El 8 de febrero de 1817 las dos columnas principales del Ejército de los Andes bajaron a suelo chileno. En apenas veinte días habían superado los montes más altos del continente, cumpliendo al pie de la letra el plan del Gran Jefe.
La columna dirigida por Juan Gregorio Las Heras, que cruzó por el paso de Uspallata, ocupó el valle de Aconcagua. El grueso del ejército que atravesó el paso de Los Patos llegó ese mismo día al valle de Putaendo. La proclama emitida al abrir la campaña, dirigida al pueblo chileno, fue reproducida en la imprenta volante y difundida entre la población de esos valles: “El ejército de mi mando viene a libraros de los tiranos que oprimen este precioso suelo…”.
Desde Chile, fatigado por la travesía pero complacido por haberla concretado, San Martín escribió al director supremo Juan Martín de Pueyrredón: “El tránsito solo de la sierra ha sido un triunfo, moviéndose la mole de un ejército con las subsistencias para casi un mes, armamento, municiones, y demás adherentes para un camino de cien leguas, cruzando eminencias escarpadas, desfiladeros, travesías, profundas angosturas y cortado por cuatro cordilleras, donde lo fragoso del suelo se disputa con la rigidez de la temperatura”.
Sin embargo, la proeza no fue gratis. Costó 300 vidas humanas, la mayoría víctimas del soroche y algunos accidentes. De las 10.000 mulas que iniciaron la marcha, sólo llegaron 4.000 a destino y los caballos que sobrevivieron, menos de la mitad, no estaban en condiciones para el combate. Las existencias de víveres, leña y forraje apenas alcanzaron; se llegó con las reservas agotadas.
Según Mitre: “Si el paso de los Andes se compara como victoria humana, con los de Aníbal y Napoleón, movido el uno por la venganza y la codicia y el otro por la ambición, se verá que la empresa de San Martín es más trascendental en el orden de los destinos humanos, porque tenía por objeto y móvil la independencia y la libertad de un mundo republicano…”.
El enemigo ya estaba al tanto de la invasión. Las primeras escaramuzas se habían registrado en plena cordillera, donde, en los días previos, la vanguardia del ejército había dispersado a las avanzadas realistas en Guardia Vieja, Achupallas y Las Coimas.
Seguía ahora la reconcentración de la fuerza para emprender la decisiva y última fase de la operación. Aún faltaba llegar parte de la artillería y se requerían caballos de refresco, sin embargo, la bandera de los Andes flamearía muy pronto en el campo de batalla.
En Chacabuco.
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