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El día que Urquiza dijo basta

Fue el 1º de mayo de 1851 y pasó a la historia como el “Pronunciamiento de Urquiza”. Ese día la provincia de Entre Ríos le declaró la guerra a Juan Manuel de Rosas y puso en marcha un proceso histórico que culminaría nueve meses después en la batalla de Caseros.

No hay peor astilla que la del propio palo, debió pensar Juan Manuel de Rosas, apoltronado en su sillón en San Benito de Palermo, cuando le trajeron la inquietante noticia.

Sin mostrar su estado de ánimo –jamás lo hacía, mucho menos delante de lacayos y amanuenses–, desplegó el parte que acababa de recibir. Debió leer y releer cada línea varias veces para convencerse de que allí decía lo que decía. ¿Qué bicho le habría picado a Urquiza para atreverse a tanto?, se preguntó, seguramente. Pero si hasta ayer nomás era mi aliado más fiel, pensaría, masticando bronca.

Corría el año de 1851 y todo parecía sonreírle al poderoso gobernador de Buenos Aires. Uno a uno, los intentos por derribarlo habían terminado en nada y el cuarto período de su segunda temporada de gobierno se presentaba apacible y despejado de peligros. Atrás habían quedado los amagos de Lavalle, Maza, Paz y tantos otros por derribarlo. Hacía poco había renunciado, tal como solía hacerlo de tanto en tanto, a ejercer la representación de las demás provincias. El propósito de esta maniobra lúdica era, como siempre, reafirmar su autoridad, sólo que esta vez Entre Ríos le aceptó la renuncia: Urquiza se había "pronunciado".

En realidad, Rosas no se sorprendió del todo. Hacía rato que percibía que el partido federal no era monolítico, que presentaba fisuras mal disimuladas. Y que, con los unitarios fuera de combate, la mayor ebullición estaba en el Litoral, especialmente en la provincia de Entre Ríos, que contaba con una fuerza militar considerable y una economía autosuficiente. Y un jefe –Justo José de Urquiza– con inocultables ambiciones de poder. No en vano el gobernador entrerriano era el personaje más recelado por Rosas, como en su tiempo lo habían sido Estanislao López o Facundo Quiroga. Él, que no tenía un pelo de zonzo, sabía que la estocada podía venir de ese lado. Y no tuvo que esperar demasiado para confirmarlo: el 1° de mayo de 1851, Urquiza pateó el tablero y emitió su famoso Pronunciamiento.

El Tratado de Alcaraz Urquiza tenía por entonces 50 años y había amasado una respetable fortuna. Su vida, hasta el momento, había transcurrido entre los negocios y la política, menesteres para los que había demostrado una notable habilidad. Tanto para una cosa como para otra. Pese a que era un caudillo como todos los que por esos días mandaban en las provincias, no era ni por asomo un hombre ignorante. Era culto y le gustaba vivir confortablemente. Gobernó su provincia durante largos años de modo progresista y tolerante, años en que aceptó mansamente la primacía de Rosas y fue su aliado incondicional. La relación entre ambos se agrietó luego de que Rosas lo obligara a borrar con el codo algo que él había firmado con la mano: el Tratado de Alcaraz. Era una suerte de acuerdo de paz con la provincia de Corrientes, que Urquiza firmó por su cuenta y que malhumoró al jefe de la Confederación.

Aunque finalmente acató la orden y repudió ese tratado y, según los deseos de Rosas, también atacó a Corrientes, en adelante la relación entre ambos ya no sería la misma. A partir de ese momento el entrerriano esperó pacientemente el momento apropiado para dar el zarpazo.

El famoso Pronunciamiento El día elegido fue el 1º de mayo de 1851. En esa jornada, el gobernador aceptó, en nombre del pueblo de Entre Ríos, la renuncia de Rosas a la dirección de las relaciones exteriores y de los asuntos de paz y guerra de la Confederación, reasumiendo la provincia "el ejercicio de su territorial soberanía".

Ese mismo día se dispuso, además, la sustitución del intimidante "¡Mueran los salvajes unitarios!", que encabezaba todos los documentos públicos, por el más civilizado "¡Mueran los enemigos de la Organización Nacional!". Las cartas estaban echadas.

¿Por qué Urquiza decidió, finalmente, enfrentar a Rosas si, como se dijo, había sido durante muchos años aliado político del gobernador de Buenos Aires? La respuesta, en parte, debe buscarse en las cuestiones económicas relacionadas con los intereses de las provincias litoraleñas, afectadas por la política centralista de Rosas que, a su vez, rozaba los asuntos particulares de Urquiza –comerciante, hacendado y dueño de mataderos y saladeros en su provincia–.

No debe olvidarse que Rosas, malquistado con las potencias europeas que lo hostigaban, había prohibido la navegación de los ríos interiores y el tráfico directo entre los puertos del litoral y de Montevideo. Esta restricción afectaba seriamente a las provincias de Entre Ríos y Corrientes, al impedir que embarcaciones extranjeras accedieran a sus puertos para proceder al intercambio de productos y mercancías.

Al mismo tiempo, Buenos Aires concentraba todo el tráfico mercantil y se quedaba con la mayor tajada de las jugosas rentas aduaneras que recaudaba por el comercio ultramarino, mientras las incipientes economías regionales del interior languidecían en medio del atraso y la pobreza. Si bien la opositora más encarnizada a este modelo había sido la altanera Corrientes, cuando Entre Ríos viró hacia una posición similar, la suerte del Restaurador de las Leyes quedó echada.

Colofón Tras la divulgación del Pronunciamiento, los hechos se precipitaron. Urquiza selló la temeraria alianza con el Imperio del Brasil y se concentró en la organización de un gran ejército, el más grande que jamás se vio por estos lados.

Cruzó el río Uruguay y de un plumazo disolvió el ejército de Manuel Oribe, que persistía en un largo sitio a la ciudad de Montevideo. Rosas, sin el concurso del poderoso ejército federal, quedaba ahora a su merced.

Mientras en la metrópoli circulaban ovillejos ofensivos y la Legislatura declaraba a Urquiza "loco, traidor, vándalo, salvaje unitario", un cortejo de alcahuetes paseaba por las calles porteñas un féretro con un muñeco que representaba al herético Urquiza.

Nada de eso inmutó al entrerriano, que solamente aguardaba el momento oportuno para marchar sobre Buenos Aires. Y marchó. Pero ésa es otra historia...

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