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Pavón o el fin de la Confederación

Corría el año 1861. Habían transcurrido menos de dos años desde la batalla de Cepeda y un nuevo enfrentamiento armado parecía inevitable. Igual que entonces, la grieta entre Buenos Aires y la Confederación Argentina –que agrupaba al resto de las provincias- se resquebrajó y la guerra volvió a asomar en el horizonte.

En un último intento por evitarla, se llevó a cabo una reunión cumbre impulsada por algunos diplomáticos extranjeros de la que participaron los tres máximos protagonistas de aquel momento histórico: Bartolomé Mitre, Justo José de Urquiza y el presidente de la Confederación, Santiago Derqui. La conferencia se realizó el 5 de agosto, a bordo del Oberón, un buque inglés anclado en el río Paraná, cerca de Rosario. Durante ese encuentro, no fue posible acercar posiciones entre Mitre, el jefe del bando porteño, por un lado, y Urquiza y Derqui, representantes de las provincias, por el otro. Uno de los puntos centrales de la discordia fue el referido al control de la Aduana, que ambas partes reclamaban para sí. El manejo de los suculentos recursos aduaneros confería poder político y, por ese motivo, estaba en el centro de la disputa. Una de las principales dificultades, si no la mayor, que enfrentaba el gobierno de Paraná era precisamente la escasez de fondos, mientras que la opulenta Buenos Aires, con la Aduana en sus manos, tenía ese problema resuelto. Por esa razón, a Mitre y sus amigos les convenía que la Confederación siguiera siendo indigente y cautiva de los subsidios que le giraban en cuentagotas.

Mientras ambos bandos aceleraban los preparativos para el choque armado, las negociaciones siguieron su curso, aunque sin mayores resultados. El 22 de agosto hubo un nuevo encuentro que sólo sirvió para que las partes ratificaran sus posturas irreconciliables. Todo aquello no era más que un mero trámite: ninguno de los dos contendientes estaba dispuesto a ceder ni un ápice, convencidos de que la confrontación armada era inevitable y que, confiando en un triunfo seguro, el resultado de la misma mejoraría radicalmente sus respectivos posicionamientos en la mesa de negociaciones. En tierra cordobesa Con la guerra en ciernes, Derqui creyó llegada la hora de hacer entrar en juego a su provincia natal. Aprovechando la convulsión general y el conflicto de poder suscitado en Córdoba, donde gobernaban los liberales, el Congreso de la Confederación dispuso la intervención a la provincia mediterránea y, en un hecho sin precedentes, el presidente en persona se hizo cargo de su gobierno. Con dicha maniobra, Derqui perseguía un doble propósito: desalojar del poder a los liberales promitristas y asegurarse al mismo tiempo el control del centro del país con vistas a la guerra que se avecinaba. Es posible que, además, haya existido la intención –condicionada a la evolución de los acontecimientos- de trasladar posteriormente la capital a Córdoba.

En su tierra, Derqui llevó a cabo una verdadera “depuración” de adversarios, separando a los rivales de la Confederación de los cargos públicos que ocupaban y enviándolos al destierro. Luego de reclutar a todos los hombres que pudo, partió raudamente hacia Rosario. Antes, para asegurarse el control de la estratégica provincia, delegó el mando en Fernando Félix de Allende, un antiguo federal “ruso” de su confianza. Se dice que en pocas semanas Derqui logró reunir un contingente de aproximadamente 10 mil hombres, que se sumó al resto de las fuerzas de la Confederación bajo el nombre de Ejército del Centro, una de cuyas divisiones estaba al mando de Ángel Vicente Peñaloza, el legendario “Chacho”. Los comandantes de las otras cuatro divisiones eran los generales Francia, Alvarado y Navarro, y el coronel Saá. En Rosario, el Ejército del Centro confluyó con el resto de las tropas nacionales allí acantonadas, quedando bajo las órdenes de Urquiza, general en jefe de las fuerzas de tierra y mar de la Confederación, donde se habían alistado todos los caudillos y jefes federales enemigos de Buenos Aires. Desde allí marcharían al encuentro de las tropas porteñas comandadas por Mitre para jugar el destino del país a suerte y verdad en el campo de batalla.

