La crónica histórica da cuenta de muchos hombres de letras comprometidos políticamente con su tiempo. Escritores y periodistas que, como Sarmiento, lucharon por sus ideales "con la espada, con la pluma y la palabra". De entre todos, elegimos a dos de ellos a manera de ejemplo.
José Hernández
De buena cuna, decidió ser políticamente incorrecto para los cánones de su tiempo, jugando sus fichas en el bando de la "barbarie", la cara oscura de la Luna de entonces. El conflicto armado entre la provincia de Buenos Aires y la Confederación Argentina lo encontró del lado de esta última, extinguida tras la fatídica batalla de Pavón, en 1861.
Espada en mano, al poco tiempo participó de una petit revancha devenida en nueva tragedia: la batalla de Cañada de Gómez, donde vio de cerca la furia de los degolladores unitarios capitaneados por Venancio Flores.
Decepcionado con Urquiza, tras el derrumbe del país federal, Hernández, convertido casi en un paria, trató de mantener viva la llama de la resistencia provinciana contra el ascenso inexorable del porteñismo duro a fuerza de inflamados artículos periodísticos publicados en "El Argentino" y otros medios opositores. Se solidarizó de palabra y de hecho con los últimos caudillos: Ángel Vicente Peñaloza, Felipe Varela, y el más porfiado de todos: Ricardo López Jordán, cuya algarada de 1870, que terminó en fracaso, puso en fuga al federalismo residual, incluido José Hernández, que fue a parar al Brasil.
Cuando regresó al país, en 1872, desenvainó nuevamente la pluma, más filosa que nunca: la suya era una prosa impetuosa, para nada neutral, comprometida con la suerte del partido federal, a esa altura herido de muerte. Aquel año, instalado en el Hotel Argentino, en Buenos Aires, se hizo tiempo para dar vida a los versos de su obra cumbre: el "Martín Fierro". Que más allá de su inmenso valor literario es una denuncia política; un ardid poético de alto vuelo para dar visibilidad al gaucho, concebido como víctima simbólica de un estado de cosas que le hacen proferir ese alarido desgarrador, ese clamor de justicia que brota de sus entrañas, arrollado por el avance inexorable de la civilización.
Hernández, como él mismo declaró, "opina cantando", habla por boca de su criatura: le hace decir todo lo que de otra manera, dicho con menos estilo y calidad artística, no hubiera conmovido a nadie.
Una segunda revolución jordaniana –que Hernández apoyó con el mismo fervor que la primera- lo devolvió al exilio, donde siguió publicando libelos contra el gobierno argentino.
Regresó al país en 1878, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, en vísperas de un nuevo tiempo hegemonizado por la Generación del '80. Poco después publicó "La vuelta de Martín Fierro"; la segunda parte que tuvo tanto éxito como la primera.
En los últimos años de su vida anduvo entreverado en la política confusa de aquellos días, haciendo de diputado y, sucesivamente, de senador en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, confrontando en sesiones memorables con Leandro N. Alem por temas urticantes como la federalización de la metrópoli, que Hernández apoyaba y Alem repudiaba con igual ímpetu y talento oratorio.
Murió el 21 de octubre de 1886, a los 52 años de edad.
Muchos otros autores trataron de imitarlo e incursionaron en el género de la poesía gauchesca, logrando algunos de ellos registros de calidad, como Estanislao del Campo, Rafael Obligado y, más tarde, Ricardo Güiraldes, creadores de personajes emblemáticos como Anastasio el Pollo, Santos Vega o don Segundo Sombra. El propio Jorge Luis Borges incursionó en el género. Sin embargo, ninguno alcanzó el arraigo popular de Martín Fierro, el gaucho argentino por antonomasia, preferido por las masas y consagrado por la academia.
Rodolfo Walsh
Nació en Choele – Choel, provincia de Río Negro, en 1927. Descendiente de irlandeses, autodidacta, hizo un poco de todo hasta que, allá por 1951, consiguió su primer trabajo como periodista, escribiendo notas para Leo Plan y Vea y lea, las revistas entonces de moda. En los años siguientes publicó "Diez cuentos policiales" y "Variaciones en rojo", sus primeras piezas literarias.
Sin ser peronista, más bien en la vereda de enfrente, se enganchó con el peronismo y, más propiamente, con el ala dura del movimiento fundado por Juan Domingo Perón, cuando, casi por azar, tomó contacto directo con la masacre de civiles en los basurales José León Suárez, consumada en junio de 1956. Fue de modo casual, mientras jugaba al ajedrez y bebía una cerveza en un café de La Plata, donde residía en esa época. "Me sentí insultado", reconoció años más tarde cuando se le preguntó cómo nació "Operación Masacre", su obra testimonial que inauguró el género literario de non fiction nueve años antes que lo patentara el estadounidense Truman Capote con "A sangre fría".
Poco después, la revolución cubana le pegó fuerte, tanto que viajó a la isla caribeña para sumarse a la agencia de noticias "Prensa Latina", fundada por Jorge Masetti. En los años siguientes, el "estilo Walsh" se repite en "Quién Mató a Rosendo" (1969) y "Caso Satanowsky" (1973); una narrativa pulcra, rigurosa, más bien despojada, como la de Hemingway, en la que nada queda librado al azar.
En tiempos de la dictadura de Onganía, Walsh se vinculó a la CGT de los argentinos y a su líder, Raimundo Ongaro. A partir de entonces la militancia pasó a ser la prioridad de vida; el paso siguiente fue ingresar a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), uno de los primeros grupos guerrilleros, y más tarde a Montoneros. Se desempeñó como oficial de inteligencia de la organización y, a su vez, formó parte del staff del diario "Noticias", hasta su clausura, en agosto de 1974.
Meses antes del golpe militar de marzo de 1976, pasó a la clandestinidad. En septiembre de ese mismo año perdió a su hija Victoria, también cuadro montonero, muerta en un enfrentamiento con el Ejército.
Pese a que seguía perteneciendo a Montoneros, era conocida su opinión crítica con respecto a la postura militarista de la organización armada en momentos que la represión causaba estragos entre la militancia de base. Por esos días, creó ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), concebida para romper el cerco informativo de la dictadura.
Al cumplirse el primer aniversario del llamado Proceso, redactó la "Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar", su pieza literaria póstuma, que encierra un diagnóstico descarnado del estado de cosas que se vivía a modo de denuncia pública. Fue su última acción militante: el mismo día que diseminaba los sobres en los buzones del centro porteño fue sorprendido por una patota de la Escuela de Mecánica de la Armada que lo acribilló en la vía pública y se llevó su cuerpo, que jamás apareció. Fue el 25 de marzo de 1977.
En el camino quedó la "novela seria" que alguna vez soñó con escribir y que, metido hasta el cuello en hacer la revolución, dejó de lado. Inconclusa, como tantas otras cosas en su vida, empezando por esa revolución que lo llevó a la muerte.
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