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La semana trágica de 1919

El jueves 9 de enero de 1919 se llevó a cabo el sepelio de las víctimas de la llamada Semana Trágica, una página cruenta de la Historia argentina que ese día tuvo su pico de horror.



Transcurría el tercer año del primer mandato del presidente Hipólito Yrigoyen, quien en aras de la paz social solía aplicar políticas de mediación y arbitrajes en las cuestiones laborales, aunque no siempre se lograba frenar luchas obreras que persistían desde fines del siglo anterior, impulsadas por el sindicalismo revolucionario.


Uno de esos conflictos se desató sobre fines de 1918 en los Talleres Metalúrgicos Vasena, un establecimiento que ocupaba dos manzanas en el barrio porteño de San Cristóbal. Los obreros reclamaban mejores salarios y reivindicaciones de larga data como la jornada laboral de ocho horas y el descanso dominical pago. La empresa se negó a considerar tales planteos y en diciembre de aquel año comenzó la huelga liderada por distintos nucleamientos gremiales, entre ellos los anarquistas revolucionarios de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) V Congreso y otros.


Enseguida, el conflicto escaló en dureza; mientras los trabajadores, apoyados por el vecindario, organizaban piquetes para impedir el paso de los carros que abastecían la materia prima, la patronal recurría a rompehuelgas que no trepidaban a entrar en acción. La tensa situación era celosamente vigilada por soldados del escuadrón de Seguridad —la temible policía montada— y bomberos armados.


Enero de 1919 arrancó con una balacera en las inmediaciones de la fábrica que terminó con un policía muerto y tres civiles heridos. La situación fue cobrando intensidad, hasta que el martes 7 se produjo otra batahola callejera y esta vez hubo cuatro obreros muertos y más de treinta heridos.

El conflicto se extendió a otras ramas que se plegaron a la huelga, enarbolando sus propios reclamos; el clima beligerante del pasado reciente renacía en las calles porteñas. Los principales medios gráficos reportaban la situación a la vez que alertaban del “peligro comunista”. Por esos días, los ecos de la reciente revolución bolchevique se expandían por todo el planeta. Yrigoyen, temiendo que la escalada fuera en aumento, removió al jefe de Policía y puso a cargo de la fuerza al ministro de Defensa Elpidio González, un correligionario de extrema confianza, a la vez que nombró al general Luis Dellepiane comandante militar de la ciudad, autorizándolo a que las tropas ganaran las calles en previsión de nuevos desbordes.


El jueves 9; el cortejo fúnebre, portando crespones y banderas rojinegras, avanzaba hacia el cementerio de la Chacarita, portando los ataúdes a pulso (imagen), mientras en diversos puntos de la ciudad paralizada se producían disturbios, quemas de tranvías y asaltos a armerías. Elpidio González intentó en vano parlamentar con los manifestantes, pero debió abandonar precipitadamente la escena. El desborde represivo siguió fuera de cauce: el escuadrón de Seguridad, reforzado por efectivos del Ejército, ametralló a los manifestantes ocasionando treinta muertos, entre ellos cinco niños. Entretanto, el avance del cortejo desataba nuevos enfrentamientos a su paso. A esa altura, actuaban a cara descubierta grupos de civiles armados que más tarde formarían la Liga Patriótica Argentina, de clara filiación antisemita.


La multitudinaria columna llegó a la necrópolis poco antes de que cayera la tarde y apenas comenzaron los discursos inflamados al pie de las tumbas, el cuerpo de caballería, la infantería y los bomberos cargaron sobre los presentes que huían en todas direcciones, pisoteando las sepulturas y parapetándose contra los murallones. La acometida fue feroz, a sablazo limpio, con disparos de armas de fuego y atropelladas de los equinos; se calcula que hubo otros cincuenta muertos. Entretanto, en el parlamento ardía un debate poblado de acusaciones cruzadas entre los distintos bloques. Al día siguiente los anarquistas llamaron a una huelga general por tiempo indeterminado, que no tuvo demasiado eco. Mientras los muertos permanecían insepultos, de a poco el ejército retomó el control de una ciudad que al caer la noche ofrecía el aspecto de una plaza sitiada., aunque los incidentes se prolongaron durante todo ese fin de semana. Las represalias corrieron por cuenta de los grupos civiles que, en nombre de la argentinidad, no se privaron de atacar objetivos judíos y cometer toda clase de desmanes.


Al cabo de algunos días, la patronal hizo lugar a buena parte de la demanda de los huelguistas y cesó el sangriento conflicto que pasó a la historia como la Semana trágica, marcando a fuego el clima de época. Fue un trago amargo para el presidente Yrigoyen que, desbordado por los acontecimientos, no logró frenar la masacre. Todo lo que pudo hacer fue apadrinar un acuerdo tardío que marcó el punto final de la tragedia.


Según el diario socialista La Vanguardia, el penoso saldo de aquellas tristes jornadas fue de 700 muertos y 4.000 heridos.

 

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