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La asamblea de la libertad

Fue convocada como Asamblea General Constituyente por el Segundo Triunvirato para que se abocara a temas cruciales como la declaración de la independencia, que se hallaba pendiente, y la redacción de una Constitución de la que se carecía hasta el momento. Es que habían transcurrido dos años y medio desde del 25 de Mayo de 1810 y aún estaba todo por hacerse. Resultaba urgente convertir aquel arresto patriótico que los españoles seguían viendo como una bravuconada en una empresa seria, sustentable y, lo más importante, exitosa. La guerra se libraba lejos de Buenos Aires, en el Alto Perú, y después de la primera incursión comandada por Juan José Castelli, adversa a todas luces, ahora el que hacía lo que podía era Manuel Belgrano. Quien casi por milagro obtuvo en agosto de 1812 un triunfo esencial en Tucumán y por esos días iba por más, convirtiendo una dramática retirada en audaz ofensiva. Sin embargo, la guerra se prolongaba más de la cuenta y resultaba imperioso institucionalizar y estabilizar políticamente los territorios defendidos con uñas y dientes desde 1810.

Para eso se llamó a asamblea general, para que los representantes de los pueblos hallaran una fórmula eficaz de gobierno, capaz de sortear las dificultades del momento y de galvanizar a su vez las divisiones internas que cada tanto comprometían la suerte de la Revolución. La Asamblea se instaló oficialmente el 31 de enero de 1813 y comenzó a sesionar al día siguiente. La presidió el ascendente Carlos María de Alvear y la integraban las principales cabezas de la época. Enseguida concentró el poder en sus manos, amenazando con vaciar políticamente al Triunvirato que la había convocado, con el que se creó una relación tensa y sembrada de encontronazos. Por lo visto, aún no estaba para nada claro el asunto de la división de poderes.

Pasados los fastos de estilo y mientras San Martín partía al encuentro de los españoles, la Asamblea comenzó con todo: el segundo día de sesiones decretó la libertad de vientres. "Serán considerados y tenidos por libres todos los que en el territorio de las Provincias Unidas hubiesen nacido desde el 31 de enero de 1813 inclusive en adelante, día consagrado a la libertad por la feliz instalación de la Asamblea General". Debutaba con una medida revolucionaria, que no sólo apuntaba al corazón del más vil de los comercios, sino que cambiaba las reglas de juego vigentes durante los más de dos siglos en que se consideró la tenencia de esclavos como algo natural y perfectamente admitido. Sin embargo, se quedó a mitad de camino. La intención original fue declarar lisa y llanamente la abolición de la esclavitud y dejar en libertad a todos quienes revestían esa odiosa condición, pero, como siempre ocurre en estos casos, la puja de intereses morigeró la medida que se transformó en "libertad de vientres", más tranquilizadora para los portugueses, temerosos de que sus esclavos huyeran en masa hacia un territorio súbitamente devenido en tierra liberada, y para los esclavistas locales, que no veían con buenos ojos lo que consideraban un despojo material, una pérdida de capital legítimamente conseguido.

Espíritu libertario Y la Asamblea siguió en el tren de reformas adoptado. Había que dotar de identidad a lo que hasta ahí era apenas un conglomerado de realidades diferentes. Entonces se oficializaron el Escudo para dejar de utilizar los sellos reales, el Himno y la Bandera, la misma que el Primer Triunvirato había mandado a Belgrano, su creador, a guardar hasta nuevo aviso. No faltaron, por supuesto, las medidas de neto corte roberspierreano, como la abolición de los pomposos títulos de nobleza a los que eran tan afectos los españoles y acabar de una vez con los condes y marqueses que deambulaban por estas tierras inhóspitas. O mandar quemar en la plaza pública los instrumentos de tortura utilizados por la ignominiosa Inquisición, que castigaba cruelmente a los perjuros de la religión católica. Y reivindicó a los pueblos aborígenes. Y acuñó moneda. Y tantas otras cosas.

Sin embargo, este impulso libertario tuvo su contracara en, por ejemplo, el rechazo, invocando cuestiones de forma, de la representación de la Banda Oriental, que respondía a José Gervasio de Artigas, convertido en una piedra en el zapato de los porteños. Un punto en contra.

Es curioso que esta Asamblea, que arrancó con semejante ímpetu, no abordara la cuestión central, que no era otra que la declaración de la independencia. ¿Por qué no lo hizo? Tampoco adoptó una Constitución. Probablemente porque no hubiera resultado poner de acuerdo las distintas opiniones en boga, republicanas algunas, monárquicas otras. Quizá prevaleció la conveniencia de mantener la ficción de que se gobernaba en nombre del monarca español preso de Napoleón Bonaparte. La llamada "máscara de Fernando", un artilugio consistente en hacer creer que no había tal emancipación sino que se preservaba el poder para cuando el Borbón caído en desgracia pudiera volver a ejercerlo. Un cuento que ni los niños creían, pero que sin embargo era empeñosamente recreado hasta ver qué pasaba con una guerra que se presentaba por demás complicada e incierta. Lo cierto era que, si se daba ese paso audaz y se declaraba la independencia, se debía dar también el siguiente, esto es resolver la forma de gobierno, y entonces sí se podía fracturar el frente interno a partir de las diferentes visiones que campeaban en los cenáculos de poder. O tal vez los porteños, que dominaban la Asamblea, no estaban seguros de lograr imponer su voluntad y garantizar el centralismo. No en vano habían cerrado las puertas de la asamblea a los artiguistas, decididamente federales. No fuera cosa que les complicaran las deliberaciones y, peor aún, se salieran con la suya.

Colofón Uno de los últimos actos trascendentes de la Asamblea, que había creado un Poder Ejecutivo unipersonal, fue designar director supremo a Carlos María de Alvear en reemplazo de su tío, el diletante Gervasio de Posadas. El cambio salió caro: de allí en más la Asamblea se convirtió en una realidad virtual, al punto que durante el mandato del nuevo jefe se reunió una sola vez y únicamente para refrendar lo actuado por éste.

Fue un nuevo Congreso, el que sesionó en Tucumán en 1816, el que tomó el toro por las astas y declaró la Independencia, aunque tampoco dio el paso siguiente, esto es definir la forma de gobierno y adoptar una Constitución, dejando abierto uno de los capítulos que se prolongó hasta 1853. Pero ésa es otra historia...

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