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El barrio y su carcel

¿Por qué levantar la cárcel en el llamado Bajo Galán y no en otro lado? La respuesta puede bucearse en el mensaje que acompañaba a la ley sancionada en 1887, en tiempos del gobernador Ambrosio Olmos : “el establecimiento será planteado fuera del radio de la ciudad, como es debido, pero cercano a esta y en terrenos que ya han sido cedidos sin remuneración con tal objeto por particulares”.

Por entonces, la cárcel pública funcionaba en el caserón existente frente a la explaza Vélez Sarsfield, donde luego se levantó el colegio Olmos y más tarde un shopping. No era un edificio seguro ni apto para esos fines.

Lo que en la actualidad es barrio San Martín era una extensa planicie baldía, que se extendía desde los llamados “potreros de Ducasse” (actual barrio Providencia) hacia el norte: “El edificio de las Concepcionistas debió destacarse en el panorama extremo y bastante deshabitado del Bajo Galán”, dice el maestro Bischoff en su imperdible Historia de los barrios de Córdoba.

El cauce del Suquía era una barrera infranqueable para acceder a esa zona, hasta que en 1890 se construyó el puente Avellaneda que reemplazó al vado existente.

El proyecto de la cárcel corrió por cuenta de Francisco Tamburini quien, entre otras joyas arquitectónicas, diseñó el Banco de Córdoba, el Teatro Nuevo (rebautizado Rivera Indarte) y el Hospital de Clínicas. La construcción se demoró por diversas vicisitudes propias de la época, habilitándose en 1895 los dos primeros pabellones.

Poco a poco, a la vera del predio que ocupaba seis manzanas de hoy comenzaron a brotar boliches y negocios al menudeo donde las visitas hacían tiempo y compraban provisiones para los reclusos. Trasladarse hasta el penal no era fácil: en los primeros tiempos no hubo medios de transporte, hasta que llegó el tranvía tirado por caballos que tenía la punta de línea en la actual escuela Yrigoyen, luego de trepar el zigzagueante bulevar Castro Barros. Más tarde, el “eléctrico” estiró su recorrido hasta el portón de ingreso del penal, sobre calle Colombres.

El sector se fue poblando hasta conformar el actual barrio San Martín, que durante las décadas siguientes latió al compas de los avatares de lo que pasaba muros adentro. Las plazas y los nombres de las calles fueron apareciendo también de a poco, tanto que la barriada cobró forma definitiva bien entrado el nuevo siglo.

Con el paso de los años se construyeron los restantes pabellones y dependencias hasta abarcar unos 80.000 m2 de superficie construida, donde, pese al deterioro edilicio, de cara a los tiempos, sigue destacando el exquisito pórtico de Tamburini; a la vez que la ciudad, impulsada por las transformaciones económicas y sociales de nueva generación, se fue extendiendo hasta acariciar la vieja cárcel decimonónica, que de a poco fue abrazando.

A su tiempo llegaron (y algunos ya no están) los Baños Públicos, la Casa Cuna, el cine Ideal, el Tango Bar, el Casablanca, la Coca Cola y Automotores Marimón, íconos todos de la emblemática Seccional Novena, que se fue nutriendo de nuevos barrios sin perder del todo su clásico perfil de clase media, tranquilo, de familias.

Así fue como la vida (y la muerte) transcurrieron de ambos lados del paredón perimetral. Dos hechos policiales sacudieron la barriada: la misteriosa desaparición de Martita Stutz en 1938 (la familia de la niña vivía en calle Galán, muy carca de la cárcel) y, en 1959, el asesinato de la familia Yalovetky, cuyo almacén y vivienda se hallaba frente a la plaza de los Burros, otro emblema del barrio.

Tal parece que el traslado de los reclusos y la desafectación del inmueble para el fin que fuera creado es un hecho cercano. Igual, la vieja cárcel permanecerá por siempre en la memoria colectiva de los cordobeses.

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