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La Córdoba de 1976

En los años previos a 1976, Córdoba se había hecho famosa por los “azos”: el Cordobazo, el más renombrado de todos, el Viborazo que le siguió dos años después. A comienzos de 1976, aún se hacían sentir las consecuencias del último “azo”, el Navarrazo, el insólito golpe policial de febrero de 1974 que derrocó al gobierno constitucional de Ricardo Obregón Cano y Atilio López, gobernador y vice respectivamente.

Desde que eso pasó, todo fue barranca abajo. La provincia fue intervenida por el Gobierno nacional y el segundo Interventor Federal, un brigadier retirado llamado Raúl Lacabanne, instaló un clima represivo que afectó la vida ciudadana y alteró hábitos y costumbres. Durante su gestión, que duró un año, se incrementó el accionar de grupos ilegales amparados desde lo alto del poder, como el Comando Libertadores de América, que secuestraba y torturaba gente en el Departamento de Investigaciones, en la sede misma de la Jefatura de Policía, que en ese tiempo funcionaba en el Cabildo frente a la Plaza San Martín.

Por esos días, nadie estaba seguro en las calles de Córdoba; aunque no se tuviera nada que ver con la política, había que tomar recaudos para no tener contratiempos con las fuerzas de seguridad o quedar involuntariamente involucrado en los tiroteos o disturbios que eran moneda corriente. Era necesario portar el documento de identidad cada vez que uno salía a la calle. Los que se movilizaban en automóviles debían tener la papelería al día porque eran frecuentes los controles policiales, sobre todo en los puentes de la ciudad y rutas de acceso.

Hasta que, el 24 de marzo de 1976, finalmente se produjo el golpe de Estado que derrocó a la presidenta María Estela Martínez y con los militares en el poder las cosas empeoraron todavía más.

Pese a todo, los cordobeses –que por entonces eran casi un millón- tenían que seguir adelante con sus vidas: concurrir cada día a sus lugares de trabajo; a la escuela o a la universidad los más jóvenes, hacer compras, ir al cine o a la cancha y todo lo demás. De modo que, como se suele decir, pese a todo, en Córdoba “la vida continuaba”. 

¿Y cómo era esa vida? Bastante distinta a la de hoy en día. Veamos. La ciudad En marzo de 1976, la ciudad era más o menos la misma que hoy, sobre todo el centro, que no sufrió grandes alteraciones físicas desde entonces; las calles y avenidas son las de siempre, incluso sus nombres, lo mismo que las plazas y paseos. Lo que era bien distinto era la apropiación colectiva de ese espacio público y la importancia o uso que la gente daba a cada sitio urbano.

Por ejemplo, como no existían los shoppings que hoy concentran la preferencia del público, el paseo obligado era el área peatonal, especialmente la calle 9 de Julio, que incluía una parada en las confiterías y bares aledaños que eran muchos y de los que hoy sobreviven unos pocos: El Ruedo, el Sorocabana y poco más; el progreso fue implacable con ellos. Los sábados por la mañana, cerca del mediodía, directamente no se podía caminar por la peatonal y los negocios y boutiques estaban atestados de gente.

Córdoba era una ciudad abierta, no había countries ni barrios cerrados. Tampoco existían muchos de los barrios actuales que se fueron anexando con el transcurso del tiempo y el crecimiento poblacional. Todavía estaban en pie muchas casas y casonas que en los años siguientes fueron derribadas para construir edificios en altura, sobre todo en el centro y el barrio de Nueva Córdoba, que perdió para siempre la fisonomía señorial que lo caracterizó durante décadas.

Los mejores hoteles de ese tiempo, como el Crillón, el Nogaró, el Sussex o el Plaza rodeaban a la Plaza San Martín. La gente se movilizaba en colectivos, que por esos días funcionaban mejor que ahora, y taxis que eran de color negro y amarillo. Remises no había, trolebuses tampoco. Los trenes aún llegaban a la estación de Alta Córdoba y a la del ferrocarril Mitre, junto al río.

