Las desavenencias renacidas en los últimos tiempos volvieron a poner sobre el tapete una cuestión de larga data: la relación de Córdoba con los gobiernos nacionales.
Un sucinto repaso histórico permite comprobar que en la metrópoli cuesta entender el perfil contestatario cordobés, a la vez que suele molestar el empoderamiento de una provincia reticente a acatar sin matices poderes extraterritoriales. Quizás esa rebeldía ancestral obedezca, entre otros factores, a que Córdoba fue fundada en 1573, siete años antes que la segunda Buenos Aires, y su universidad dos siglos antes que la porteña. O a la impronta jesuítica, tal vez.
La relación fue complicada desde la primera hora. En 1810, la Junta mandó a fusilar a Santiago de Liniers y a los cabecillas de la rebelión temprana surgida en Córdoba, que poco después asumió una postura autonómica y formó parte del Protectorado de José Gervasio Artigas, el caudillo que causaba escozor a los gobiernos centrales de turno.
En la década de 1820, marcada por la enconada puja entre unitarios y federales, Córdoba fue anticentralista de la mano de Juan Bautista Bustos, enemigo íntimo de Bernardino Rivadavia.
Durante el largo período rosista, Manuel López “Quebracho” realineó la provincia con el poder central. Tras la batalla de Caseros, Córdoba fue uno de los pilares de la Confederación Argentina con sede en Paraná. La provincia proveyó hombres notables a esa experiencia federal, incluidos varios ministros y un presidente poco recordado: Santiago Derqui.
Disciplinada por los sicarios de Mitre tras la derrota de Pavón, Córdoba se sumó en las décadas siguientes al espacio conservador y participó activamente en la política nacional, dando dos presidentes a la República: Miguel Juárez Celman (1886-1890) y José Figueroa Alcorta (1906-1910). Al primero los porteños lo despidieron coreando “y ya se fue, y ya se fue, el burrito cordobés” antes de que finalizara su mandato. A su hora, Figueroa Alcorta, enfrentado con el gobernador de su mismo partido, dispuso la intervención de su propia provincia.
En 1918, el movimiento reformista surgido en la Universidad de Córdoba sacudió el tablero de un sistema monacal y anquilosado, obligando a revisar las bases de la educación superior en la Argentina y en América Latina.
Entre 1919 y 1928, mientras en la Nación gobernaban los radicales, en Córdoba mandaban los conservadores; la intervención federal fue una espada de Damocles que no llegó a caer, pese a que hubo intentos. Durante la década de 1930 se invirtieron los papeles: los conservadores mandaban a nivel nacional, mientras que en Córdoba gobernaron los radicales.
El peronismo cordobés tampoco sintonizó con el poder nacional. El primer gobierno peronista duró apenas un año. En 1947, la provincia fue intervenida, y en 1955, el golpe que volteó a Perón nació en “Córdoba la heroica”, cuna de la Revolución Libertadora. Tampoco a los radicales intransigentes, surgidos de los comicios de 1958, les fue mejor con el gobierno nacional frondizista, que volvió a intervenir la provincia durante la gestión de Arturo Zanichelli.
El Cordobazo de 1969 fue un hito equiparable a las máximas expresiones disruptivas de su tiempo, como el Mayo francés o la Primavera de Praga. En 1974, restablecida la democracia, el justicialista Ricardo Obregón Cano fue destituido por un motín policial consentido desde Buenos Aires.
Tampoco los tiempos democráticos que alumbraron en 1983 estuvieron exentos de contrapuntos. Pese a que pertenecían al mismo partido, entre el presidente Raúl Alfonsín y Eduardo Angeloz, el mandatario cordobés, había una marcada diferencia de enfoques y estilos. Ya con Menem en el poder, creció la tensión entre Angeloz, que iba por su tercer mandato, con el ministro Domingo Cavallo. Eran los tiempos de la famosa “isla cordobesa” proclamada por Angeloz para marcar la cancha.
A José Manuel De la Sota le tocó convivir con varios presidentes, pero los mayores desencuentros los tuvo, a su turno, con Néstor y Cristina Kirchner. De la Sota administró las diferencias con estilo propio, aunque en su tercer mandato sufrió el abandono del gobierno nacional durante la huelga policial del 3 y 4 de diciembre de 2013. Podría decirse que a lo largo de sus gestiones refundó “el cordobesismo”.
El actual gobernador Juan Schiaretti tuvo una relación armónica durante la presidencia de Mauricio Macri, que se fue complicando con el actual mandatario hasta llegar a los cruces verbales conocidos en los últimos días.
Lo cierto es que hace años que el federalismo argentino está en franco retroceso y seriamente amenazado con desaparecer del todo. Más allá de los protagonistas circunstanciales, con sensatez, sin estridencias, es hora de replantear a fondo el modelo de país yrestablecer el equilibrio, para que a las provincias no les quede como único camino la rebeldía, o, lo que es peor, la genuflexión.
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