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Bolívar en agosto

La primera semana de agosto parecía resultarle propicia a Simón Bolívar. Un 6 de agosto entró en Caracas y dos días después proclamó la segunda república venezolana, otro 6 de agosto obtuvo el resonante triunfo de Boyacá y, cinco años más tarde, esta vez un 7 de agosto, la decisiva victoria de Junín, que abrió el camino al fin de la guerra en Sudamérica. En medio de ambas batallas, la famosa entrevista de Guayaquil.

El primero de los acontecimientos mencionados ocurrió en 1813, cuando luego de extinguida la primera república, fundada por Francisco de Miranda, Bolívar regresó del exilio forzoso y recuperó Caracas de manos de los españoles. Esa segunda república tampoco duró mucho, y 1815 encontrará al Libertador nuevamente en el exilio, esta vez en Jamaica.

Boyacá Agosto de 1819. Pese a haberles declarado la “guerra a muerte” a los españoles, desalojarlos de Venezuela, su patria, le está costando a Simón Bolívar más trabajo del esperado. Ya va por el tercer intento de instaurar una república, contando los experimentos fallidos de 1810 y 1813. Fue entonces que puso en marcha una maniobra audaz: emulando a San Martín, decidió cruzar la cordillera de los Andes y caerles a los españoles en Nueva Granada –la actual Colombia- donde menos lo esperaban. Bolívar admiraba a San Martín. Lo admiraba tanto como recelaba de él.

Eligió el paso de Pisba, el más complicado de todos; el cruce fue arduo, sus hombres –en su mayoría llaneros acostumbrados al clima tropical– no estaban acostumbrados al frío y muchos enfermaron o sucumbieron en aquel páramo, pero en menos de una semana el ejército está en Socha, del otro lado de la escarpada cordillera. Allí recluta todo hombre de entre 15 y 40 años de edad con caballo. Cerca de ese lugar está apostado el general español Barreiro con tres mil soldados. Una primera escaramuza, librada en el pantano de Vargas, le es favorable a Bolívar, lo mismo que la batalla decisiva, que se produce en el Puente de Boyacá, a orillas del río Teatinos. Luego de dar cuenta del enemigo, el Libertador hace su entrada triunfal en Santa Fe de Bogotá, la antigua capital virreinal. El virrey, desconcertado ante la inesperada derrota, se da a la fuga. Con Nueva Granada a su merced, Bolívar concentra nuevamente sus esfuerzos en la liberación de Venezuela, que se concretará dos años más tarde, en junio de 1821, tras la cruenta batalla de Carabobo.

A mediados del año siguiente, los dos libertadores, San Martín y Bolívar, se reunieron en Guayaquil. El venezolano llegó a la cita entonado por las recientes victorias de Riobamba y Pichincha, que habían asegurado la liberación de la provincia de Quito. De esa manera, el actual Ecuador quedaba incorporado de hecho a la Gran Colombia. Sólo restaba aventar los sueños autonómicos de Guayaquil y marchar hacia el Perú, para completar la faena en esa parte del continente. De cómo hacerlo se trataba precisamente la reunión entre ambos libertadores. No hacía mucho, Bolívar le había escrito a San Martín diciéndole que “la guerra en Colombia está terminada, su ejército está pronto para marchar donde quiera que sus hermanos lo llamen, y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del Sur”.

Sin embargo, ambos jefes no lograron ponerse de acuerdo en cómo terminar aquella guerra que llevaba ya 12 años. Luego de tres días de deliberaciones, persuadido de que en América no había lugar para los dos, San Martín regresó a Lima y renunció al Protectorado, marchándose inmediatamente a Chile. Con el campo despejado por la decisión de su colega, el capítulo final de la guerra quedaba ahora en manos de Bolívar. Pese a haberse declarado la Independencia del Perú en 1821, los españoles no estaban dispuestos a reconocerla y se habían hecho fuertes en la sierra central y en el sur. Para liquidar el pleito, Bolívar envió al Perú parte de su poderoso ejército al mando de Antonio José de Sucre, su lugarteniente. Más tarde, él en persona acudió a Lima, donde tras la partida de San Martín reinaba la anarquía. Se hizo proclamar Dictador y partió a las serranías en busca del enemigo.

Junín 1824. En los primeros días de agosto, el ejército de Bolívar se hallaba en la pampa de Junín, muy cerca de las posiciones españolas. “¡Soldados! Vais a contemplar la obra más grande que el cielo ha encomendado a los hombres: la de salvar un mundo entero de la esclavitud”.

Así comenzaba la altisonante arenga del Libertador lanzada a 4.100 metros de altura, poco antes de la decisiva batalla. Del otro lado estaba el general Canterac al frente de más de 10 mil veteranos. Aquel fue un duelo heroico, fue casi un choque exclusivamente de caballerías. No se disparó un solo tiro, la suerte de la pelea se definió en un entrecruzamiento de sables y espadas donde prevaleció el coraje de los granaderos, que en menos de una hora convirtieron una derrota segura en aplastante victoria. Mariano Necochea, oficial del Ejército de los Andes, fue uno de los más destacados en la acción. Para entonces, San Martín, su antiguo jefe, ya había partido hacia su largo exilio europeo. Epílogo Tras la victoria de Junín, el mariscal Sucre siguió adelante y penetró en el corazón del Alto Perú, logrando pocos meses más tarde el resonante triunfo de Ayacucho, que puso punto final a la guerra y abrió paso a la independencia de Bolivia. Esa era la hora de máxima gloria de Bolívar, quien cinco años más tarde abandonó la vida pública sin poder concretar la unificación americana. En 1830 renunció a la presidencia de Colombia dispuesto a seguir los pasos de San Martín y marchar también él al exilio. Temía por su vida y se hallaba enfermo. Tras una penosa agonía, falleció en Santa Marta el 17 de diciembre de aquel año, antes de embarcarse al Viejo Continente. Había cumplido 47 años de edad.

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