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Agustín Tosco, el final de un luchador

Murió el 5 de noviembre de 1975. El día del entierro hubo un gran revuelo en el cementerio San Jerónimo, cuando una balacera puso en fuga a la multitud que acompañó el cortejo e impidió rendirle el justo homenaje. Así, azarosa y turbulenta como su vida, fue su muerte.

“Gringo” le decían todos. Quizá porque había nacido en Coronel Moldes, un pueblo rural del departamento Río Cuarto. O porque todo él, grandote, de manos gigantes y voz de trueno, delataba su linaje italiano, lo mismo que el mameluco que siempre llevaba puesto. Era del ’30.

Cuando terminó la primaria, se vino a Córdoba para estudiar electricidad en una escuela técnica. En ese tiempo sólo quería obtener el diploma y jugar al fútbol. Sin embargo, el embrión del líder ya crecía en su interior y no tardó en convertirse en presidente del Centro de Estudiantes. Hay quienes recuerdan el fogoso discurso con el que se despachó en la fiesta de graduación, poco después de rechazar el certificado, disconforme con las autoridades.

Cuando cumplió los 18 ingresó a la flamante empresa provincial de electricidad, que había sido expropiada hacía poco a la concesionaria inglesa. Enseguida se convirtió en delegado gremial y fue a dar a los talleres de Villa Revol. Siguiendo los cánones de la época, cumplió con el Servicio Militar y se puso de novio. No terminó el segundo nivel de la escuela técnica y se dedicó a tiempo completo al gremialismo, ascendiendo rápidamente, al punto que en 1953 ya integraba la Comisión Directiva del sindicato. No se hizo peronista como la mayoría de los dirigentes de ese tiempo; ya pensaba distinto y decía que los trabajadores debían anteponer la defensa de sus intereses a cualquier bandería política. Al año siguiente, fue ungido secretario general de la Federación, un rango inusual para un dirigente de apenas 24 años. Su carrera lucía más que prometedora, aunque un año después, la Revolución Libertadora lo inhabilitó como al resto de los gremialistas. Cuando se normalizó la vida sindical, permaneció algún tiempo en Buenos Aires, en la Federación, donde reanudó a pleno su actividad. Sólo hizo una pausa en 1959 para casarse con Nélida. Después, el matrimonio se radicó en Córdoba y llegaron los hijos, dos. Fueron años intensos, movidos, donde el sindicalismo puso en pie de guerra a los trabajadores en contra de la carestía de la vida, los planes estabilizadores y la defensa de las fuentes de trabajo. Pero el verdadero periplo que elevaría a Tosco al escalón más alto de las luchas populares estaba por comenzar: fue después del golpe militar de 1966, el que llevó al poder a Juan Carlos Onganía.

Madurez y gloria Durante los años que siguieron, el sindicato cordobés de Luz y Fuerza se convirtió en un bastión antidictatorial. El asesinato de Santiago Pampillón en las calles de Córdoba marcó el punto más alto del enfrentamiento del gobierno militar con trabajadores y estudiantes, que para entonces habían sellado una alianza que pondría en serios aprietos a la dictadura. En ese tiempo, Luz y Fuerza pertenecía al sector de los llamados Independientes, que junto a otros gremios peronistas fundaron la filial cordobesa de la CGT de los Argentinos, opuesta a la CGT vandorista que se tenía por colaboracionista con el régimen. Nacía la irreconciliable división entre las organizaciones gremiales combativas y las que preferían la negociación como estrategia de subsistencia. Entretanto, en todas partes se multiplicaban las luchas obreras en contra de la política económica oficial que descargaba sobre los trabajadores el peso de la crisis. Córdoba se erigía por entonces como un baluarte y la estrella de Agustín Tosco brillaba en todo su esplendor.

Por esa razón no sorprendió a nadie que la rebelión popular estallara en La Docta, ni que uno de los actores principalísimos de lo que se dio en llamar el Cordobazo fuese el belicoso gremio capitaneado por Tosco, Felipe Alberti, Ramón Contreras, Tomás Di Toffino y tantos otros peleadores de vanguardia. Fueron las bases de Luz y Fuerza, junto a las del Smata de Elpidio Torres, la UTA de Atilio López y la mayoría de los sindicatos cordobeses y la masa estudiantil, los protagonistas de una pueblada que resonó como un cañonazo dentro y fuera de la Argentina. Cuando volvió la calma, comenzó la represión selectiva. Una de las primeras sedes en ser allanada fue la de Luz y Fuerza, en la calle Deán Funes 672, y varios de sus principales dirigentes resultaron detenidos, Tosco incluido. Fueron a parar al lejano penal de Rawson, en el Sur. Allí permanecieron hasta fines de ese año de 1969. Regresaron a Córdoba poco antes de las fiestas y el recibimiento fue apoteótico; todo parecía retornar a la normalidad. Pero no fue así: en abril de 1971 Tosco fue nuevamente detenido y conducido esta vez a la cárcel de Villa Devoto. Mientras la lucha por la libertad de los presos políticos y gremiales recrudecía, fue trasladado nuevamente a Rawson, para alejarlo aún más de sus bases. Allí lo encontró la fuga masiva con final luctuoso del 22 de agosto de 1972, que el gremialista apoyó pero de la que no participó.

El final Fue liberado poco después y otra vez la acogida cordobesa fue multitudinaria. Al día siguiente, como si nada, se reincorporó a la empresa y retomó la actividad gremial. Su discurso insistía en la unidad de las fuerzas populares. No adhería a ninguna organización en particular; aun cuando era prudente y respetuoso en sus expresiones, se sabía que no congeniaba con la lucha armada. Sin embargo, estaba en la mira del enemigo y más aún cuando comenzaron a operar las temibles Tres A. Lo dejaron cesante y de a poco fue sumiéndose en la clandestinidad. Portaba un documento falso y casi no veía a su familia, y ya se rumoreaba que estaba gravemente enfermo, aquejado de fortísimos dolores de cabeza. Pese a todo seguía en contacto con la dirigencia lucifuercista, hasta que su estado de salud obligó a internarlo en un sanatorio de la ciudad de Buenos Aires, donde se hallaba. Allí se lo trató, pero ya era demasiado tarde: Tosco murió el 5 de noviembre de 1975. El cuerpo fue traído a Córdoba y velado durante algunas horas en el domicilio particular de un dirigente lucifuercista, y luego trasladado al club Redes Cordobesas, donde se montó la capilla ardiente. Desde allí salió el multitudinario cortejo que, una vez que cesó la lluvia y el granizo que cayeron esa tarde, se desplazó a paso lento por las calles de la ciudad hasta el cementerio San Jerónimo. Al llegar a la necrópolis, cuando caía la tarde, desconocidos apostados en los techos de los panteones cercanos al muro perimetral lanzaron disparos de armas de fuego que desataron el pánico entre la concurrencia, que se dispersó en desorden. Un grupo de trabajadores logró a duras penas colocar el féretro en una bóveda ajena y recién por la noche, cuando se restableció la calma, en medio de una ceremonia íntima, lo trasladaron al panteón de Unión Eléctrica, donde los restos de Agustín Tosco permanecen hasta hoy.

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