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De La Sota: Un puente a la historia

“Puentes”, era el nombre elegido por José Manuel De la Sota para el ciclo televisivo que comenzaría a difundirse en breve. Prometía “hablar de lo que nos une”, como advirtiendo que no venía a ensanchar la grieta, sino todo lo contrario. Sin embargo, el destino le tenía preparado otro puente muy distinto al que planeaba tender; uno alejado de las cuestiones terrenales que seguramente lo transportará al universo etéreo de la historia y la memoria colectiva.

Él, que trajinó a lo largo de su vida las rutas de las provincias y del país, encontró la muerte en una que conocía como la palma de su mano. Paradojas del destino difíciles de asimilar.

Incansable, tenaz, perseverante hasta la obstinación —quizás por su linaje vasco, o tal vez por algún mandato autoimpuesto— estaba empeñado en persistir en el esfuerzo hasta coronar su mayor aspiración: convertirse en el quinto presidente cordobés de la historia. Más allá de cualquier cálculo o especulación, nadie podría haber frenado esa ilusión, como tampoco nadie que lo conociera lo suficiente hubiera podido imaginarlo retirado, alejado de la política, su mayor pasión.

Protagonista intenso de su tiempo, su trayectoria recorre de punta a punta los últimos azarosos 50 años de historia argentina. Una extensa carrera jalonada de éxitos y fracasos: el mayor logro, haber sido tres veces gobernador de Córdoba. Un mérito indiscutible que le pertenece: convertir al peronismo en oficialismo durante dos décadas en una provincia poco empática, a diferencia de otras.

Veinteañero, su militancia comenzó en los fragorosos años 70, sufriendo las secuelas de la brutal interrupción del orden constitucional en 1976. Después de 1983, recuperado el estado de derecho, fue uno de los principales mentores de la llamada Renovación Peronista, la experiencia democratizadora que reconcilió al peronismo con la sociedad, devolviendo la confianza perdida de los argentinos en el movimiento fundado por Juan Domingo Perón. En esa etapa fue, sucesivamente, diputado nacional, embajador y senador nacional.

Primus inter pares —un lugar ganado merced a talento y condiciones naturales de liderazgo—, fue la referencia superior de varias generaciones de dirigentes que en distintas etapas compartieron su trayectoria pública. A casi todos prohijó, aún a quienes se convirtieron en antagonistas.

Acostumbrado a lidiar con la adversidad, supo emerger de los trances difíciles, políticos y personales. A las derrotas electorales y traspiés del oficio, deben sumársele las pérdidas traumáticas de seres queridos. De todo se repuso, a fuerza de una voluntad inquebrantable que lo empujaba a hallar la mejor forma de volver al ruedo con renovados bríos. En eso estaba, una vez más, convencido de que aún tenía mucho para dar —probablemente lo mejor de sí, fecundado por la experiencia y la maduración adquiridas a lo largo del camino— a su país y su gente. No pudo ser.

Se fue un grande que seguramente dejará una huella indeleble en la historia política contemporánea, tal como lo refleja la congoja que su partida intempestiva despertó en amplios sectores de la sociedad y la respuesta condolida y respetuosa de todo el arco político argentino.

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