el poder central. Después de Caseros, la provincia sintonizó con la Confederación urquicista, de la que formó parte hasta Pavón.
En el bando liberal
Disciplinada por Mitre, Córdoba se integró al bando liberal y participó activamente en la designación de los últimos presidentes del siglo 19, entre ellos el ex gobernador cordobés Miguel Juárez Celman. Por esos días, el Partido Autonomista Nacional era oficialismo aquí y allá y lo seguiría siendo por varios años. Sin embargo, los conflictos con el orden nacional no tardarían en reaparecer. Curiosamente, fue otro presidente cordobés, José Figueroa Alcorta, quien decretó la primera intervención del siglo 20 a esta provincia.
El gobernador José Antonio Ortiz y Herrera, hombre del PAN y ultra roquista, no gozaba de la confianza del presidente.
El abismo que los separaba quedó patentizado cuando ambos mandatarios coincidieron en el acto de colocación de la piedra basal del Asilo de Alienados de Oliva, en diciembre de 1908. En esa ocasión Figueroa Alcorta no le dirigió la palabra al gobernador. Pocos meses después la provincia fue intervenida.
En la década de 1920, Córdoba estuvo nuevamente a contrapelo de lo que ocurría a nivel nacional. Mientras los radicales Yrigoyen y Alvear gobernaban sucesivamente la Nación, aquí mandaban los demócratas. La relación no fue buena.
El gobernador demócrata Julio A. Roca (h) sufrió duros embates desde el orden nacional y la provincia estuvo a punto de ser intervenida. Un proyecto de ley en ese sentido obtuvo media sanción de la Cámara de Diputados en 1923: aunque en 1924 fue rechazado por el Senado, el final de la gestión de “Julito” fue turbulento.
Ni radicales ni peronistas
El peronismo cordobés tampoco sintonizó con el poder nacional. El primer gobierno peronista de la provincia duró apenas un año. En 1947, Córdoba fue intervenida una vez más.
Tampoco los radicales intransigentes, que ganaron los comicios de 1958, tuvieron una relación armónica con el gobierno nacional frondizista. Cuando se cumplieron los dos primeros años de gestión de Arturo Zanichelli, la provincia sufrió una nueva intervención federal. “Vengo a ver cómo me degüellan mis amigos”, fueron las memorables palabras pronunciadas por el gobernador cordobés mientras presenciaba la votación de la ley intervencionista en el Congreso de la Nación.
Uno de los últimos capítulos, probablemente el más amargo de la larga historia de desencuentros, lo escribió el justicialista Ricardo Obregón Cano, desalojado de la gobernación en 1974 por un motín policial soliviantado desde Buenos Aires. Su despido arbitrario abrió un tiempo autoritario, teñido por la intolerancia de las sucesivas intervenciones que vivió la provincia hasta el golpe militar de 1976.
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