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Evita, entre la historia y el mito

El encuentro fue casual, podría decirse. Eva Duarte y Juan Domingo Perón se conocieron en una velada artística a beneficio de las víctimas del terremoto de San Juan, a comienzos del año 1944. A partir de ese momento, juntos, él, un viudo cincuentón, militar de profesión; y ella, una actriz soltera de 24 años, escribieron uno de los capítulos más intensos de la historia argentina reciente.

Su protagonismo público se disparó a partir de 1946 y se mantuvo inalterable hasta su muerte. Pese a no haber ocupado cargos públicos, ese derrotero tuvo puntos altos, como su actuación al frente de la Fundación que llevaba su nombre, la sanción de la ley del sufragio femenino y el Cabildo Abierto de 1951, entre otros. Todos esos años estuvo al lado de Perón, como un escudo personal, custodiándolo de los embates de sus enemigos.

La Fundación le permitió desplegar una vasta labor social en todos los rincones de la República, en tanto que el voto femenino, que coronó una larga lucha de sufragistas de todos los tiempos, le confirió un liderazgo indiscutido entre las mujeres de su tiempo. La ley dio paso al debut electoral de la mujer argentina, entre las que se contó su mentora. Las imágenes de la época la muestran en la cama del hospital, devastada pero feliz, echando su voto dentro de la urna que las complacientes autoridades de mesa llevaron hasta el lugar.

Lo del Cabildo Abierto del 31 de agosto de 1951 fue distinto, más una frustración que un logro. La aspiración de ser consagrada como candidata a vicepresidenta de su esposo, apoyada por la CGT y reclamada a viva voz por los centenares de miles de simpatizantes que ese día ocuparon la avenida 9 de Julio, no pudo concretarse por la oposición de la alta oficialidad del Ejército, según algunos, o por la enfermedad terminal que ya portaba, según otros. Lo cierto es que la intención original derrapó hacia un renunciamiento histórico, que al día siguiente la postulante verbalizó por cadena nacional.

El final Lo cierto es que, a partir de ese momento, su estrella se fue apagando lentamente. Los registros documentales de los meses que siguieron la muestran demacrada y sin fuerzas, sonriendo a duras penas. La penosa agonía que siguió a la intervención quirúrgica a la que fue sometida, sirvió de solaz a sus enemigos, que se atrevieron a escribir “Viva el cáncer” en las paredes de la residencia presidencial de entonces, en el corazón de barrio Norte. La contratara la ofrecía la vasta legión de seguidores, que desde el día que se supo lo de su enfermedad no dejaba de orar, imprecar, levantar altarcitos por todos lados y sembrar el país de velas, flores y retratos de la enferma, pidiendo por el milagro de su pronta recuperación.

Las últimas apariciones en público fueron en el acto conmemorativo del 1º de Mayo de 1952, donde pronunció un emotivo discurso postrero desde los balcones de la Casa Rosada, y el 4 de junio de 1952, acompañando la jura de Juan Domingo Perón como presidente reelecto de la Argentina. El Día del Trabajador se despidió de la multitud que vitoreaba su nombre en la Plaza de Mayo. “Yo saldré con el pueblo trabajador. Yo saldré con las mujeres del pueblo. Yo saldré con los descamisados de la patria, muerta o viva, para no dejar en pie un solo ladrillo que no sea peronista”, exclamó, con voz quebrada y lágrimas en los ojos, sostenida por los brazos de Perón.

El 4 de junio, envuelta en un abrigo de piel que disimulaba su extrema delgadez (pesaba 37 kilos) y apoyada en un dispositivo que la ayudaba a sostenerse en pie, soportó estoicamente el trayecto de la revista desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo, saludando cálidamente desde el Packard descapotado a la gente que la aclamaba desde veredas y balcones y arrojaba flores al paso de la comitiva.

Después, ya no hubo tiempo para nada, apenas para calmantes y asistencia espiritual de su amigo y confesor, el sacerdote jesuita Hernán Benítez, quien le dio la extremaunción, aunque algunas versiones recientes afirman que antes fue sometida a una lobotomía para aliviar los intensos dolores que padecía. A 20 y 25 del sábado 26 de julio de 1952, la voz grave y engolada del locutor de la cadena oficial dio a conocer la infausta noticia: había muerto Eva Duarte de Perón.

Post mortem Esa muerte temprana derivó en una serie inconmensurable de homenajes y evocaciones, la más espectacular de todas las exequias que duraron varias semanas y reunieron a millones de personas. Para entonces, el Congreso la había declarado “Jefa Espiritual de la Nación” y se proyectaba levantar un mausoleo monumental en Palermo para albergar su cuerpo momificado por el eximio doctor Pedro Ara.

Ni la lluvia – torrencial por momentos – ni el frío, arredraron a la gente que formó largas colas frente al Congreso de la Nación, donde se montó la capilla ardiente. Mujeres con hijos pequeños en sus brazos o tomados de la mano; ancianos con bastón ayudados por algún familiar; enfermos, incluso en sillas de ruedas, eran la postal repetida del dolor popular.

Por decisión de Perón, para que todos pudiesen despedir a Evita, el velatorio se extendió mucho más de lo previsto, solo que en la cercana sede del Ministerio de Trabajo, donde se trasladó el féretro. “Intenso duelo popular”, “El pueblo presente bajo la lluvia”, “Hasta el cielo llora”, titulaban los principales diarios del país, casi todos oficialistas.

Luego, el cuerpo fue depositado en el edificio de la CGT de calle Azopardo, donde el doctor Ara se recluyó para completar su tarea. Allí permanecía cuando irrumpieron los comandos “libertadores” de 1955 para robarlo y hacerlo desaparecer por 17 largos años.

No llores por mí Argentina La tentación de efectuar lecturas contra fácticas de la historia llevaría a plantear qué hubiera pasado si Evita seguía con vida. Un primer apunte indica que hoy cumpliría 96 años, algo perfectamente factible en los tiempos que corren, dado el estiramiento de la esperanza de vida de las personas, sobre todo de las mujeres. Sin embargo, cuesta imaginar a esta fogosa mujer anciana y alejada de la política activa.

En cambio, es posible inferir que si hubiera estado presente durante los últimos años del gobierno peronista, el desenlace hubiera sido otro, o al menos diferente. Difícilmente la aguerrida Eva Perón hubiera permaneció impasible frente a la conspiración cívico militar que culminó en el derrocamiento de su marido.

No es sencillo trazar un balance de su rol histórico que conforme a todos. Igual que en su tiempo, la sola mención de su nombre despierta pasiones y fervores, a favor y en contra. Sin embargo, el paso del tiempo consolidó una imagen de luchadora a favor de la justicia social y de los más humildes, casi unánimemente aceptada. Solo el antiperonismo acérrimo cultiva resabios de la intolerancia del pasado.

Lo cierto es que Evita compone junto a Carlos Gardel y el Che Guevara el trío de argentinos que, por distintos motivos, alcanzó mayor fama y celebridad mundial, elevados a la categoría de mitos, un rango sólo alcanzable en casos contados.

Desde 1976, tras el insólito periplo de su cadáver, el féretro reposa en el cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires. Su modesto mausoleo es el más visitado de esa necrópolis.

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