La democracia recuperada en 1983 es joven, pero ya tiene su propia historia, aunque por tratarse de un período reciente no ha decantado todavía en una síntesis colectiva.
Aun así, se pueden identificar tres momentos histórico - políticos bien diferenciados. El primer momento es el ciclo alfonsinista, que va desde 1983 a 1989. Rául Alfonsín fue el protagonista excluyente de la primera hora de la democracia renacida. Su figura trascendió las fronteras del radicalismo, concitando el apoyo de gran parte de la sociedad que, tras siete años de feroz dictadura, le confió la reconstrucción del estado de derecho.
El balance de su presidencia ofrece puntos altos, sobre todo en los dos primeros años, aunque ese panorama auspicioso decayó en los años siguientes, arrastrado por las malas noticias económicas, sobre todo la persistente inflación que, fuera de control, precipitó el final anticipado del gobierno.
El segundo momento va desde 1989 a 1999: los dos mandatos sucesivos de Carlos Menem como presidente, el primero de seis años y el segundo de cuatro años y medio. El exgobernador riojano sorprendió a todos, apartándose del libreto peronista tradicional para adoptar un rumbo liberal, en sintonía con el mundo de entonces dominado por la llamada globalización.
Su mayor logro fue frenar la inflación y anclar la paridad del peso con el dólar, merced al exitoso plan de Convertibilidad que le permitió al oficialismo menemista imponerse en cada turno electoral.
La Alianza, la coalición entre la UCR y el FREPASO que llegó al poder en 1999, pudo haber protagonizado el siguiente momento histórico - político. Sin embargo, el presidente Fernando de la Rúa no pudo remontar la crisis ni sacar al país de la recesión. Los desaguisados internos que desembocaron en la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez y el llamado "corralito" hicieron el resto para que la Alianza quedara en el camino.
Luego de la transición piloteada por Eduardo Duhalde, ungido presidente por el Congreso, se abrió el tercer momento, el ciclo kirchnerista, que lleva ya diez años y que durará al menos otros dos.
Aunque no era en absoluto un recién llegado a la política, Néstor Kirchner encarnó el signo de un tiempo en que aún resonaban los ecos del "que se vayan todos, coreado por buena parte de la sociedad durante la crisis. Consciente de ello, el nuevo presidente se apartó de los paradigmas noventistas e imprimió a su gestión un sesgo estatista, mientras se consolidaba la reactivación económica facilitada por los nuevos vientos que soplaban en el mundo.
La percepción positiva de la mayoría ciudadana de su gestión permitió la continuidad del ciclo de la mano de Cristina Fernández de Kirchner, quien mantuvo los lineamientos del modelo aunque imponiendo su impronta personal.
En Córdoba
Los tres momentos descriptos, en Córdoba se reducen a dos: un primer ciclo que va desde 1983 a 1999, de cuño radical, y el ciclo peronista que abarca los 14 años subsiguientes hasta nuestros días.
El primero corresponde a los cuatro períodos consecutivos de gobiernos radicales, tres de Eduardo César Angeloz y uno de Ramón Bautista Mestre. A la hora del balance, puede decirse que el primer mandato de Angeloz fue bueno, el segundo regular y el tercero, malo. Tanto que concluyó seis meses antes, obligando la asunción anticipada de Mestre.
El exintendente de la ciudad de Córdoba debió resolver la crisis heredada y lo hizo con éxito, aunque a fuerza de ajustes que fueron soportados por la sociedad. Sin embargo, llegada la hora, sus errores políticos impidieron la continuidad del ciclo radical, posibilitando el ascenso al poder del peronismo.
El recambio se produjo en julio de 1999 y el nuevo gobernador, José Manuel de la Sota, se convirtió en la figura excluyente del segundo momento histórico – político. Durante esa etapa, el delasotismo logró amalgamar un basamento social, sobre todo en el interior provincial, que le permitió ganar las elecciones de 2003, 2007 y 2011.
La valoración definitiva del presente ciclo está pendiente por no haber concluido aún.
Cruzamientos
Desde el punto de vista analítico, puede resultar interesante "cruzar" los tres momentos descriptos en el orden nacional con los dos momentos cordobeses.
La primera observación es que ninguno de los ciclos nacionales tuvo una réplica o representación lineal y automática en Córdoba. En efecto, el alfonsinismo debió sellar una alianza con el radicalismo cordobés para garantizar su apoyo. La presencia de Víctor Martínez en la fórmula lo corrobora. Después, la relación de Alfonsín con Angeloz fue complicada; hubo picos de tensión entre ambos y mutuos reproches. En 1989, al presidente no le quedó más remedio que apoyar la candidatura del gobernador cordobés, sabiendo que traía otro libreto.
Durante el segundo momento nacional, Angeloz no tuvo problemas con Carlos Menem, pero sí con su ministro de Economía, Domingo Cavallo, a quien hasta hoy culpa del final prematuro de su tercer mandato. Ramón Mestre debió gestionar durante la última etapa menemista y no tuvo mayores dificultades ni roces con el gobierno nacional.
De la Sota sólo coincidió seis meses con Menem, el resto de su primer período fue bajo la administración de la Alianza y, más tarde, de Duhalde, de quien obtuvo sustancial apoyo. Durante el ciclo kirchnerista, la relación fue fluctuante: con Néstor Kirchner, el gobernador cordobés no tuvo conflictos políticos ni de gestión, aunque no existió entre ambos una relación de confianza.
El vínculo se agrietó tras el conflicto del campo, aunque luego hubo una tregua y Juan Schiaretti logró algunas concesiones que beneficiaron a su gestión. Sin embargo, el delasotismo no demostró entusiasmo en apoyar la reelección de la presidenta y, en cambio, eligió el camino de la confrontación abierta con el gobierno nacional, situación que perdura hasta hoy.
Una conclusión es que durante las tres últimas décadas siguió presente el hilo conductor de la historia cordobesa: la compleja relación entre Córdoba y el poder nacional, una constante que en el siglo pasado se repitió puntualmente bajo gobiernos civiles y militares.
Otra, que, aunque aggiornada, se mantiene la presencia sempiterna y subrepticia del llamado "partido cordobés", ese entramado etéreo y ancestral que atraviesa horizontalmente la sociedad cordobesa y replica en su seno la matriz estructural de poder, esencialmente conservadora e inalterable a lo largo del tiempo.
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