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Qué fue del virreinato del Río de la Plata


Conformación del virreinato del Río de la Plata
Qué fue del virreinato del Río de la Plata

El virreinato del Río de la Plata, creado en 1776 por orden del monarca español Carlos III, abarcaba cuatro de los países actuales. Además de la República Argentina, reunía en su seno a Uruguay, Paraguay y Bolivia, además de una porción del sur de Brasil y del norte de Chile (imagen). La capital de la nueva jurisdicción resultante de la subdivisión del virreinato del Perú se estableció en Buenos Aires, convertida en la sede de las autoridades virreinales y de la frondosa burocracia española hasta 1810.


La revolución de Mayo fue, en esencia, el reemplazo del virrey Cisneros por una Junta designada por el cabildo de Buenos Aires. La intención original de los inspiradores de la movida fue mantener la integridad territorial del virreinato. Para ello, una vez dado el primer paso, debían dar el segundo: imponer su autoridad en todo el ámbito del antiguo virreinato. Sin embargo, esa intención chocó con en varias partes con voluntades opuestas que decidieron no acatar el nuevo gobierno y ratificaron su lealtad al reino de España.


La guerra independentista que se libró en los años siguientes dejó como resultado la desintegración del extenso virreinato que duró apenas 34 años. Para contextualizar ese proceso deben tenerse presentes cuestiones tales como la situación en Europa, la invasión napoleónica a España, el apartamiento de Fernando VII del trono y la guerra que culminó con la derrota del emperador francés. Si bien España se alió con Inglaterra para enfrentar a la Francia napoleónica, antes y después, los gobiernos ingleses tuvieron apetencia por las colonias americanas y no se privaron de operar y promover revoluciones para facilitar el comercio con las naciones emergentes de las mismas. Sin embargo, la gesta independentista no fue uniforme y obedeció a circunstancias locales antes que a influencias externas.


El virrey del Perú, José Fernando de Abascal, un halcón españolista para quien “los americanos habían nacido para ser esclavos destinados por la naturaleza para vegetar en la oscuridad y el abatimiento”, reincorporó provisionalmente al Alto Perú al virreinato con sede en Lima, aclarando en el decreto de anexión que lo hacía: “…hasta que se restablezca en su legítimo mando el Excmo. Señor Virrey de Buenos Ayres, y demás autoridades legalmente constituidas”.


En Paraguay, entretanto, un Congreso General reunido en Asunción el 24 de julio de 1810 resolvió desconocer al nuevo gobierno y acatar al Consejo de Regencia de Cádiz, el último bastión borbónico en España. La Junta despachó un módico ejército al mando de Manuel Belgrano que se fue conformando en el camino para extender su autoridad en tierras guaraníes. Las derrotas de Paraguarí y Tacuarí sellaron la suerte de la misión y ya no se volvió a intentarlo. Paraguay recorrió desde entonces un camino propio tras proclamarse independiente el 14 y 15 de mayo de 1811.


En la Banda Oriental, el cabildo de Montevideo también planteó la disidencia y el consiguiente acatamiento al Consejo de Regencia, lo que desató una guerra temprana. El gobierno de Buenos Aires recuperó el territorio en disputa el 23 de junio de 1814 tras la caída de Montevideo, sitiada desde octubre de 1812. En 1816 se produjo una segunda invasión portuguesa —la primera fue en 1811—, anexando la región al Reino de Portugal, Brasil y Algarve con el nombre de Provincia Cisplatina. La resistencia liderada por José Gervasio Artigas, jalonada de sucesivas batallas, culminó en 1820 con el exilio del caudillo. En 1825 se declaró la guerra de las Provincias Unidas con el Brasil que registró varias batallas en mar y tierra y culminó en agosto de 1828 con la firma de la Convención Preliminar de Paz por la que se acordó la independencia del Uruguay, una claudicación que arrastró al entonces presidente Bernardino Rivadavia.


El Alto Perú —la actual República de Bolivia— fue escenario de una guerra encarnizada que se prolongó hasta 1824. Entre 1810 y 1815 se sucedieron tres expediciones despachadas desde Buenos que concluyeron en otros tantos fracasos. En aquel territorio alejado de la metrópoli se libraron los memorables combates de Suipacha, Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma, hasta que la derrota de Sipe-Sipe sepultó la intención original de mantener la unidad física con esa región que formaba parte del antiguo virreinato del Río de la Plata. En 1824, la victoria de Ayacucho puso punto final a la guerra americana, pero el territorio liberado se constituyó en una nación independiente: el 6 de agosto de 1825, la Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú, a instancias del mariscal Sucre, declaró la independencia del Alto Perú con el nombre de República de Bolívar, cambiado más tarde por República de Bolivia.


Lo cierto es que, desde el punto de vista estrictamente histórico, no prosperó el proyecto de la Patria Grande que alentaron José de San Martín y Simón Bolívar, entre otros patriotas americanos.

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