Los aumentos de impuestos y tarifas son desagradables en cualquier contexto. Sin embargo, hay circunstancias que los tornan más inoportunos todavía, como sería el caso del aumento en ciernes del boleto urbano en la ciudad de Córdoba.
A continuación, dejando de lado cualquier tentación o intención de politizar el tema, trataremos de fundar esta postura en términos estrictamente técnicos y al alcance de todo el mundo.
Veamos. El sistema de transporte público de pasajeros (TUP) es un modelo económico que, como tal, se rige por números que cierran o no cierran. En el primer caso el sistema será autosustentable y en el segundo, inviable, salvo que se lo subsidie.
Es un modelo por demás sencillo que se basa en las dos variables más comunes en el campo de la Economía: precio (p) y cantidad (Q). En nuestro caso, valor del boleto y volumen de pasajeros transportados, respectivamente. La lógica más elemental indica que un modelo virtuoso es aquel capaz de minimizar la p, o sea el precio del boleto, y maximizar la Q, que viene a ser el público usuario.
Maximizando la Q, transportando más gente, se mejora a su vez la relación pasajero-kilómetro, que es la que marca la diferencia entre un sistema eficiente de uno ruinoso. Sin embargo, a veces no alcanza. En el mundo, en general, el transporte no es autosustentable y requiere de subsidios estatales (S) para que resulte más accesible.
Pasando en limpio lo anterior, el sistema estará en equilibrio si los ingresos por todo concepto (venta de boletos, subsidios, compensación boleto estudiantil gratuito, etc.) cubren los costos totales (CT) del sistema, incluida la rentabilidad empresaria. En otras palabras, si: (p x Q) + S = CT
A simple vista, podría deducirse que todo aumento del lado de los Costos requiere como contrapartida un ajuste del lado de los Ingresos, ya sea vía tarifa (p) o vía Subsidios (S), para que el modelo siga en equilibrio, que es la muletilla recurrente de los empresarios a la hora de pedir reajustes.
Sin embargo, este razonamiento ramplón soslaya la otra variable que puede equilibrar el sistema sin apelar a las mencionadas: la Q, la cantidad de pasajeros transportados, que como se dijo, optimiza la relación pasajero/kilómetro y puede tornar sustentable el modelo sin tener que aumentar la tarifa ni convertirla, como en el caso de Córdoba, en la más cara del país.
Un sistema que se achica
La mala noticia es que en las últimas décadas sucedió todo lo contrario, el sistema de transporte urbano de pasajeros en la ciudad de Córdoba está en retroceso y viene perdiendo clientes sin parar: del millón de boletos diarios que se cortaban veinte años atrás, se pasó a menos de la mitad.
Queda claro entonces que el modelo hace agua por el lado de la Q, que se contrajo notablemente, más si se pondera la caída mencionada con el aumento poblacional o la mayor cantidad de kilómetros recorridos por crecimiento de la planta urbana, lo que la haría más contundente aún en términos reales.
Traduciendo lo anterior a escala humana, quiere decir que en una megalópolis como Córdoba, que cuenta con 1,4 millones de habitantes y un área metropolitana densamente poblada, poco más de 200 mil personas utilizan cada día el transporte público, suponiendo que en promedio cada usuario realiza dos viajes. La mera comparación de cifras visibiliza una subutilización del sistema que arroja una relación muy por debajo de ciudades de igual rango, donde se priorizan los medios de transporte masivos por sobre los vehículos particulares.
Está claro que la gente no está conforme con la calidad del servicio y por eso lo deja de lado y prefiere en cambio movilizarse en medios alternativos, con los consiguientes efectos negativos, ya que el vecino no se queda en su casa, sino que recurre a vehículos particulares que aumentan la congestión del tránsito, la contaminación del medio ambiente y la cantidad de accidentes.
La conclusión es más que obvia, no hace falta ser un experto en materia de transporte para enunciarla: si la Q sigue la tendencia decreciente, es decir si cada vez menos gente usa el transporte público, el modelo requerirá de nuevos aumentos de boleto y más y más subsidios para hallar su punto de equilibrio, tal como viene sucediendo en los últimos tiempos. La complejidad es mayor si se tienen en cuenta una eventual reducción o congelamiento de subsidios nacionales y la escasa o nula capacidad financiera del Municipio para aportar subsidios propios.
Cómo aumentar la Q, debiera ser entonces el eje de políticas de mediano plazo que por el momento son sólo promesas mediáticas. Con el agravante de que el Plan Integral de Movilidad, supuestamente en marcha, no fue dado a conocer oportunamente, incumpliendo lo que establece de modo expreso la ordenanza de Marco Regulatorio del Sistema Público de Transporte que fijó un plazo de 90 días para enviarlo al Concejo Deliberante.
Sentido común
Está claro que mientras el modelo no propenda a recuperar la clientela perdida, mejorando la calidad, y en lugar de eso se siga ajustando por el lado de la tarifa, cada vez más gente repudiará el transporte público.
Insólitamente, el Municipio está llevando adelante dos acciones contrapuestas, casi esquizofrénicas: por una parte ejecuta obras como el Solo Bus para mejorar la circulación y captar más usuarios, y por otro aumenta el precio del boleto para ahuyentarlos. ¿En qué quedamos? Salvo que alguien crea que subiendo los precios venderá más.
Precisamente por eso, planteamos una cuestión de oportunidad con relación al nuevo aumento del boleto, o, mejor dicho de inoportunidad, por cuanto sería mucho más razonable poner en marcha primero el nuevo sistema, permitiendo que el público pueda apreciar las mejoras prometidas y recuperar la confianza perdida si es que las cosas salen bien, y entretanto posponer cualquier aumento del boleto que, no estando implementadas esas mejoras, nuevamente será a cambio de nada, al menos para los sufridos pasajeros. No para los empresarios, claro, que hacen “plin caja”.
Este planteo, alejado de cualquier especulación política o intención de mortificar a las autoridades, obedece exclusivamente a una razón de sentido común, que, por lo visto, parece haber caído en saco roto.
Así las cosas, un nuevo aumento del boleto sin la debida contraprestación es el peor ajuste del modelo, porque golpea el bolsillo popular en un mal momento económico del país.
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