El Cordobazo fue un acontecimiento enmarcado en el clima de época de entonces.
En nuestro país, la política económica y el autoritarismo exacerbado de la dictadura instaurada en 1966, llamada Revolución Argentina, suscitaba un fuerte rechazo social y la consiguiente escalada de protestas gremiales. Córdoba se erigía como un baluarte del gremialismo combativo y de la unidad obrero estudiantil.
En ese contexto, la CGT nacional decretó un paro general de 24 horas para el viernes 30 de mayo de 1969. En Córdoba, la medida se adelantó al jueves 29, con la modalidad de paro activo, con abandono de los lugares de trabajo a media mañana y concentración frente a la sede de la CGT, en la avenida Vélez Sarsfield de la capital cordobesa.
La movilización se acordó entre los principales referentes del movimiento obrero: Elpidio Torres, titular del SMATA; Agustín Tosco, secretario general de Luz y Fuerza; y Atilio López, secretario general de la Unión Tranviarios Automotor.
El ambiente venía caldeado. El SMATA rechazaba la pretendida derogación del llamado “sábado inglés”, que consistía en pagar ocho horas, aun cuando ese día se trabajasen sólo cuatro y que el régimen quería abolir. El 14 de mayo, una asamblea multitudinaria en el local del Córdoba Sport de calle Alvear había terminado en refriegas, corridas, palos y gases.
El 29, tras el abandono de tareas, una gruesa columna partió desde la planta de IKA Renault en el barrio de Santa Isabel y avanzó hacia el centro de la ciudad, engrosándose a su paso. El primer choque con la Guardia de Infantería se produjo en las inmediaciones de la Ciudad Universitaria, frente al Hogar Escuela. A la misma hora, otros gremios se concentraban en distintos puntos de la ciudad junto a las agrupaciones estudiantiles que se plegaron a la movida.
Cerca del mediodía, Máximo Mena, obrero de IKA Renault, cayó baleado por la policía en la esquina de bulevar San Juan y Arturo M. Bas. La noticia de esa primera baja recorrió la ciudad y desató una verdadera pueblada. Barricadas, corridas, gases, vidrieras rotas, ataques a la Xerox, a la confitería Oriental y a la concesionaria Citroen, en las inmediaciones de la plaza Colón. Desde los edificios, la gente arrojaba cosas en desuso para levantar barricadas.
En medio de la batahola, la policía se replegó, cediendo el control del terreno a los manifestantes. Los efectivos del ejército al mando del general Jorge Carcagno entraron a la ciudad cuando caía la tarde, desplazándose desde los cuarteles por la avenida Colón, para retomar el control de la situación en las horas siguientes. En barrio Clínicas, los estudiantes resistieron esa noche el ingreso de las fuerzas de seguridad mientras francotiradores apostados en los edificios hostigaban a los militares, mientras un apagón operado por la gente de Luz y Fuerza dejaba la ciudad a oscuras.
En los días que siguieron se produjeron allanamientos de sedes gremiales, detención de dirigentes y un endurecimiento generalizado de la represión, pero el levantamiento popular tuvo un fuerte efecto simbólico, provocando la caída del gobernador Carlos Caballero y, un año después, la de Juan Carlos Onganía, quien no logró recomponerse del duro revés.
Si bien el Cordobazo se planteó como una jornada de lucha por reivindicaciones laborales, su desarrollo ulterior lo convirtió en un grito libertario que resonó dentro y fuera de aquella Argentina de fines de los años 60. Desde entonces, forma parte de la saga de luchas populares contra regímenes autoritarios, junto a eventos emblemáticos de la misma época, como el Mayo francés, la Primavera de Praga o la masacre de Tlatelolco.
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