Las calles estaban pobladas de vehículos casi todos de fabricación nacional, emblemáticos de ese tiempo, como Ford Falcon, Renault 12, Peugeot 504, etcétera, y muchos, muchos Rastrojeros Diesel y pumarolas, la legendaria motocicleta marca Puma. Hacía rato que ya no andaban los viejos tranvías; sólo quedaban los rieles.

La vida cotidiana La mayoría de la gente trabajaba. La cultura del trabajo, heredada de los inmigrantes, era uno de los pilares de la sociedad que con el paso del tiempo fue perdiendo peso, sobre todo después que la dictadura de 1976 la confrontó con la contracultura de la “plata fácil”, que aturdió a muchos argentinos embelesados con el espejismo del “déme dos” y cosas fatuas como esa.

La industria, especialmente la automotriz y de autopartes, era la principal fuente de ocupación, sobre todo las grandes plantas automotrices de la periferia: Concord y Materfer, ambas de Fiat, en Ferreira; Renault en el barrio de Santa Isabel; IME (Industrias Mecánicas del Estado) en Ruta 20 y tantas otras.

La gente hacía las compras en almacenes, verdulerías y pequeños “mercaditos” de barrio, aunque ya asomaban las primeras cadenas de supermercados, aunque no las llamadas “grandes superficies” de hoy. Era la época de oro de los mercados Norte y Sud, que abastecían de productos de calidad a buenos precios a los cordobeses que abarrotaban sus pasillos en vísperas de feriados o fines de semana.

Todo el mundo se manejaba con pesos –los llamados Pesos Ley 18.188 que reemplazaron a la vieja moneda nacional- y muy pocos conocían el dólar, algo que se generalizó en los años siguientes durante el reinado de la denominada “Patria financiera”. Había un buen nivel de consumo y, en general, con el sueldo se llegaba a fin de mes, algo que también quedó en el camino con el paso de los años.

La familia era aún uno de los pilares de la sociedad. Todavía regían valores de antaño que progresivamente se fueron perdiendo, como el respeto por los mayores, el principio de autoridad de los padres y la solidaridad entre parientes, entre otros. Todo quedaba en familia; recién asomaban posibilidades alternativas de contención como guarderías, geriátricos e, incluso, salas velatorias, que de a poco ganaron espacio y sustituyeron esas funciones que en tiempos pasados quedaban reservadas al ámbito de los hogares.

Los hoteles alojamiento, más conocidos como “muebles”, infaltables refugios para el amor clandestino, progresivamente abandonaban el radio céntrico para ubicarse en sitios alejados, como el camino a Pajas Blancas. Lo bueno era que la mujer venía ganándole la batalla a la discriminación de décadas y cada vez ocupaba más espacios en la sociedad, hasta alcanzar los niveles casi igualitarios que hoy disfruta. Atrás quedaba aquello de que “la mujer en la casa”.

La diversión En aquella Córdoba de comienzos de 1976, los noctámbulos estaban de parabienes. La multiplicidad de peñas, bares y locales nocturnos brindaban las condiciones para la existencia de una bohemia que deambulaba de local en local hasta bien entrada la madrugada, hasta que despuntaba el alba. Era habitual encontrarse en esos lugares de amigos y copas con los mejores cuenteros –el elenco completo de la legendaria revista “Hortensia”-, eximios guitarreros y cantores que ya no existen o al menos carecen de ese ámbito de complicidad y encanto que caracterizaba a la noche cordobesa de los años ‘60 y ‘70.

