El 10 de enero de 1829 murió Gregorio Funes, el famoso deán cordobés. Se lo recuerda más por su actuación política que eclesiástica, especialmente por el papel que jugó durante los azarosos meses que siguieron a la Revolución de Mayo, cuando rivalizó con Mariano Moreno.
En un mismo día, el 25 de mayo de 1810, Gregorio Funes festejó dos acontecimientos: su cumpleaños y el triunfo de la Revolución. A los 61 años podría haberse dado por satisfecho. Después de todo era un hombre mayor para su época; sin embargo, aún le faltaba vivir lo más importante. Era, en ese momento, deán de la iglesia Catedral de Córdoba y rector de la Universidad fundada por los jesuitas. Sin embargo, por esas cosas de la interna eclesiástica, había quedado fuera de carrera por el Obispado, el escalón superior. Pese a que lo suyo eran las cuitas religiosas, no se había privado de incursionar en política; él y su hermano Ambrosio habían sabido liderar la oposición a Sobre Monte en los tiempos en que el marqués gobernó Córdoba. Más tarde, aun cuando se codeaba con los funcionarios coloniales que ejercían el mando, adhirió a la causa de la Revolución. Por esa razón, cuando finalmente se produjo la caída del virrey y se formó el gobierno patrio, no sorprendió a nadie que el primer cordobés en recibir la noticia fuera él. En el acto, la novedad llegada de la metrópoli dividió las aguas: de un lado quedaron las autoridades coloniales, que se mantuvieron fieles a la corona española, y del otro, casi en soledad, el deán Funes y sus partidarios. Aquello terminó mal: Moreno y los que pensaban como él no tuvieron piedad con los sublevados y los mandaron a fusilar. Liniers el primero. Una vez puesta en caja, Córdoba debía enviar un diputado a Buenos Aires. Quién mejor que el brioso deán Funes para representar a los cordobeses.
Aliado de Saavedra
No bien pisó Buenos Aires, el diputado Funes entrevió la dura disputa que existía entre Cornelio Saavedra, el circunspecto presidente de la Junta, y Mariano Moreno, su fogoso secretario. Había entre ellos una pública rivalidad que, a su vez, obligaba al resto a tomar parte por alguno de los dos. Cuando llegó la hora, el deán no vaciló: rápidamente se inclinó hacia el bando de Saavedra y arrastró con él a la mayoría de los diputados del interior. Esta situación exasperó a Moreno: al pasarse Funes y los demás a las filas del saavedrismo, se alteraba la relación de fuerzas que hasta ese momento le había sido favorable y fortalecía a su rival. En medio de esa sorda puja de poder, el diputado cordobés fue ganando espacios merced a sus reconocidos méritos intelectuales y a poco se convirtió en uno de los referentes de esa primera hora.
Su actuación fue decisiva en la declinación del poder morenista en el seno del gobierno. Fue él quien sostuvo con mayor fervor la postura a favor de la incorporación de los representantes del interior a la junta, algo a lo que Moreno se oponía con uñas y dientes. El secretario finalmente perdió la partida y su suerte quedó echada. "Moreno se embarcó para Londres, muy detestado de este pueblo por sus crueldades", escribió, con mal disimulada satisfacción, el deán a su hermano Ambrosio, que permanecía en Córdoba. A partir de ese momento, Saavedra y Funes pasaron a manejar la batuta del gobierno.
Nada es para siempre. Tras la salida de escena de Moreno, Saavedra consolidó su poder. Ahora, la junta estaba dominada por los diputados del interior, sus aliados. Los partidarios de Moreno, entretanto, se reagruparon en la Sociedad Patriótica e intentaron entrar en acción. La respuesta no tardó. El 5 de abril de 1811, al atardecer, una movilización aparentemente espontánea pobló la plaza de la Victoria de caras extrañas: eran de los arrabales, que exigían a las autoridades la inmediata renuncia de los adversarios de Saavedra y el destierro de los amigos de Moreno. Con todo se cumplió. Fue el tiro de gracia al agonizante morenismo. A partir de ese momento, Funes pasó a ser el hombre fuerte del gobierno y, en los hechos, ocupó el espacio dejado vacante por Moreno. Si hasta, durante algunos meses, fue el editor de La Gaceta, el órgano oficial de prensa. Sin embargo, muy pronto las cosas cambiarían. La realidad, que suele tener tanto de impiadosa como de impredecible, le asestó a Saavedra un rudo golpe del que no pudo reponerse: la derrota de Huaqui y junto con ella la pérdida del Alto Perú, el 20 de junio de 1811. Poco después nació el primer Triunvirato y comenzó el ocaso de la Junta Grande que Funes seguía integrando. Meses más tarde se lo vinculó a una sublevación de los Patricios –el famoso Motín de las Trenzas– y fue a parar a la cárcel. Después, se llamó a silencio. Cuando se convocó el Congreso de Tucumán, fue elegido diputado por Córdoba, pero no aceptó; estaba enfrascado en la redacción de su Historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, convirtiéndose en el primer historiador de su tiempo. Cuando concluyó ese trabajo, se incorporó al Congreso, que para entonces ya había declarado la Independencia y se había trasladado a Buenos Aires. Pese a su avanzada edad –tenía ya 70 años– se mantenía lúcido y activo. Participó de la redacción de la Constitución de 1819 que fue rechazada por las provincias.
Últimos años
Tras la disolución del poder nacional en 1820, el deán Funes siguió residiendo en Buenos Aires. Sin embargo, seguía paso a paso los avatares de la política cordobesa a través del contacto con su hermano Ambrosio, con quien se carteaba a menudo. En ese tiempo se relacionó con Simón Bolívar y Antonio Sucre y actuó como agente de Negocios de Colombia. En 1826 fue designado diputado al Congreso constituyente y colaboró en la redacción de la Constitución de ese año, de igual suerte que la anterior.
No llegó a cumplir los 80. Falleció en Buenos Aires, el 10 de enero de 1829. Tiempo después sus restos fueron trasladados a Córdoba y se hallan sepultados en el atrio de la Catedral cordobesa.
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