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Luciano Benjamín Menéndez: Amo y Señor

Luciano Benjamín Menéndez fue Comandante del Tercer Cuerpo de Ejército entre septiembre de 1975 y septiembre de 1979. Durante todo ese tiempo, El “Cachorro” tuvo a Córdoba a sus pies, incluidos los principales agentes económicos, y su influencia se extendió muchos años más.

Era una figura omnipresente. Estaba informado de todo lo que pasaba, aunque, según afirman los memoriosos, no se metía demasiado en los asuntos de gobierno, al menos no públicamente. Estaba concentrado en dirigir la represión ilegal, solapadamente hasta marzo de 1976, abiertamente después.

En ese período, Córdoba tuvo tres gobernadores y otros tantos gabinetes: Raúl Bercovich Rodríguez, hasta el 24 de marzo de 1976; Carlos Bernardo Chasseing y Adolfo Sigwald.

El ministro del Economía de la Nación era José Alfredo Martínez de Hoz, quien contaba con el apoyo incondicional del presidente Jorge Rafael Videla y los mandos del Ejército. Si Menéndez no compartía la política económica ultraliberal del entonces superministro, no lo manifestó. Era un acérrimo antimarxista y aborrecía el activismo sindical, de modo que, por ese lado, el libreto oficial no debió hacerle ruido. Las diferencias internas iban por otro carril, tenían más que ver con sus reclamos de mano dura con el enemigo que veía en todas partes.

El general Chasseing se reportaba con Menéndez; su tiempo político coincidió con el del comandante del Tercer Cuerpo. El empresariado cordobés acató el nuevo orden, en tanto que las multinacionales colaboraron activamente en la purga de “elementos indeseables” del mundo laboral. Desde la comandancia, Menéndez mantenía fluidos vínculos con el establishment local, que conocía muy bien y al que solía prestar oídos. Muchos connotados personajes de ese tiempo contaban con su paraguas y su influencia para abrir puertas, aunque jamás lo admitirían en público, mucho menos después de que cayera en desgracia.

En el país, eran los tiempos de la “plata dulce”, la tablita y la apertura indiscriminada de la economía. Muchas empresas cordobesas sufrieron las consecuencias y otras tantas quedaron en el camino. Sin embargo, se escuchaban otras voces. Fue por esos días, el 6 de julio de 1977, que un grupo de empresarios cordobeses constituyeron la Fundación Mediterránea, un foro diseñado para repensar el país y su economía desde una óptica federal, opuesta a la visión hegemónica del sector financiero en desmedro de los sectores productivos.

A comienzos de 1979, el reparto de recursos fiscales entre Nación y provincia derivó en un fuerte entredicho con el gobierno nacional del que Chaseing salió perdidoso y debió renunciar. A Menéndez no le iría mejor: en septiembre de ese año encabezó un amotinamiento que no encontró eco en el seno del Ejército, ocasionando su pase a retiro y ulterior prisión. El trasfondo del pleito no giró alrededor de la política económica, sino en torno a la supuesta blandura que el militar le endilgaba a los mandos superiores del arma. Él se veía a sí mismo como un cruzado y no toleraba matices al respecto.

Adolfo Sigwald gobernó la provincia hasta enero de 1982, cuando fue relevado por Rubén Pellanda. En esa etapa terminal del llamado Proceso, Menéndez, desde el llano, seguía de cerca todo lo que pasaba y seguía cultivando sus contactos de siempre en el mundo empresario y político, aún después de 1983. Una de sus tertulias favoritas era la peña “El Ombú”, de la que era asiduo concurrente.

Seguramente, entre los secretos que el genocida se llevó a la tumba debió haber información calificada acerca de la complicidad empresarial durante la época, de entuertos, negociados y maniobras extorsivas contra determinadas empresas, como el caso de la firma Mackentor, cuyos directivos fueron secuestrados en abril de 1977, sometidos a torturas y, posteriormente, despojados de la empresa.

Lamentablemente, tampoco de todo eso se sabe demasiado.

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