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Indignados con la política

¿Qué cosa indigna tanto a los miles que acampan desde hace días en la Puerta del Sol de  Madrid? Los protagonistas del llamado 15 – M aclaran que sacaron su reclamo a las calles, hartos de un entramado político que hace rato no enamora ni sirve para resolver los problemas de la sociedad. Los más exacerbados hacen extensivo su cansancio a la monarquía, ese resabio medieval que varias naciones del Viejo Mundo mantienen hasta hoy.

Tampoco es un movimiento generacional en el sentido estricto de la palabra. Si bien es cierto que entre los manifestantes predominan los más jóvenes, también lo es que, aun cuando sigan desde sus casas los acontecimientos por la tele, personas de todas las edades aprueban las consignas enarboladas por aquellos.

Las causas que llevaron a tanta gente a sacarse la bronca en la vía pública son varias y de distinta naturaleza. En primer lugar, es innegable que el fantasma de la última crisis económica se menea, amenazante, sobre las cabezas de los atribulados europeos, otrora beneficiarios del añorado estado de bienestar que se esfumó para siempre. No en vano, el malhumor de ese parlamento callejero autoconvocado se traduce en furiosas pancartas dirigidas a los dueños del poder económico, lo mismo que las protestas activas frente a las principales casas bancarias.

Sin embargo, reducir el reproche ciudadano a una cuestión meramente ligada al estómago o al bolsillo sería incurrir en una lectura ligera, incompleta. La cosa va más allá y asume el carácter de interpelación al poder de turno, cualquiera sea, tanto que los propios actores aclaran que el sayo les cabe por igual a los dos grandes partidos españoles: el PSOE y el Partido Popular. Al ponerlos en la misma bolsa, dejan en claro que ni siquiera les genera esperanza el casi seguro recambio con vistas a las elecciones del año venidero, porque ven al probable ganador como “más de lo mismo”.

En esa línea interpretativa, surgieron comparaciones inevitables que van desde el glamoroso Mayo Francés de 1968 hasta las recientes movilizaciones en países de Medio Oriente en pos de una mayor democratización y apertura. También fue evidente el creciente influjo de los medios tecnológicos de nueva generación, como Internet y la telefonía celular; lo mismo que la gravitación de las llamadas redes sociales a la hora de convocar manifestantes espontáneos, un fenómeno que al parecer llegó para quedarse. 

¿Y por casa cómo andamos? A la distancia, la tentación de trazar paralelos con nuestra realidad es grande. Tanto que la presidente Cristina Fernández de Kirchner, en uno de sus discursos, dio su propia visión del tema.

Sin embargo, la traslación del fenómeno a nuestra realidad no es automática ni lineal. Es cierto que las postales que desparramó la televisión española por todo el mundo evocan la Argentina de fines de 2001, desgarrada por una crisis sin precedentes.

Menos trágicas, felizmente, estas jornadas exhalan el mismo clima de crispación que allá optaron por llamar “de indignación”. Misma repulsa popular a una dirigencia agotada, con la pólvora mojada para  proveer soluciones a los problemas más acuciantes de la gente. Aquí fue el tristemente célebre “corralito” el que impulsó a los ciudadanos a las calles a golpear sus cacerolas y pedir a voz en cuello que se vayan todos.

Allá, el reclamo es más sofisticado, pero la atmósfera ateniense es la misma, con asambleas y todo. Lejos de un discurso único o preelaborado, asombra lo parecido de los testimonios reproducidos por los medios con los que se escuchaban aquí en el 2001. Que en algunos casos suenan más anárquicos y combativos que en otros, pero en todos ellos sobrevuela, además de la indignación, la demanda de cambios de fondo en el funcionamiento de las instituciones políticas que no conforman a nadie.

Cómo sigue Si allá pasa lo mismo que acá, una vez que mengüe la catarsis colectiva, y si, a su vez, la economía hace su parte y el desempleo para de crecer, es probable que todo vuelva gradualmente a su cauce. Como fuere, igual que acá, lo vivido dejará una huella indeleble en el cuerpo social, que quedará sensibilizado y, sobre todo, en estado de alerta.

Por el momento, a tenor de lo sucedido en los recientes comicios, la movida aún no tiene traducción electoral, tanto que el domingo 22 de mayo las urnas españolas funcionaron de un modo bastante previsible. Sin embargo, el casco del sistema quedó escorado por una rebelión civil tan inesperada como ninguneada por la política tradicional.

Justamente por eso, la clase dirigente, como ocurrió aquí, deberá tomar buena nota de que en adelante ya nada le será gratis, y que los métodos y prácticas que lastiman la piel ciudadana deberán quedar de lado al menos hasta que pase el chubasco, algo que nadie sabe si ocurrirá y cuándo.

Por el momento, está bueno seguir con atención un proceso que aún cuando parezca lejano y ajeno, o demasiado vanguardista para el gusto de algunos, puede presentarse sin aviso donde quiera que sea.

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