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El innombrable

Resulta difícil pasar por alto lo que ocurrió en el festival de Jesús María la noche inaugural. Es que fue grave. Porque la censura lo es. Censura, dice el diccionario de la Real Academia Española, es “la intervención que ejerce el censor gubernativo”. Inevitable no asociarla entonces con mordaza, con tijeras. Y no indignarse, si es al fin y al cabo un acto ofensivo de la libertad, de la dignidad del individuo.

Más grave aún, es que en el caso que nos ocupa fue ejercida por un gobierno democrático, cuando todos sabemos que censurar suele ser propio de las dictaduras. Además, cuesta creer que aún no se haya caído en la cuenta de que la censura produce el efecto inverso al buscado y termina beneficiando a la víctima, esto es al censurado, que recoge la solidaridad colectiva, mientras que el victimario –el censor- sólo cosecha repudio. Victimario y víctima, ese es el juego que propone la censura.

Los ejemplos sobran. O acaso cuanto más prohibida era una película –por la razón que fuere, sean de Armando Bo o de Costa Gavras- más avidez despertaba en el público cuando se la podía ver sin cortes.

La cosa da para mucho más, por ejemplo, para bucear en las supuestas culpas de Cobos, preguntarse si hace bien o mal en buscar notoriedad de cualquier manera. Pero sería caer en el juego del “por algo será” de los años ’70.

Lo cierto es que, tal parece, algunos no han aprendido la lección de la historia y siguen creyendo que se puede tapar el sol con un harnero o, lo que es peor, sustituir el libre juicio de los ciudadanos por imágenes o, como en este caso, no-imágenes. Totalitarismo puro.

Y sorprende aún más que los censores de hoy hayan olvidado que el peronismo fue censurado. Baste recordar el tristemente célebre decreto 4.161 del año 1956, que en una parte del artículo primero establecía: “Queda expresamente prohibida en toda la Nación la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o de sus parientes”.

Por supuesto tampoco se podía llamar a Perón por su nombre. Estaba penado con cárcel. Se pusieron de moda entonces los eufemismos para nombrarlo sin nombrarlo: “el tirano prófugo”, “el hombre”, o, más popular, “el que te jedi”. Ésa, la utilización de sobrenombres, es otro efecto directo de la censura. Quizá haya que buscarle uno al vicepresidente. Propongo el del título de esta nota.

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