Si alguien quería ver una película, la que fuere, si o sí debía concurrir al cine; no había video clubs ni alquiler de videos para salir del paso. Por esa razón, la salida más frecuente de fin de semana, sobre todo en invierno, era a alguno de los cines del centro, aunque todavía existían los de barrio, como el Peña de Villa Cabrera o el Moderno en Alberdi. En esa época había muchos cines, casi todos desaparecidos a la fecha, arrasados por la modernidad que trajo consigo otros hábitos. Las grandes salas, como Cinerama o Gran Rex, ya no existen, lo mismo que los múltiples cines para todos los gustos que había en calles Rivadavia o San Martín.

Ese año de 1976 se estrenó “Rocky”, la primera de una saga que convertiría a Sylvester Stallone en una de las máximas estrellas de Hollywood. Ese año, resultó ganadora del Oscar, superando a “Taxi driver” y “Todos los hombres del presidente”, entre otras buenas películas de entonces. A la salida, era de culto una pasada por la Cervantes o la San Luis, las pizzerías emblemáticas del centro, para saborear una especial de muzzarella.

Otra salida, una de las preferidas de los hombres, era concurrir a la cancha, a ver al equipo favorito. Desde siempre, Córdoba fue muy afecta a los espectáculos deportivos, sobre todo al fútbol. Para entonces, la vieja Liga Cordobesa de fútbol, el torneo local, convivía con los campeonatos de la AFA (Asociación del Fútbol Argentino), en los que solían participar los principales equipos cordobeses. En febrero de ese año de 1976 comenzó el Torneo Metropolitano, uno de los dos torneos oficiales de la AFA. En ese fútbol grande, brillaba la estrella de Mario Alberto Kempes, goleador absoluto.

Sin embargo, en Córdoba las mayores expectativas estaban concentrada en el torneo Nacional, de la segunda mitad del año, donde competían Talleres y Belgrano y, ocasionalmente, Instituto y Racing. Ese año, Talleres llegó a jugar las semifinales, cuando ya despuntaba el gran equipo que un par de años más tarde jugó la memorable final con Independiente. Tecnología en pañales La comunicación era más personalizada que en el presente: aún importaba decir las cosas cara a cara, dar las buenas o malas noticias en persona o jurar amor eterno en vivo y en directo. Es que no había demasiadas alternativas: no existían los teléfonos celulares, sólo la telefonía fija que prestaba Entel (Empresa Nacional de Telecomunicaciones). Los teléfonos eran escasos y para conseguir una línea había que esperar varios años, por eso quien tenía uno de esos aparatos en su hogar podía considerarse un privilegiado. La mayor novedad tecnológica era el telediscado, que evitaba las largas esperas que imponía el sistema anterior. Los teléfonos públicos casi siempre estaban descompuestos o dañados por vándalos.

El Correo oficial funcionaba a full: todavía las cartas -con su correspondiente estampilla, buzones y carteros- iban y venían por cientos de miles. Novios que se escribían entre sí, padres que daban noticias a sus hijos estudiantes y viceversa, parientes que se carteaban, alimentaban la vieja costumbre de escribir, que lamentablemente se fue perdiendo, hasta casi desaparecer.

No todo el mundo salía. Los que se quedaban en casa podían optar entre la radio o la televisión. La radio ofrecía un variado menú en amplitud modulada; la frecuencia modulada era apenas una promesa. Las emisoras más escuchadas eran LW1 Radio Universidad, que recogía las preferencias del público estudiantil y profesional; LV2 La Voz del Pueblo, más popular, y LV3 Radio Córdoba, que aún no concitaba la audiencia de hoy en día. Había programas entrañables para despertarse, como “Ventana al hogar”, de Norma Landi, en LV2; o, para acostarse, “El discotecario de la noche”, conducido por Percy Llanos en Radio Universidad.

La televisión era en blanco y negro, y la programación fuerte se concentraba por las noches, a la hora de la cena y la sobremesa. La tarde era el reino de las telenovelas, seguidas con avidez por las amas de casa; y antes y después, programas de aventuras para los más jóvenes como Tarzán, Bonanza o Jim West. Había tres canales de aire: el 12, el 10 y el 8. Por cierto, aún no existía el cable ni, mucho menos, la televisión satelital.

