En 1963, Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, fue secuestrado en Venezuela por un grupo guerrillero, dando lugar a un curioso episodio poco conocido de la vida del ídolo. En agosto de 1963, el Real Madrid viajó a Caracas, capital de Venezuela, para disputar la Pequeña Copa de Campeones; un petit torneo del que participaban, además, el Oporto de Portugal y el Sao Pablo de Brasil. Alfredo Di Stéfano –“La saeta rubia”-, era, por lejos, la mayor atracción del equipo donde jugaba desde 1953. Con 37 años cumplidos y 500 goles convertidos, su proverbial fortaleza física le permitía seguir siendo el mejor delantero de su tiempo, como lo había sido en River Plate, el club argentino donde comenzó su carrera.
El Real debutó el martes 20 frente al Oporto, venciéndolo. El encuentro con el Sao Pablo se jugó el viernes 23 por la noche, en el Estadio Olímpico de la Universidad Central. Durante el entretiempo, hubo disturbios y corridas, después que un grupo de jóvenes efectuara unos disparos al aire y arrojara volantes. Sin embargo, el partido pudo reanudarse y el Real Madrid –sin Di Stéfano, afectado por un desgarro- perdió 2 a 1.
Tras el partido, el conjunto español retornó al hotel Potomac, en el barrio de San Bernardino, donde se hallaba alojado. Una vez allí, los jugadores se retiraron a descansar a sus respectivas habitaciones. Alrededor de las seis de la mañana del día siguiente, sábado, dos hombres correctamente vestidos, que dijeron pertenecer a la División Narcóticos de la Policía Técnica Judicial, requirieron al conserje el número de la habitación que ocupaba Di Stéfano. El empleado, tras vacilar unos instantes, les dio el dato solicitado: la 219. Los desconocidos subieron al segundo piso y golpearon la puerta del cuarto. Cuando el jugador se asomó al corredor, exhibieron unas credenciales y le dijeron que debía acompañarlos para aclarar un asunto que estaban investigando. Di Stéfano, somnoliento y un tanto desconcertado, acató la orden, confiando en que se trataría de un malentendido que no tardaría en aclararse. “Enseguida vuelvo”, le dijo a José Santamaría, que ocupaba la pieza contigua.
Así fue como, desprevenidamente, Di Stéfano abandonó el hotel acompañado por los dos sujetos que decían ser policías y abordó un auto particular. Poco después se enteró que en realidad eran miembros de las FALN (Fuerzas Armadas para la Liberación Nacional), la organización guerrillera que tenía a mal traer al gobierno de Rómulo Betancourt y, entre otras acciones, hacía muy poco había secuestrado al vapor mercante Anzoátegui.
Gran conmoción
La primera reacción de Di Stéfano fue de estupor y furia, pero enseguida comprendió que de nada valdría resistirse: había caído como un chorlito. Para tranquilizar a la gente del Real Madrid, los raptores se comunicaron con ellos, asegurándoles que el futbolista se encontraba bien y que sería liberado una vez que el hecho hubiera tenido la repercusión deseada.
Los directivos del equipo madrileño se pusieron en contacto con el embajador español en Venezuela, quien a su vez se dirigió a las autoridades locales para gestionar el urgente rescate del ídolo. Entretanto, la noticia del secuestro de Di Stéfano causaba un enorme revuelo en todo el mundo, ganando las portadas de los principales periódicos. “Se trata de un golpe publicitario comunista”, declaró a la prensa, visiblemente contrariado, el ministro del Interior de Venezuela, mientras se montaba un descomunal operativo de búsqueda que movilizó 5.000 efectivos policiales en todo el país.
Desde uno de los amplios salones del convulsionado Potomac, los integrantes del plantel seguían con ansiedad las novedades del caso, en tanto que Sara, la esposa del secuestrado, enviaba desde España una carta a los raptores suplicando por la liberación de su esposo. Para conmoverlos, les dice que al día siguiente es el cumpleaños de Alfredito, uno de los dos hijos del matrimonio.
La búsqueda proseguía: sin pistas firmes, la policía se movía a tientas, tratando de dar al menos con el pequeño automóvil de marca europea utilizado por los autores del secuestro. Con el transcurso de las horas se supo que las FALN habían tenido en la mira a Santiago Bernabeu, pero como el presidente del Real Madrid no viajó a Caracas, se optó por Di Stéfano.
Luego de 36 horas que tuvieron al mundo en vilo, el domingo, los guerrilleros comunicaron que el cautivo sería liberado al día siguiente. Esa noche, el Real venció al Oporto. Simultáneamente, un diario de orientación izquierdista publicaba un reportaje a Máximo Canales, el jefe de la organización terrorista que mantenía al futbolista de rehén. “Di Stéfano está bien, con apetito y resignado. Pasado el primer momento de furia se ha serenado y juega al ajedrez y al dominó con nuestra gente”, respondió el célebre guerrillero cuando le preguntaron por la suerte de la estrella, dejando en claro que: “No tenemos nada contra usted; lo hacemos, simplemente, para que la prensa se ocupe de nosotros. El gobierno prohíbe a los diarios que hablen de las FALN. Estará unas horas con nosotros y después lo devolveremos. Nadie quiere hacerle daño.”
En libertad
El lunes 26, los secuestradores cumplieron con su palabra y liberaron al deportista. Más calmo, Di Stéfano declaró a los medios de prensa que nunca antes había pasado por una situación como aquella: “en la cancha de fútbol uno se pone nervioso, pero éstos eran otros nervios”, afirmó. Reveló, además, que sólo había visto a un par de secuestradores, quienes vestían uniformes militares y lo trataron con corrección.
Agregó que durante su cautiverio se enteró que el plan original de los guerrilleros era interceptar el ómnibus que trasladaba al equipo al estadio, y que fue cambiado sobre la marcha debido a una falla mecánica en el automóvil operativo en el que se conducían. Posiblemente, los incidentes que se registraron a esa hora en las cercanías del campo deportivo fueron una maniobra de distracción para consumar el fallido propósito de capturar el autobús con todo el plantel.
Luego de dialogar con la prensa y comunicarse con su familia, que recibió con gran alivio la noticia, Di Stéfano sólo quiere descansar y pegar la vuelta. Sin embargo, lo convencen de que juegue el partido decisivo, frente al San Pablo, al día siguiente. Accede, pero su desempeño no es ni cerca el de otras veces. El partido finaliza empatado en cero.
Dos días después -sin la copa, pero sano y salvo-, Di Stéfano emprendió el regreso a España junto a sus compañeros. Seguramente “la saeta rubia” no olvidaría por el resto de su vida las peripecias vividas en aquellos días.
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