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La guerra del Paraná




El 16 de enero de 1846 se libró un segundo combate de San Lorenzo, esta vez contra otro adversario y en un contexto diferente del primero, el más conocido. Fue en el marco de las acciones de guerra que por esos años se libraban a orillas del Paraná. 


La supremacía en los ríos que conforman el estuario del Plata se erigió en el principal conflicto que enfrentó a Juan Manuel de Rosas —gobernador de la provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación— con Francia e Inglaterra, las dos potencias europeas que desconocían todo planteo de soberanía y navegaban estos cursos fluviales a su antojo. Las frecuentes incursiones de la flota anglo francesa que partían de Montevideo obedecía al ejercicio del libre comercio que, según estos países, facilitaba el intercambio de frutos de la tierra por sus manufacturas sin requerir autorización ni pasar por la Aduana de Buenos Aires, cuyas rentas esa provincia no compartía con las demás.


Pese a que después de la malograda expedición de Juan Lavalle en 1840 las campañas militares en contra de Rosas se extinguieron, la escuadra anglo francesa siguió operando en el litoral, mientras mantenía la ocupación de la isla Martín García y bloqueado el puerto de Buenos Aires para forzar el acatamiento a sus condiciones. Rosas encomendó entonces al general Lucio N. Mansilla, su cuñado, proteger la ribera del Paraná y hostigar a los convoyes que surcaban el río rumbo al Paraguay. No se contaba con naves de guerra; la misión debía cumplirse emplazando baterías costeras para atacar a los navíos en los puntos elegidos.


El 20 de noviembre de 1845, en la Vuelta de Obligado se libró un encarnizado combate: las naves extranjeras debieron soportar durante todo ese día un intenso cañoneo proveniente de las baterías emplazadas en lo alto de las barrancas del Paraná hasta que pudieron liberar el paso cerrado con gruesas cadenas tendidas a lo ancho del río. Finalmente, a costa de grandes pérdidas, el convoy pudo remover la singular barrera y seguir su camino. Pese a que Mansilla y sus hombres no pudieron lograr el objetivo de frenarlos sabían que, tarde o temprano, esos u otros barcos recorrerían inevitablemente el mismo camino y volverían a quedar a su merced.


No debieron esperar demasiado; el 9 de enero de 1846, en el Paso del Tonelero, entre Ramallo y San Nicolás, las baterías criollas volvieron a causar serias averías a la flota anglo francesa integrada por decenas de barcos mercantes entremezclados con buques artillados que navegaban aguas arriba. En los días siguientes se sucedieron el asedio terrestre y las escaramuzas hasta que, el 16 de enero, se desarrolló un nuevo combate en cercanías de San Lorenzo, en las inmediaciones del Campo de la Gloria, donde en 1813 los granaderos de José de San Martín obtuvieron una resonante victoria sobe los realistas. Mansilla apostó alrededor de 350 hombres y ocho piezas de artillería, ocultos en la maleza y sin responder los disparos lanzados por las naves insignias para no delatar su presencia. Apenas asomó el grueso del convoy, comenzó el incesante cañoneo, respondido desde la flota enemiga que, en medio de la sorpresa y la confusión, ensayó un desordenado desbande frente a la costa sanlorencina buscando vías de escape en los arroyuelos lindantes.


Las fuerzas en pugna eran desiguales; el bando criollo sostenía su accionar con escasos medios en tanto que el ocasional enemigo portaba armamento y pertrechos de última generación. Las acciones se extendieron por casi cuatro horas y se reanudaron al caer la tarde cerca de Punta Quebracho. El saldo del enfrentamiento, según palabras del contralmirante inglés que comandaba la expedición, fue que “apenas un solo buque del convoy salió sin recibir un balazo”.


La escala siguiente sería, cinco meses más tarde, la batalla de Punta Quebracho, pero esa es otra historia…

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