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Uruguay, tan cerca y tan lejos

La República Oriental del Uruguay y la República Argentina bien pudieron ser una misma nación. Ambos países tienen una historia compartida y conformaron una misma entidad territorial hasta la década de 1820, cuando una guerra trocó ese destino común.

La Banda Oriental era parte del virreinato del Río de la Plata y después de 1810 se asumió como una provincia más; el planteo autonomista y federal de sus líderes no implicaba la separación territorial. Debe recordarse al respecto que integró con varias provincias argentinas —Córdoba, entre ellas— el Protectorado de los Pueblos Libres fundado por José Gervasio Artigas. No concurrió al Congreso de Tucumán de 1816 por diferencias profundas con el centralismo porteño y no por alentar ánimos separatistas.

Esa vocación integracionista persistió hasta 1825, cuando aquella Argentina entró en guerra con el Imperio del Brasil por la posesión del territorio oriental que este había anexado llamándolo Provincia Cisplatina. El conflicto se extendió hasta 1828 cuando, de resultas de la negociación ulterior, el territorio en disputa se convirtió en un Estado independiente tras la vergonzosa anuencia de los representantes argentinos. En 1830, Fructuoso Rivera se convirtió en el primer presidente de la flamante república.

A partir de entonces, ambas naciones recorrieron caminos separados. Sin embargo, la unidad cultural se mantuvo a lo largo de todo ese tiempo: raíces comunes, mismo idioma, mismas costumbres. Similar geografía: el paisaje interior uruguayo es una continuación natural de la planicie entrerriana; la costa es la prolongación del litoral atlántico, Montevideo se parece a Buenos Aires en muchos aspectos.

Pertenecemos a la misma región geopolítica y al MERCOSUR —la asociación multinacional de comercio— y existen múltiples acuerdos y convenios en diversas materias. El destemplado conflicto por la instalación de las pasteras quedó atrás y la relación de ambos países transcurre por carriles de buena vecindad. Apenas un río y el fútbol siguen dividiendo a uruguayos y argentinos, todo lo demás nos une.

Como acá, la política fue bipartidista (Blancos y Colorados) hasta la aparición del Frente Amplio. También como acá, la sociedad uruguaya padeció golpes de Estado y dictaduras cívico-militares en el siglo pasado con similares consecuencias. En el año 2005 se quebró la sempiterna alternancia de los partidos Nacional y Colorado y el Frente Amplio llegó a la presidencia que mantuvo en los dos turnos siguientes, extendiendo el ciclo frentista a 15 años en el poder.

En una reñidísima elección, este año se impuso la coalición encabezada por Luis Lacalle Pou del Partido Nacional, quien asumirá la presidencia el 1 de marzo de 2020. Pese a lo ajustado del resultado —un empate casi— primó la calma y la cordura y no hubo reacciones intempestivas. Enseguida, Daniel Martínez, el candidato perdedor aceptó dignamente el veredicto, expresando en las redes sociales que: “La evolución del escrutinio de los votos observados no modifica la tendencia. Por lo tanto saludamos al presidente electo @LuisLacallePou, con quien mantendré una reunión mañana. Agradezco de corazón a quienes confiaron en nosotros con su voto.”

El presidente electo le correspondió a las pocas horas en el acto de festejo del triunfo electoral en la rambla montevideana. En lugar de agitar la victoria y exacerbar el espíritu triunfalista, recurrió a palabras de estadista, tan prometedoras como certeras:

“Toda esa pasión es la que nos tiene que obligar a la prudencia y a la paciencia, somos hombres y mujeres de paz y unión, por eso el mensaje que tenemos que dar es que en este proceso que empieza a partir el 1° de marzo no puede ser cambiar a una mitad del país por la otra, tenemos que unir a la sociedad”.

Quizás esa envidiable madurez cívica tenga que ver con que los líderes uruguayos son conscientes de las modestas dimensiones espaciales de su país y escasez de recursos naturales que aquí sobran, o con la natural parsimonia oriental, chocante con el tufillo de superioridad que suele rodear lo argentino. Lo cierto es que ese temperamento nacional les ayudará a afrontar una etapa inédita en su historia, como la que se presenta de cara al futuro inmediato.

También entre nosotros es preciso unir a la sociedad, cerrar la grieta que la divide por mitades. El interrogante que emerge en el acto es si tendremos las mismas convicciones, templanza y voluntad para hacerlo. La transición que asomó virtuosa no prosperó en esa dirección y la sociedad se mantiene expectante acerca de cómo será la navegación: si discurrirá por aguas mansas o por mares enardecidos por la discordia, como fue en la mayor parte de nuestra historia, salvo pocas excepciones.

Ojalá seamos capaces de mirarnos en el espejo uruguayo.

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