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La misteriosa desaparición del TC 48

En los días previos al viaje de instrucción, el entusiasmo se palpaba en el ambiente de la Escuela de Aviación. Cuando al fin llegó el gran día, el centenar de cadetes de la 31ª promoción se repartió casi por mitades en los dos Douglas DC-4 de la Fuerza Aérea, matrículas TC 48 y T 43. Luego de la despedida oficial en la base de El Plumerillo (Mendoza), a la que asistió en entonces presidente de la Nación Arturo Illia, el TC 48 regresó a Córdoba, desde donde despegó en la madrugada del 1º de noviembre de 1965. Sus 68 ocupantes iniciaban un largo viaje, cuyo destino final era Los Ángeles, en los EE.UU., luego de tocar Chile, Perú, Panamá, El Salvador y México.

Fue el último vuelo del TC 48: dos días después, el avión desapareció en algún punto de la ruta entre la base Howard, en Panamá, y el aeropuerto de El Salvador, la siguiente escala. La última comunicación con el piloto se registró una hora después de partir, cuando la máquina se declaró en emergencia. A partir de ese instante se perdió contacto y se desconoce la hora y el lugar del impacto y la suerte corrida por el pasaje. Según el parte oficial, la causa del accidente habría sido el incendio de uno de los motores del ala derecha.

La búsqueda La intensa búsqueda por mar y tierra que se puso inmediatamente en marcha no arrojó ningún resultado. A medida que transcurrían las horas, la peor hipótesis iba cobrando forma. Entretanto, los angustiados familiares de los pasajeros seguían a la distancia los acontecimientos a través de transmisiones de radioaficionados.

El hallazgo de algunas evidencias físicas –chalecos salvavidas, partes del fuselaje y efectos personales-, sirvió de sustento a la hipótesis oficial de que el avión había caído en el mar Caribe. Se descartó la posibilidad de que el TC 48  hubiera caído en tierra firme, como podría haber ocurrido en caso de que el piloto hubiese intentado una maniobra desesperada para un aterrizaje forzoso en Puerto Limón, la pista más cercana, o simplemente extraviado el rumbo, volando sin instrumentos en medio de una tormenta.

Para la Fuerza Aérea, más preocupada en ocultar posibles errores o imprevisiones que en establecer la verdad, el accidente ocurrió en el mar,  a pocas millas de la costa, en algún punto entre Panamá y Costa Rica, próximo a Mike 5, el punto virtual donde el TC 48 dejó atrás el control de Howard y quedó enlazado con Tegucigalpa. Esta lapidaria conclusión se basaba en la última comunicación registrada entre el avión argentino y la torre del aeropuerto guatemalteco, pocos minutos después de que la máquina quedara bajo su control, cuando presumiblemente sobrevolaba el mar.

Los testimonios de los lugareños que decían haber visto esa mañana un avión en problemas y volando a baja altura, e incluso haber escuchado una fuerte explosión, fueron ignorados.

Familiares en acción Al cumplirse un mes, la Fuerza Aérea dio por terminada la búsqueda, sin considerar otras hipótesis ni investigar por su propia cuenta. En lugar de eso, las autoridades asumieron como propias las conclusiones a que arribaron los expertos norteamericanos que dirigieron el rastrillaje. Les bastó, para darse por satisfechos, con esos informes y el hallazgo de algunos objetos recogidos en el mar que exhibieron a los incrédulos familiares, quienes no sólo rechazaron la versión oficial, sino que siguieron reclamando la búsqueda del avión en la selva costarricense, convencidos de que los restos de la  aeronave podían hallarse en algún lugar inaccesible y no en el lecho del mar.

La sospecha cobró más fuerza aún cuando se supo que algunos de los elementos supuestamente rescatados y ofrecidos como evidencia, pertenecían a uno de los cadetes desaparecidos quien se los confió a un compañero que viajaba en el T 43, el mismo que más tarde los entregó a sus superiores. Además, a esa altura ya se tenía la certeza de que la máquina siniestrada no estaba en perfecto estado y volaba con sobrepeso.

Convencidos de que los militares argentinos no moverían un dedo para dilucidar el asunto, y alentados por versiones esperanzadoras que llegaban desde Costa Rica, algunos familiares se trasladaron a Centroamérica para reiniciar la búsqueda en tierra por su cuenta.

Así fue como grupos de deudos de cadetes y oficiales se internaron una y otra vez en la selva costarricense y tomaron contacto con los indígenas que habitaban parajes aledaños a la cordillera de Talamanca, buscando algún indicio que les permitiera dar con el paradero de sus seres queridos. Sin embargo, sólo se toparon con versiones engañosas, personajes ladinos, miedo y reticencia de los nativos y dificultades insuperables; ingredientes de un misterio que parecía agigantarse con el paso de los meses, al cabo de los cuales volvían irremediablemente con las manos vacías. Una de esas expediciones fue cubierta por enviados de la revista Gente, que durante varios números reportó los avatares de aquella penosa búsqueda en plena selva.

El enigma sigue abierto Desde aquellos años, la ausencia de evidencias confiables alimenta una incertidumbre que sólo concluirá si alguna vez aparecen los restos del avión, para de ese modo develar la suerte que corrieron sus ocupantes. Sólo así se cerrará una herida que, pese al tiempo transcurrido, permanece abierta.

Durante décadas, las máximas autoridades del Ministerio de Defensa y de la Fuerza Aérea se mostraron reacias a reabrir el caso, cerrado oficialmente en 1967. Sin embargo, en los últimos años comenzó el descongelamiento del tema a partir de un cambio de actitud por parte del gobierno argentino. En los primeros meses de 2008, los mandos aeronáuticos decidieron poner en marcha la llamada Operación Esperanza, una serie de expediciones terrestres para rastrear la máquina perdida.

Esta vez se contó con tecnología moderna, como localizadores satelitales (GPS) e instrumental para detección remota de metales. Sin embargo, las dificultades para acceder al área predeterminada, una zona completamente inhóspita e impenetrable, conspiraron contra el éxito de esa primera incursión, que se repitió en el mes de noviembre del mismo año. Al año siguiente, se realizó una tercera expedición, de la que participaron, como en las anteriores, personal militar y algunos familiares, además de expertos locales. Todavía hubo una cuarta, y esta vez los rastreadores hallaron un viejo cementerio aborigen, considerado un tesoro arqueológico, pero ni señas del avión perdido.

Historias de vida Por encima de las cuestiones técnicas y los nulos resultados de las búsquedas –que seguramente continuarán, con o sin apoyo oficial-, el caso del TC 48 encierra una historia paralela, la de los familiares de las víctimas, que le otorga  dimensión humana y lo torna inmune al transcurso del tiempo.

A todas esas personas –esposas, padres e hijos-, el 3 de noviembre de 1965, la vida les cambió para siempre.  Para ellos, desde aquel día en adelante, nada fue igual. La desdicha los acompañaría por el resto de su existencia y a muchos de ellos la muerte les llegaría antes que la verdad.

Mientras tanto, los 69 ocupantes del TC 48 permanecen como desaparecidos, un estatus similar a las víctimas de la última dictadura. En la plaza de armas de la Escuela de Aviación Militar de la ciudad de Córdoba, un monolito recuerda la tragedia.

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