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El paso al costado de Juárez Celman

El 6 de agosto de 1890, Miguel Juárez Celman renunció a la Presidencia de la Nación. Liquidado políticamente por la llamada Revolución del Parque, fue el primer presidente argentino de la saga iniciada por Bartolomé Mitre que no alcanzó a completar su mandato.

Y ya se fue, y ya se fue, el burrito cordobés... coreaban, exultantes, los porteños que habían logrado sacarse de encima a un presidente provinciano al que culpaban de todos los males que sufría el país. Hacía rato que en la metrópoli se vivía un clima de agitación y descontento, soliviantado por núcleos católicos ultramontanos, dirigentes políticos opositores de dentro y fuera del oficialismo y diversos sectores jaqueados por la crisis financiera que asolaba el país. El peor pecado de Miguel Juárez Celman fue no prestar atención a esas señales inconfundibles de malestar social que se colaban por las ventanas de la Casa de Gobierno sin que nadie hiciera nada para aplacarlas, o peor aún, se las agitaba desde los pliegues del poder.

Ajeno a la tormenta en ciernes, el Presidente seguía adelante como si tal cosa, como si la realidad le pasara por el costado y no pudiera hacerle mella. Había llegado al poder en brazos de la misma alianza que en 1880 depositó a Julio Argentino Roca en el sillón de Rivadavia. Sustentada por la llamada liga de gobernadores, un núcleo duro de dirigentes del interior que pisaba fuerte en el oficialista y excluyente Partido Autonomista Nacional. Claro que tampoco en aquellos tiempos nada era gratis: birlarles la nominación a porteños y bonaerenses dejaba un tendal de enemigos que, arteramente, esperarían el momento oportuno para cobrarse la cuenta. Hacía rato que los hombres del puerto veían pasar candidaturas provincianas frente a sus narices sin acertar a romper la racha con alguien de sus propias filas. Primero la seguidilla del sanjuanino Sarmiento y los tucumanos Avellaneda y Roca, y ahora este ignoto cordobés con ínfulas aristocráticas. No, aquello era demasiado. Para colmo de males, cuando estuvieron a punto de colocar a un auténtico representante del linaje unitario como Adolfo Alsina en la Casa Rosada, se les murió antes de tiempo y debieron resignarse a esperar el siguiente turno. Y cuando llegó, les pasó algo parecido con Carlos Tejedor, que no se murió, pero hocicó frente al ascendente Julio Argentino Roca, otro provinciano. Que después de haber hecho y deshecho a gusto y paladar durante su período presidencial, se dio el gusto de digitar el nombre de su sucesor, que eligió en el seno de su propia familia política.

Miguel Juárez Celman, que de él se trata, no sólo formaba parte del selecto grupo de roquistas mediterráneos que solían reunirse en la glamorosa estancia La Paz, cerca de Ascochinga, para disfrutar del paisaje y tejer la política nacional y cordobesa, sino que estaba casado con Elisa Funes, hermana de Clara, la mujer de Roca. O sea que, además de socios políticos, Roca y Juárez eran concuñados. Todo anduvo sobre ruedas y, a su tiempo, Roca devolvió los favores que el segundo, siendo gobernador de Córdoba, le hiciera cuando prohijó su candidatura y facilitó su llegada al poder.

Sin embargo, ni bien ocupó el sillón, Juárez comenzó a tomar distancia de su pariente y movió las piezas para construir un poder propio. Por lo visto no quería sujetarse a las maniobras zigzagueantes de su antecesor y prefirió curarse en salud. Levantó en soledad el “Unicato”, más que una estructura de poder, un estilo de ejercicio de la política concentrado y autoritario. La reacción no se hizo esperar: el primero que acusó recibo fue el propio Roca, quien se apartó del oficialismo y dejó al presidente librado a su propia suerte, la que él mismo había elegido. Otros prominentes dignatarios del PAN siguieron el mismo camino, mientras que las principales figuras de la oposición -Mitre, Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle y una larga fila de civiles y militares ofuscados con el prepotente mandatario- comenzaron a elevar el tono de sus voces. Y a conspirar.

La revolución del Parque La crisis financiera que envolvía al gobierno precipitó los acontecimientos. También influyó la virtual ruptura con la Iglesia provocada por algunos gestos irritantes de Juárez Celman, como por ejemplo la sanción de la ley de Matrimonio Civil que sacó de las casillas a la cúpula religiosa y a buena parte de la feligresía. Es que el hombre era liberal de pura cepa y ya lo había demostrado durante el período que estuvo al frente de la gobernación de Córdoba con medidas parecidas. Entretanto, la inflación y la emisión de moneda sin respaldo iban en aumento. Las denuncias de corrupción estaban a la orden del día, lo mismo que las huelgas y las movilizaciones obreras. La crisis reinante le impedía al Presidente desplegar su espíritu progresista, que apenas asomó en algunas realizaciones de un gobierno sumido en el desconcierto y la inacción. Aprovechando ese clima beligerante, la oposición, toda ella, convocó a un mitin en el Frontón Buenos Aires, que se convirtió en una flamígera asamblea popular donde brilló la oratoria, entre otros, de Mitre y Alem. Nacía la Unión Cívica, y la mesa de la discordia quedaba servida. Pasaron escasos tres meses para que se produjera el esperado levantamiento del que participaron contingentes civiles y militares, que se llamó Revolución del Parque porque los sublevados se acantonaron en el Parque de Artillería, que funcionaba en la actual plaza Lavalle. Hubo tiros y un número impreciso de muertos que algunos cálculos elevan a 300.

Las fuerzas leales lograron finalmente sofocar el levantamiento, pero el gobierno no pudo sobreponerse. Quedaron para la historia las inspiradas palabras del senador cordobés Manuel Pizarro: “la revolución está vencida pero el gobierno está muerto”. Huérfano de apoyo político y gravemente desgastado por los acontecimientos, Juárez Celman presentó la renuncia el 6 de agosto de 1890. Carlos Pellegrini, vicepresidente y porteño hasta el tuétano, ocupó el sillón presidencial y piloteó la tormenta. La Unión Cívica, que se había mostrado eficiente para voltear al gobierno, no lo fue a la hora de unificar una candidatura presidencial y se partió en dos: una fracción liderada por Alem fundó la Unión Cívica Radical y otra, con Mitre a la cabeza, se entendió con Roca dando lugar en 1892 a la presidencia de Luis Sáenz Peña.

Colofón Juárez Celman arrastró en su caída a su hermano, Marcos Juárez, que en ese momento era gobernador de Córdoba. Luego de abandonar el gobierno se llamó a silencio y no volvió a la actividad política. Ni siquiera contestó las diatribas, muchas de ellas exageradas, que se echaron a rodar. Se recluyó en su estancia La Elisa –bautizada así en homenaje a su esposa-, cerca de Arrecifes, donde pasó sus últimos años. Murió en 1909, sin reconciliarse con su concuñado, a quien culpaba de su penoso final. Ni con la política. No llegó a cumplir 65 años.

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