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La lealtad como bandera

“Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro. En cuanto salga nos casamos  y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos”, prometía Juan Domingo Perón a María Eva Duarte,  el  domingo 14 de octubre de 1945, poco antes de que zarpara el vapor que llevaría aquella carta garabateada a las apuradas.

“De casa me trasladaron a Martín García y aquí estoy no sé por qué y sin que me hayan dicho nada. ¿Qué me decís de Farrell y de  Ávalos?  Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida”, se desahogaba  con su atribulada pareja, que permanecía en Buenos Aires, ignorando el paradero de él. El general Edelmiro Farrell era el presidente de la Nación, en tanto que  el general Eduardo Ávalos  comandaba la poderosa guarnición de Campo de Mayo. Los dos, junto a Perón y otros oficiales, habían integrado el GOU (Grupo de Oficiales Unidos), la logia militar que planificó y ejecutó la Revolución de 1943. De allí, el desencanto de Perón con los “amigos” responsables de su caída en desgracia.

En efecto, Ávalos, por acción, y Farrell, por omisión, incómodos por la popularidad creciente del  colega, decidieron excluirlo del círculo de poder,  obligándolo a renunciar a los tres cargos que ostentaba - Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra  y Vicepresidente de la Nación-, disponiendo su detención y confinamiento en ese páramo desangelado del Río de la Plata donde se hallaba.

En la carta, Perón,  disimulando su bronca, le recomendaba a Eva: “Tesoro mío, tené calma y aprende a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra”. Y, resignado, agregaba: “Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón”. En su exilio impensado, ignoraba que la Historia le tenía preparada otra jugada que pronto vería la luz, sólo que en otro escenario: la legendaria Plaza de Mayo. Entretanto, el preso aún contaba con amigos leales, como el coronel Domingo Mercante, quien apenas enterado de la intriga palaciega para sacar del medio a Perón, intercedió ante los dirigentes gremiales para que convocaran a una huelga general para desbaratarla. Uno de los más activos fue Cipriano Reyes, del gremio de la carne, quien recorrió  Avellaneda, Berisso y Ensenada agitando a las bases obreras.

Ese día En la madrugada del miércoles 17, Perón fue trasladado al Hospital Militar para ser atendido de una supuesta pleuresía, diagnosticada por un médico allegado.  Con las primeras luces del día, tan pronto corrió la voz de que se hallaba en Buenos Aires, comenzó a gestarse una movilización sin precedentes de trabajadores que ganaron las calles reclamando la libertad del hombre en quien habían depositado sus esperanzas.

Fue, según todas las crónicas, una enfervorizada marea humana, proveniente del  cordón industrial, que no se detuvo ante nada, que cruzó el Riachuelo a nado o en balsas improvisadas para alcanzar la Plaza de Mayo como fuere, a pie o a bordo de transportes improvisados.

El inusual desplazamiento llenó de zozobra a los habitantes de barrio Norte y Recoleta, a la vez que causó honda preocupación en el despacho principal de la Casa Rosada, que trocó en nerviosismo cuando, con el paso de las horas, desde los ventanales, Farrell y los otros contemplaban, pasmados, como la plaza se iba poblando de miles de “cabecitas negras” que refrescaban sus pies en la fuente y aclamaban al coronel depuesto. Lejos de menguar, la presión popular fue en aumento, hasta que, de mala gana, mandaron a buscar a Perón de urgencia antes de que las cosas pasaran a mayores. Así fue como, cerca de la medianoche, después de arrancar al presidente el compromiso formal  de  llamar a elecciones, Perón salió al balcón y, con los brazos en alto, saludó a la multitud allí reunida, que lo recibió con una estrepitosa ovación. Quedaba sellado ese abrazo simbólico, ese sólido vínculo de lealtad que unirá a los protagonistas por décadas.

"Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria", arengó Perón ante una plaza desbordada de manifestantes, luego de pedirles que entonaran el Himno Nacional para, entretanto, organizar su parlamento.

En cuanto a la participación de Eva, Félix Luna, en su imprescindible “El 45”, consigna: “Lo cierto es que ella no jugó ningún papel relevante esos días (…) y no pudo jugar ningún papel por la sencilla razón de que Eva Perón era, por entonces, apenas Eva Duarte”.

Significación histórica Los intelectuales de entonces no alcanzaron a vislumbrar la magnitud histórica de lo acontecido aquel día; la izquierda, sobre todo, que prefirió ver en el fenómeno emergente una amenaza nazi -fascista antes que el surgimiento de un movimiento genuinamente nacional y tercermundista, alumbrado por el proletariado urbano.  También connotados  referentes de la cultura, como Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo, dieron la espalda al atrevimiento plebeyo, que de no ser por los paladines de FORJA, un núcleo progresista de cuño radical, hubiera quedado, en esa primera hora, huérfano de sustrato intelectual.

Fue precisamente un conspicuo integrante de FORJA, Raúl Scalabrini Ortiz, quien puso en palabras lo que percibió en la plaza: “Presentí que la historia estaba pasando junto a nosotros, y nos acariciaba como la brisa fresca del río”, para rematar con la célebre frase: “era el subsuelo de la patria sublevado”. En las antípodas, hubo quienes creyeron ver un “aluvión zoológico”, como se calificó más tarde al ascendente peronismo.

La frase de Scalabrini luce como una explicación sencilla y afinada de por qué aquella gente decidió un buen día que Perón era el hombre del destino, el que interpretaba mejor que el resto el estado de marginación en que se hallaba el pueblo trabajador, ninguneado por el modelo conservador y oprimido por los patrones de entonces; algo que no podía durar.

Acertaron quienes advirtieron tempranamente que luego de aquel día, el país no sería el mismo, que el peronismo había llegado para quedarse. Tanto que, desde hace 70 años, el derrotero institucional  y político de la Argentina está marcado a fuego por la presencia del movimiento que nació hace 70 años, un lejano 17 de octubre de 1945.

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