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La Ciudadela, la revancha de Facundo

El 4 de noviembre de 1831, Facundo, que se había quedado con la sangre en el ojo, tuvo su desquite, aunque no fue completo porque José María Paz faltó a la cita.

Febrero de 1830. Tras la segunda derrota a manos del general Paz, esta vez en Oncativo –la primera había sido en La Tablada–, Facundo Quiroga abandonó precipitadamente la provincia de Córdoba y buscó refugio en Buenos Aires. Allí, Juan Manuel de Rosas, su aliado, lo acogió con todos los honores, más que nada para contrarrestar los efectos de la doble estocada sufrida por el bando federal en Córdoba. Vestido con sus mejores galas, Rosas aguardó el arribo del riojano a las puertas de la ciudad; luego, juntos, desfilaron por las calles porteñas a paso lento, seguidos por una procesión variopinta de dignatarios civiles y militares y una nutrida columna de jinetes y gente de pueblo.

¡Muera "el Manco" Paz!, rugía la multitud enardecida, entre vítores a Rosas y a Facundo que se confundían con los acordes de la banda de música y el ruido de los cohetes y disparos lanzados al aire. Aquel jolgorio rosista –que la gente principal, encerrada en sus casas, contemplaba aterrada a través de los visillos– duró hasta bien entrada la madrugada. Sin embargo, la fiesta no era completa: al agasajado no se lo veía feliz. En silencio, Facundo rumiaba su bronca; no podía sacarse de la cabeza la imagen del endemoniado general unitario que, por dos veces, se había quedado con su invicto y su fama de guerrero imbatible. Quería tomar revancha cuanto antes. Consumido por la ansiedad, al día siguiente comenzó a organizar una fuerza militar para volver a Córdoba en busca del desquite. Acerca de la calidad de aquel ejército, Ramón J. Cárcano, en su memorable Facundo Quiroga, afirma que el riojano aquella vez sólo logro reunir "excarcelados, viciosos, haraganes y todos los indeseables halagados por la visión del próximo saqueo".

Lo cierto es que, a poco de comenzar 1831, Facundo estaba listo para entrar nuevamente en acción y formar parte de la ofensiva federal contra la Liga Unitaria que respondía a Paz. "Vamos a redimir a los pueblos del cautiverio, a protegerlos y no a oprimirlos", fue la proclama que a voz en cuello soltó el barbado caudillo antes de emprender la marcha hacia el interior. A su lado, el coronel Ruiz Huidobro escuchaba la arenga con gesto reconcentrado.

El 5 de marzo el "Tigre de los Llanos" está en Río Cuarto, que cae fácilmente en sus manos. El 10 derrota en Río Quinto al coronel Juan Pascual Pringles, quien muere en la acción. En pocos días más recupera La Rioja, su terruño. La legendaria figura de Facundo, renacida de las cenizas como el Ave Fénix, agigantaba su sombra amenazante.

Paz, que en lugar de proseguir la campaña permaneció más tiempo del debido en su Córdoba natal disfrutando de las mieles del triunfo, también se puso en movimiento. Al frente de su poderoso ejército marchó al encuentro de Estanislao López, el gobernador de Santa Fe, otro aliado de Rosas. En las cercanías de El Tío, a pocas leguas de la capital cordobesa, antes de que se produjera el choque entra ambas fuerzas, los montoneros santafesinos le bolearon el caballo y Paz cayó prisionero. Cuando se enteró, Quiroga no se alegró con aquella noticia: en realidad, debió haber sido él y no Estanislao López, su rival en la puja de poder, quien ajustara cuentas con el aborrecido "Manco". Lamentando su suerte, Facundo ocupó Mendoza y San Juan, que cayeron en sus manos casi sin dar pelea. Entre los que huyeron precipitadamente para salvar el pellejo se encontraban José Clemente Sarmiento y su hijo, Domingo Faustino.

La batalla Tras la imprevista caída de Paz, el gobierno de Córdoba quedó en manos de los hermanos Reynafé, personeros de López y enemigos de Facundo; mientras que otro jefe unitario, Gregorio Aráoz de Lamadrid, quedaba al comando del ejército de la Liga. Lamadrid concentró sus fuerzas en Tucumán, en La Ciudadela, un viejo fuerte utilizado durante la guerra de la Independencia que, seguramente, le recordaba al viejo guerrero los tiempos en que sirvió en el ejército del general Belgrano. Facundo vio llegada la hora y va por él. Pese a que contaba con un número inferior de hombres, quería aprovechar el bajón anímico que la caída del jefe había provocado en el bando enemigo y, sin más preámbulos, el 4 de noviembre de 1831 lanzó el ataque. La carga federal fue impetuosa y bravía; el propio Quiroga, como era su costumbre, lanza en mano azuzaba a sus soldados y los enviaba en oleadas imparables sobre el adversario que, sobrepasado por aquella furia, rompió filas y abandonó desordenadamente el campo de batalla. Ruiz Huidobro fue el artífice de la victoria; Facundo lo premió: allí mismo, en medio de muertos y heridos de ambos bandos, lo ascendió a general.

Como siempre, a aquellas encarnizadas contiendas le seguían ejecuciones despiadadas, saqueos y todo tipo de crueldades propias de los tiempos de violencia desencadenada que se vivían. Sin embargo, en medio de tanto desenfreno, Quiroga tuvo una actitud digna para con Lamadrid, quien había escapado presurosamente rumbo a Salta, dejando a su esposa en Tucumán, a merced de los federales. Quiroga se ocupó personalmente de que nada le pasara a la mujer y la envió hasta el lugar donde se hallaba su marido. La mujer era portadora de una carta en la que Facundo le enrostraba a Lamadrid que cuando él había ocupado La Rioja, mandó que le colocaran a la anciana madre del caudillo una cadena al cuello y así la paseó por las calles. "La guerra no la tenemos que hacer con las mujeres", escribió, sentencioso, en aquella carta.

En La Ciudadela cayó el último foco de resistencia a Rosas; el país entero quedaba ahora sometido a su autoridad. Quiroga, por su parte, lavada la ofensa, era el dueño absoluto de Cuyo y el Noroeste, que no era poca cosa. Su adversario, Estanislao López, conservaba el dominio del Litoral y la preciada Córdoba. Ése era el trípode sobre el que reposaba el país rosista. Entretanto, desde una sórdida prisión santafesina, José María Paz se lamentaría, una y otra vez, de su mala fortuna.

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