Aunque existían las computadoras, sólo se utilizaban en el ámbito empresario y corporativo; su uso todavía no se había extendido a los hogares y, por cierto, no existían las computadores personales. Se escribía a máquina, con papel carbónico para obtener copias; aunque existían las eléctricas, se seguían usando las viejas Remington y Olivetti, sobre todo en redacciones de diarios y reparticiones públicas Ni siquiera las mentes más imaginativas hubieran soñado con que algún día existiría Internet con sus múltiples posibilidades, buenas y malas. Por eso, para no meter la pata, siempre había que tener una enciclopedia y un buen diccionario a mano.

Se leía mucho: aún reinaba el papel por sobre todos los demás soportes con los que hoy debe dar dura pelea para subsistir. Los kioscos, diseminados por todas partes, ofrecían una gama variadísima de diarios y revistas para todas las edades y todos los gustos. Nada más lindo que el aroma que despedían las publicaciones recién editadas. Las librerías del centro, por su parte, rebosaban de buena literatura, en una época de grandes autores nacionales. En Córdoba circulaban tres diarios: los matutinos “La Voz del Interior” y “Los Principios” y el vespertino “Córdoba”, que los canillitas voceaban en las esquinas céntricas a la madrugada o a las cuatro de la tarde, según el caso, o repartían en bicicleta casa por casa.

La música cuartetera estaba en su apogeo y los bailes, más pacíficos y familiares que los de hoy, convocaban gran  cantidad de gente dispuesta a danzar al compás del “tunga tunga” en las innumerables pistas que perlaban la ciudad. La semilla sembrada por los pioneros del cuarteto, como la legendaria Leo, había prendido fuerte entre los cordobeses y ahora los ídolos del género se multiplicaban año a año.

También el folklore cordobés gozaba de buena salud y sus cultores alternaban con los conjuntos y solistas de otras partes que cada año concurrían puntualmente a los dos grandes festivales de entonces: Jesús María y Cosquín, los más famosos del país.

Así se vivía en Córdoba en aquellos tiempos inseguros y entrañables a la vez: con el corazón en la boca, pero sin perder la alegría y el buen humor.

Lo que vino después El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 que derrocó al gobierno constitucional, pegó más fuerte en Córdoba que en otras partes. Para sofocar la potencial rebeldía de La Docta y su bien ganada fama de plaza indómita, la represión ilegal arrasó con la vanguardia sindical, estudiantil y política fraguada en los años anteriores e instaló en Córdoba un ambiente de autoritarismo y terror del que nada ni nadie estaba a cubierto. Se intervinieron sindicatos y universidades y se prohibió la actividad política en el ámbito estudiantil y gremial, a la vez que se congeló a los partidos políticos.

Súbitamente, un manto de silencio e inseguridad colectiva cubrió la ciudad y todo el mundo quedó bajo sospecha. Eran los tiempos en que los llamados grupos de tareas que actuaban al amparo del Tercer Cuerpo de Ejército obraban con absoluta impunidad, secuestrando personas que eran trasladadas a los centros clandestinos de detención, como La Perla, donde eran torturadas y muchas de ellas desaparecían. 

Entretanto, el plan económico implementado por el tristemente célebre ministro de Economía de la dictadura, José Martínez de Hoz, causaba estragos en la estructura productiva, dejando a mucha gente sin trabajo y destruyendo la industria nacional a favor de la especulación financiera que hacía florecer bancos y financieras por doquier.

Pasaron 38 años de todo aquello y, afortunadamente, muchas cosas cambiaron en el país y en nuestra Córdoba. Aunque no estamos en el paraíso y aún subsisten infinidad de problemas, viejos y nuevos, lo más importante es que la democracia recuperada en 1983 llegó para quedarse. Enhorabuena.

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