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Figueroa Alcorta, el cordobés de los tres sillones


José Figueroa Alcorta fue un cordobés de nota. Sin embargo, más allá del tramo de La Cañada que lleva su nombre, en La Docta se sabe poco de él. Por ejemplo, que encabezó los tres poderes de la República: legislativo, ejecutivo y judicial; caso único en la historia argentina. En efecto, fue Presidente de la Nación entre los años 1906 y 1910; titular de la Corte Suprema de Justicia entre 1930 y 1931 y, como vicepresidente, presidió el Congreso de la Nación entre 1904 y 1906.

Cordobés de cuna, nació el 20 de noviembre de 1860, en el seno de una familia tradicional que lo bautizó José María Cornelio del Corazón de Jesús. José Cornelio, como su padre. Fue alumno del Monserrat y de la Universidad Nacional de Córdoba, donde se graduó de abogado en 1882. La política lo tentó desde edad temprana; solía codearse con lo más granado del "juarismo" en El Panal, el club emblema del partido conservador de cuño roquista, que por esos años formaba parte del Partido Autonomista Nacional (PAN), sinónimo de oficialismo en Córdoba y el país.

Carrera ascendente El joven abogado hizo sus primeros palotes en la política cordobesa como Senador provincial, cobrando fama por el juicio político que promovió contra el entonces gobernador Ambrosio Olmos, a quien acusó de malversar fondos públicos. Por esos días, también despuntaba el vicio como periodista, fogoneando la candidatura presidencial de Ramón J. Cárcano desde las páginas de "El Interior", órgano de prensa del cordobesismo juarista.

La debacle producida por la renuncia de Miguel Juárez Celman a la presidencia de la Nación tras la llamada Revolución del Parque, arrastró al hermano presidencial, Marcos Juárez, quien ejercía la gobernación de Córdoba, y a su Ministro de Gobierno, Justicia y Culto: José Figueroa Alcorta. Sin embargo, merced a su cintura política y don de ubicuidad, el ministro saliente sobrevivió la crisis, logrando un escaño de diputado provincial, primero, y poco más tarde, una silla en el gabinete del vicegobernador, Eleázar Garzón, convertido en gobernador tras la renuncia de Marcos Juárez. Para entonces, Figueroa Alcorta ya era un conspicuo integrante del roquismo cordobés, que solía llevar a cabo sus conciliábulos en la bucólica estancia La Paz, próxima a Ascochinga.

No extrañó entonces que, en 1892, con la bendición de Julio Argentino Roca, desembarcara en la Cámara de Diputados de la Nación, mientras Córdoba era gobernada por Manuel D. Pizarro y, tras la renuncia de este, por su vice, Julio Astrada.

La poderosa mano de Roca siguió acariciándolo y, tres años más tarde, resultó electo gobernador de Córdoba, cargo que ejerció entre 1895 y 1898, secundado por José Ortiz y Herrera, prestigioso médico cordobés. Para entonces, ya existía la Unión Cívica Radical como principal fuerza opositora. Además del radicalismo, el nuevo gobernador debió lidiar con los sectores clericales enfrentados agonalmente al liberalismo gobernante.

La gobernación de Córdoba lo catapultó a las grandes ligas: al terminar su mandato, fue electo Senador Nacional por la Legislatura, función que desempeñó entre 1898 y 1904, coincidentemente con la segunda presidencia de su mentor, Julio A. Roca.

Antes de que finalizara el mandato de Roca, debía rearmarse la baraja del poder conservador para asegurar la sucesión. Pese a que algunos habían quedado en el camino, los aspirantes eran varios, pero ganó la pulseada un anciano Manuel Quintana. Nuevamente Roca movió sus influencias para que Figueroa Alcorta se quedara con la vicepresidencia y la jefatura del Congreso.

Al año siguiente -1905-, Figueroa Alcorta la pasó mal: se hallaba en Capilla del Monte cuando estalló la algarada radical y fue tomado de rehén por los rebeldes, quienes lo obligaron a despachar un telegrama de urgencia al presidente Quintana, reclamando inmunidad para los líderes de la revuelta. Al parecer, esta confusa mediación quebró la relación entre ambos, colocando al vicepresidente en el centro de la disputa por una sucesión anticipada que se venía venir, atento al precario estado de salud del primer mandatario.

Una vez más, los reflejos políticos de Figueroa Alcorta funcionaron a pleno y logró sortear las zancadillas de sus rivales, que no pudieron impedir que se convirtiera en presidente interino, hasta el 12 de marzo de 1906, y, desde ese día, tras el fallecimiento de Quintana, en presidente en ejercicio. Ese mismo año murieron Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini.

Presidente cordobés En los años siguientes, las novedades políticas manaban a borbotones, igual que el petróleo recién descubierto en la lejana Patagonia. El conflicto interno en el conservadorismo no tardó en recalentarse, esta vez impulsado por los dirigentes roquistas que querían recortar el poder de un presidente que no les merecía plena confianza. No estaban equivocados: a poco de calzarse la banda presidencial, el primer mandatario comenzó a tomar distancia de su viejo partido y de su líder para intentar construir un poder propio. La réplica no tardó en llegar bajo la forma de una oposición cerril en el Congreso hegemonizado por el PAN, que obligó a Figueroa Alcorta a clausurarlo después que los diputados le negaran al aprobación del Presupuesto para el año 1908.

En distintas etapas de su gestión, tuvo como ministros a conspicuos conservadores: Joaquín V. González, Estanislao Zeballos, Carlos Rodríguez Larreta, Rosendo Graga y Federico Pinedo, entre otros.

Decidido a cerrarle el camino de retorno a Roca, el presidente se dedicó desarticular la red de gobernadores adictos al legendario pope conservador que aún gravitaba con fuerza en la política nacional. El coletazo alcanzó a Córdoba, que fue intervenida, pese a que la gobernaba Ortiz y Herrera, copiloto de Figueroa Alcorta en su momento.

En medio de ese clima beligerante, el presidente sufrió un atentado terrorista que de milagro no le costó la vida. Entretanto, en el país florecía el modelo agroexportador, que derramaba riquezas hacia un solo lado, la de los terratenientes y ganaderos, sumiendo a la inmensa mayoría de la población en la pobreza y la marginalidad, pese a que la Argentina figuraba entre las naciones más ricas del globo. No en vano, las luchas gremiales eran cada vez más virulentas, lo mismo que la represión. El punto más alto de esa escalada de violencia sucedió el 1º de Mayo de 1909, durante la conmemoración del Día del Trabajo, convertida en un verdadero baño de sangre.

Las cosas no variaron en ocasión del primer Centenario, en 1910, que fue celebrado por las clases aristocráticas con gran fasto, pero a punta de sable para evitar desbordes opositores.

Sin embargo, Figueroa Alcorta siguió adelante y fundó su propio partido, Unión Nacional, que postulaba a Roque Sáenz Peña para el siguiente turno presidencial. Antes de abandonar el cargo, intentó un acercamiento con el radicalismo, llegando a entrevistarse con su líder, Hipólito Yrigoyen, quien le demandó una reforma electoral que el presidente no logró consumar.

Última etapa Finalizado su mandato, Figueroa Alcorta, satisfecho por haber clausurado la era roquista y puesto en marcha un nuevo tiempo, no se volvió a su casa. En 1912 fue designado embajador en España, desde donde volvió en 1915 para integrar la Corte Suprema de Justicia, alcanzando la presidencia de la misma –el tercer sillón- durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen.

Falleció en la Capital Federal, donde residía con su familia, el 27 de diciembre de 1931 a los 71 años de edad.

Sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta.


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