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Subordinación y valor

El grotesco tironeo suscitado entre el gobierno nacional y el presidente del Banco Central, más allá de cómo y cuándo termine, dejará mucha tela para cortar. Es que como otras veces se mezcló todo y asoman varias polémicas superpuestas: la original, acerca de si el DNU 2010/09 es legal o no y si en su caso conviene usar las reservas para pagar deuda; la que detonó mas tarde, acerca de si Martín Redrado debe acatar la orden o irse; y la cuestión de fondo, la que realmente interesa y mucho y supera a las dos primeras: el grado de autonomía que debe tener la entidad rectora de la moneda y los bancos que operan en el país. Si, pase lo que pase con el Fondo del Bicentenario, el superbanco nacional debe ser autónomo del poder de turno o fungir como una repartición más, sujeta a la cadena de mandos.

En los papeles la cosa no ofrece dudas. El artículo 3º de la Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina lo dice con todas las letras: “En la formulación y ejecución de la política monetaria y financiera el Banco no estará sujeto a órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo Nacional”. Más claro, imposible. Es que así, autónoma, fue concebida, allá por 1992 cuando se reformó la vieja ley, la entidad a la que se le confió nada menos que la responsabilidad de preservar el valor de la moneda en un país proclive a maltratarla. Lo que en buen romance significa luchar contra la inflación. Y, por supuesto, la misión superior de concentrar y administrar las reservas de oro y divisas. Replicando en buena medida el modelo de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED), un organismo completamente independiente de la Casa Blanca y de sus circunstanciales moradores. No en vano se estableció como requisito para la designación de Directores el acuerdo del Senado de la Nación, a la vez que se fijó en seis años (allá son catorce) la duración de sus mandatos para que no coincidan con un determinado turno político. Y por si todo esto fuera poco, el artículo 9ª dispone que para echar al presidente o a un director, además de un motivo suficientemente grave, debe intervenir una comisión del Congreso de la Nación integrada por los presidentes de cuatro comisiones específicas y presidida por el titular del Senado. Todo para que el banco quedara lo más lejos posible de los avatares de la política ordinaria en su sentido más literal.

Sin embargo, sobrepasada la vapuleada década noventista, la pretendida autonomía del BCRA pareció no conformar demasiado a ciertos funcionarios y economistas que, en nombre de una visión supuestamente más heterodoxa, bregaban por la flexibilización de la ley y la utilización de las reservas para otras finalidades como ser el llamado desendeudamiento o el financiamiento del desarrollo. Lo cual no tiene nada de malo siempre y cuando se lo haga con tino y responsabilidad, tomando todos los recaudos del caso. Entonces el formato original fue retocado para facultar a la institución a efectuar adelantos transitorios al gobierno nacional dentro de ciertos límites y a aplicar las reservas excedentes una vez cubierta la base monetaria con algún fin determinado. Que primero fue el pago al FMI y luego la creación del llamado Fondo del Bicentenario que implica la transferencia de reservas de libre disponibilidad al Tesoro Nacional a cambio de un título de deuda. La mora de las autoridades del BCRA en liberar los fondos reclamados por el Ministerio de Economía disparó el zafarrancho.

Autonomía sí, autonomía no  “La Reserva Federal y la Casa Blanca no son aliados automáticos”, afirma Alan Greenspan en La era de las turbulencias, su libro de memorias de recomendable lectura. Quien fue durante casi veinte años presidente de la FED y que sobrevivió las presidencias de Ronald Reagan, Bill Clinton y los dos Bush, tenía más que claro que los políticos siempre pretenden más de lo que la institución puede dar para satisfacer a los votantes. “Existe un conflicto inherente entre el foco de la FED, largoplacista por sus estatutos, y las necesidades a corto plazo de la mayoría de los políticos con electores a los que contentar”, añade más adelante. Sin embargo, él sabía muy bien que para cumplir a rajatabla su rol debía estar dispuesto a hacer de hombre malo y librar una pulseada permanente con el poder político; y eso fue lo que hizo. En todas partes es difícil pretender ser políticamente correcto y buen presidente del Banco Central al mismo tiempo.

De lo que se trata es de dirimir, sin prejuicios ideológicos, qué tan dispuestos estamos a plantear la cuestión de la independencia del banco como un paradigma institucional o no. Si desandar, también en este asunto, el camino recorrido o seguir el rumbo de los países más adelantados. Lo malo, una vez más, es dar el debate en el lugar equivocado y en la forma incorrecta, como ocurrió hace apenas dos años cuando se discutió el no menos crucial asunto de las retenciones agropecuarias a la vera de las rutas. Ojalá que esta vez sea diferente.

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