Mientras tanto, Buenos Aires también se preparaba para la contienda, concentrando sus fuerzas en el partido de Rojas, lindante con la provincia de Santa Fe. Por esos días, el gobierno porteño enviaba armas y dinero a algunas provincias para abrir nuevos frentes de conflicto y debilitar a la Confederación. Uno de esos emisarios, el doctor Marcos Paz, fue capturado por las autoridades de Córdoba en el sur del territorio provincial y conducido a Paraná, donde Urquiza posteriormente facilitó su evasión.

Indignado por estas maniobras desestabilizadoras, a fines de agosto el presidente Derqui dirigió un flamígero mensaje al Congreso, denunciando la instigación clandestina con la que el Gobierno de Buenos Aires provocaba la revuelta de algunas provincias. También atacaba “la propaganda inmoral de una prensa frenética que concita a los malos espíritus a seguir su extravío”. El mensaje finalizaba con la declaración de guerra: “En consecuencia de esta conducta, las negociaciones fueron rotas y la gestión de los derechos nacionales queda fiada a las armas. Un ejército poderoso a las órdenes del excelentísimo Capitán General de los ejércitos de mar y tierra (Urquiza) se halla en estos momentos sobre el arroyo del Medio y nuestras fuerzas navales se aprestan como siempre a la victoria”.

Una carta comprometedora  Ala espera de la contienda, Urquiza había instalado su campamento a orillas del Paraná, aunque sin el entusiasmo de otras veces. Allí se encontró con Derqui, recién llegado de Córdoba. Luego de ese encuentro ocurrió algo que, según cuenta Julio Victorica en Urquiza y Mitre, cambiaría definitivamente la relación entre ambos. Parece ser que en un abrigo que Derqui dejó olvidado, la gente de Urquiza halló una carta comprometedora en la que se ponía al descubierto una maquinación en contra del entrerriano.

El autor de la carta, rápidamente convertida en piedra del escándalo, era Mateo Luque, un federal cordobés amigo de Derqui y opositor de De la Peña que años más tarde llegaría a ser gobernador de Córdoba. La lectura de aquella carta despertó en Urquiza la sospecha de que se hallaba frente a una conspiración para desplazarlo del centro del poder y reforzar por esa vía la menguada figura presidencial.

Es difícil saber cuánto influyó este episodio en el ánimo del entrerriano, aunque parece ser que causó en él un gran disgusto. Derqui, para no dañar aún más su relación con Urquiza, guardó prudente silencio. Lo cierto es que a la hora de buscar alguna explicación a la actitud asumida por Urquiza en Pavón y su posterior reclusión en el Palacio San José, resulta válido tejer conjeturas en torno a la famosa carta de Luque. No en vano la palabra más escuchada por aquellos días en Paraná era “traición”.

La batalla El choque finalmente se produjo el 17 de setiembre de 1861. Ambos ejércitos contaban con una cantidad relativamente similar de hombres, aunque el de Buenos Aires estaba mejor pertrechado. Los batallones porteños, ataviados con vistosos uniformes y quepís adquiridos en Europa tras la guerra de Crimea, portaban armas modernas y ligeras; mientras que los de la Confederación dejaban ver la escasez de recursos en su pobre vestimenta y armas antiguas. El enfrentamiento se produjo en las inmediaciones del arroyo Pavón, en la zona limítrofe de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. Las crónicas de la batalla, casi todas coincidentes, dan cuenta de una curiosa situación en la que prevalecieron, respectivamente, la caballería confederada y la infantería porteña. Por esa razón, los hechos ocurridos en el campo de batalla no permiten adjudicar el triunfo a uno u otro bando, al menos no de manera contundente. Como sea, fueron los soldados de Mitre los que emprendieron primero la retirada, perseguidos por las divisiones de Saá y López Jordán. Urquiza, que seguía los acontecimientos a cierta distancia, podría haber decidido la suerte de la pelea en ese momento, enviando a la división entrerriana a cargar sobre los porteños. Sin embargo, decidió no entrar en combate, retirándose parsimoniosamente del lugar para preservar sus fuerzas.

