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El peronismo, 73 años después

El pasado 17 de octubre el peronismo cumplió 73 años de existencia. La celebración de un nuevo aniversario dejó a la vista la fragmentación que lo atraviesa y que incide en su capacidad de presentarse como mejor alternativa de cara a la sociedad.

A lo largo de más de siete décadas el peronismo mantuvo una presencia activa en la vida política argentina, sufriendo avatares y crisis de distinto alcance y naturaleza que, con mayor o menor costo y dificultades, logró superar.

En esa travesía temporal pueden identificarse, a manera de imágenes simbólicas, una sucesión de momentos históricos que representaron otros tantos trances críticos del movimiento fundado por Juan Domingo Perón, algunos impregnados de tragedia. Por su volumen e intensidad, el peronismo expandió sus procesos internos al resto de la sociedad; por eso mismo, en cada uno de los momentos señalados la impronta peronista impregnó el clima de época.

¿Cuáles fueron esos momentos? En un exceso de síntesis y dejando en el camino mucha tela para cortar, podría ensayarse un hilo histórico, década a década, desde 1945 hasta el presente. Va de suyo, aunque conviene aclararlo, que ningún momento es igual a otro, aun cuando haya componentes o rastros similares. Así, al momento fundacional y primer gobierno (1945-1955) le sucedió el “momento Revolución Libertadora”, probablemente la instancia más dramática para el peronismo. En la década siguiente, años 60, un “momento Vandor” puso en vilo la unidad del movimiento y desafió la conducción de Perón. Le siguió, en los convulsionados años 70, el “momento Montonero”, que exacerbó las contradicciones internas hasta el límite del paroxismo.

Pasada la pesadilla de la última dictadura, ya sin Perón en este mundo, el advenimiento del “momento Alfonsín” desplazó en los años 80 al justicialismo de la centralidad de la política argentina, colocándolo en una de las instancias más cruciales de su historia. Sin embargo, el peronismo logró renovarse y gracias a ello volvió al poder en el siguiente turno electoral. Que dio paso al “momento Menem”, la versión peronista heterodoxa de la década del 90. Las secuelas de la crisis de fines de 2001, a su vez, dispararon el “momento K”, que se estiró hasta 2015, inicio a su vez del actual “momento Cambiemos”, que devolvió al peronismo al llano.

La enumeración precedente —para nada exhaustiva— es al solo efecto de visualizar cómo la realidad —la única verdad, en términos aristotélicos— fue imponiendo contextos cambiantes y obligando a los actores a adaptarse; algunos, como el peronismo, con más eficacia y versatilidad que otros que fueron perdiendo terreno.

Nuevamente en el llano, el peronismo luce envuelto en una crisis existencial que trae reminiscencias de la de 1983, cuando su futuro se tornó incierto. Muchos creen que la historia puede volver a repetirse, y no son pocos quienes —resignados quizás— afirman que si el peronismo no forma parte del paisaje oficial, la Argentina resulta ingobernable.

Sin embargo, debe tenerse presente que también al peronismo —en cualquiera de sus versiones— lo comprenden las generales de la ley en cuanto a que, en una Argentina agrietada y malhumorada, en el marco de una democracia de baja calidad institucional, la sociedad percibe a los partidos políticos y sus dirigentes como parte del fracaso nacional, casi sin distingos.

En efecto, las estructuras partidarias, cerradas y de escasa vida interna, no fungen en el presente como ámbitos genuinos de representación ciudadana, sino más bien como meros instrumentos electorales que se activan a la hora de las urnas para volver a desactivarse pasados los comicios.

También es cierto que el peronismo no es el mismo de sus orígenes: muta y se reinventa a fuerza de puro pragmatismo, y bien podría hacerlo una vez más si acierta a acomodar las cargas internas y encuentra un candidato potable. Pero es igualmente cierto que la sociedad, sensibilizada por la exposición brutal de la corrupción y disconforme con el desempeño de la dirigencia en su conjunto —no sólo política—, exige más que consignas o candidatos de ocasión. La profundidad de la crisis obliga a respuestas más profundas y realistas.

En ese contexto adverso para la política, en el caso del peronismo, la apelación a la unidad, un paradigma fundacional, puede servir para reconciliar sectores o figuras hoy enfrentadas, pero no alcanza per se para recuperar la centralidad perdida. Recorrer ese camino de unidad es una condición necesaria pero no suficiente para garantizar a la sociedad un destino más venturoso del que ofrecen el gobierno actual u otros partidos.

En el marco sucintamente planteado, el desafío del peronismo para reconquistar el favor de las mayorías es grande y entraña un esfuerzo que va más allá de lograr una feliz articulación de las partes hoy separadas. Más aún si se eleva la vara del objetivo a lograr, es decir, si se la coloca por encima de la búsqueda de un mero éxito electoral, apuntando a la resolución de los problemas estructurales de la Argentina, empezando por la pobreza, el más urgente de todos. Lo que significaría, a su vez, una vuelta a las fuentes doctrinarias expresadas en la legendaria bandera de la justicia social.

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