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La ciudad de todos

Cualquier barrio de Córdoba, a la hora que más le guste del día de la semana que prefiera. Mitin casual de vecinos. Tema: la ciudad, el estado de la ciudad. Abre el fuego un vecino pidiendo que el colectivo pase con mayor frecuencia, otro que corten los yuyos que invaden el barrio, un tercero que se estire un poco más la vida del cospel, hasta que la tarjeta funcione. Una vecina reclama por el cordón cuneta, al menos, para que su calle luzca mejor hasta que algún día llegue el pavimento; otra, a su lado, mira hacia arriba y lanzando un suspiro reclama por las luminarias. Dice que por las noches la cuadra es una boca de lobo. Un joven que escuchaba en silencio “se prende” y peticiona por un playón deportivo, para que los pibes puedan tener un lugar para practicar deportes en lugar de “chupar”. Un jubilado de gesto adusto se anima y plantea que solucionen el problema del tránsito caótico de la ciudad, y que no sigan nombrando personal, que con los que están es más que suficiente. Un recién llegado suplica que al nuevo intendente que no se le ocurra subirle los impuestos, que ya no da más. Ni el boleto del transporte, añade otro, preocupado por lo que se viene. Una señora que porta una escueta bolsa de supermercado suelta al pasar que estaría bueno que hagan algo por los perros de la calle, que los pobres deambulan sin que nadie se ocupe de ellos. Al jubilado le parece más importante que la Municipalidad mejore el estado y la atención de los dispensarios y de los hospitales, que según él están muy venidos a menos. La señora de los perros retruca y pide, además, una guardería municipal para su sector, que las mamás que trabajan no tienen dónde dejar los chicos. La que solicitó el cordón cuneta va por más y ahora reclama por un basural a cielo abierto que hay ahí a la vuelta y es un foco de contaminación y enfermedades infecciosas. Un señor que permanecía callado asiente con la cabeza y dice que ni hablar del estado de las cloacas colapsadas, que en su calle obligan a andar con “galochas”. El joven que no sabe lo que son las galochas pide trabajo, que es lo que hace falta para sacarlo a él y sus amigos de la calle, atestada de peligros. Y así. Podríamos seguir hasta el infinito con la crónica de este mitin imaginario de vecinos, como se dijo, en cualquier esquina de cualquier barrio de nuestra Córdoba. Postales todas de nuestra querida ciudad.

Que desde el sábado tiene nuevo intendente. El doctor Mestre. Que recién toma los remos y sabe lo que le espera, que es atender todas esas quejas y muchas, muchas más que podrían componer un listado tan largo como la bronca de los vecinos. Es que la ciudad no está bien. Sabe, también, que no se trata de recurrir al consabido libreto del que llega de  denunciar la pesada herencia recibida y cargar en la que cuenta del que se va todo lo malo y cruzar los dedos para que le toque dar sólo buenas noticias, algo imposible en los tiempos que corren. Sabe que las finanzas no son florecientes ni por asomo, que a gatas con lo que queda después de pagar sueldos y auxiliar a la Tamse y la Crese no se puede hacer gran cosa. Ni hablar de cosas importantes, pesadas, como las obras de cloacas, desagües, pavimento, redes, que la ciudad clama a gritos. Sabe que faltan insumos elementales, como papel para fotocopias, gasa en los dispensarios, combustible para los camiones de bacheo, motoguadañas, ropa de trabajo para las cuadrillas, y esto y lo otro. Que el 107 está paralizado y los CPC abandonados a su suerte. Tampoco habrá demasiado tiempo para satisfacer esa demanda infinita porque la paciencia de los vecinos es finita, finita como un cabello. Y con razón: la gente necesita que el Municipio funcione, que salga de su letargo y preste los servicios a su cargo, que le mejore la vida a la gente, no que se la complique como viene pasando.

El gobernador dice que le va a ayudar. Enhorabuena, ojalá así sea. ¿Podrá? Digo, porque él tiene que administrar una provincia desfondada y según parece necesita que lo ayuden a él. ¿Y el gobierno nacional? ¿Ayudará? Puede ser, pero si yo fuera el doctor Mestre pondría el acento en mi propia gestión. No es que tenga nada de malo pedir ayuda, al contrario, tiene que hacerlo. Lo que pasa es que la suerte de la ciudad no puede quedar condicionada a que ese auxilio, que depende sólo de la buena voluntad, llegue o no. Por eso lo mejor es hacer de cuenta que no y mientras tanto afinar la gestión todo lo que sea posible con lo que se tiene. Después, lo que venga de arriba bienvenido sea. Eso sí: sin que afecte la capacidad y autodeterminación del Municipio, bastante lastimada en los últimos tiempos por la intrusión del poder provincial, o de los desarrollistas privados, por caso. 

Algunas cosas que el doctor Mestre dijo en su discurso inaugural son encomiables. Que hace falta planificar, que se va a necesitar construir consensos que vayan más allá de las fronteras partidarias, que a la gente hay que decirle la verdad.  Habló de esfuerzo, prudencia, austeridad, trabajo, sacrificio; palabras mágicas, que ojalá rindan los resultados esperados. Está bueno, es lo que se necesita para sacar la ciudad adelante. Y capacidad, oficio, experiencia, imaginación y otros atributos propios de las buenas gestiones, intrínsecos del éxito.

Sin embargo, en medio de ese valle de lágrimas, hay una buena noticia. Y es que la ciudad es de todos y todos la queremos por igual. Que estamos dispuestos a hacer por ella lo que esté al alcance de cada uno, siempre y cuando el ejemplo cunda de arriba hacia abajo. Que no se cargue sobre los hombros de los vecinos el costo de sacarla adelante, sino que sea un esfuerzo compartido, equitativo y solidario. En ese camino, el doctor Mestre encontrará el apoyo que necesita. Empezando por el nuestro.

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