Aquella inexplicable conducta dio lugar a mil conjeturas y alentó suspicacias de todo calibre. Se adjudicó el extraño comportamiento de Urquiza a razones muy disímiles. Para algunos, fue debido a que durante la batalla habría sufrido un doloroso cólico hepático, mientras que para otros obedeció a un mandato de la masonería, a la que pertenecían los principales protagonistas de la época. Lo cierto es que aquella defección de Urquiza dejó una factura pendiente con algunos antiporteñistas recalcitrantes que jamás lo perdonaron, como Ricardo López Jordán, su futuro verdugo.

Un par de días después de la batalla, Urquiza envió a Derqui una carta fechada en Diamante, en la que trataba de explicar su conducta. En ella, Urquiza relata dramáticamente las acciones de combate según su óptica: “Nuestra derecha de infantería se dispersaba cobardemente, y ya vi que nuestro centro se deshacía. Entonces mandé cargar a las divisiones entrerrianas (...). La derrota del enemigo fue completa (...). Entretanto ningún parte me llegaba del centro, ni de la izquierda (...). Todo me hacía presumir aciagamente que sólo habíamos sido favorecidos por la victoria en el ala derecha cuyos movimientos me fue dado dirigir (...). Bien pronto volvió mi ayudante a decirme que todo estaba perdido, que nuestras fuerzas del centro se retiraban en derrota y en dispersión, que no existía ninguna fuerza nuestra ni a nuestro centro ni izquierda, que no había hallado al General Francia, el cual se había retirado (...)”.

Cuenta luego que el comandante Cabanillas había encontrado al general Francia en marcha, ya en la margen izquierda de Pavón, quien le mandó decir con él que todo era perdido, que tratase de salir cuanto antes para pasar a Entre Ríos, y “sacar las fuerzas entrerrianas, únicas vencedoras, y en las que había tenido muy sensibles pérdidas en el encarnizado combate que sufriera”.

En tales circunstancias, a Urquiza se le habría presentado la disyuntiva de retirar la caballería del campo de batalla o sacrificarla en una lucha que consideraba estéril, optando por lo primero. Decidida la retirada, las noticias que recibió camino a Rosario todas fueron aciagas, al tiempo que afirma haber observado durante su marcha la caótica retirada de las fuerzas del centro. Según Urquiza, que confiesa haberse levantado de la cama para estar presente aquel día, ésas fueron las únicas noticias que tuvo hasta llegar a Diamante, donde se encontraba en ese momento. La carta concluía con un virtual renunciamiento del entrerriano. Es de imaginar que esta comunicación debe haber caído como un mazazo sobre el ánimo del presidente Derqui, que se debatía en soledad en medio de la desesperante situación en que se hallaba.

El general Wenceslao Paunero, por su parte, informaba a Mitre acerca de las operaciones ejecutadas por el ejército de Buenos Aires: “Desde su salida de Rojas, hasta el día 17 del corriente, que fueron coronadas por el más brillante éxito en la gloriosa y espléndida victoria obtenida por nuestras armas en los campos de Pavón”.

Era evidente que Urquiza, aunque no lo admitiera públicamente, no estaba dispuesto a reanudar la guerra con Buenos Aires. Para entonces, el gobernador de Entre Ríos había decidido soltarle la mano al todavía presidente de la vapuleada Confederación Argentina, apostando todas las fichas a un entendimiento directo con Mitre. Derqui, obstinadamente, trató hasta último momento de persuadir a Urquiza para que revisase aquella actitud y retomara el control militar de la situación. No lo logró, como tampoco lo lograron los muchos que intentaron lo mismo: había ya un pacto tácito entre Mitre y Urquiza para poner fin a la contienda. Tras algunas escaramuzas condenadas de antemano al fracaso, el 5 de noviembre de 1861 Derqui abandonó el país.

Para entonces, la estrella de Mitre brillaba alta en el firmamento nacional.

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