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La última carrera del “Lole”

Y si así fuera, sería justo: con aciertos y errores, “el Lole” nunca pasó la raya de la dignidad y la buena fe.


Carlos Reutemann fue uno de los ídolos deportivos más encumbrados de la galería de grandes deportistas argentinos que alcanzaron fama internacional. A su retiro de las pistas de la Fórmula 1, bien podría haberse guardado el prestigio alcanzado y dedicado a disfrutar de la vida. Sin embargo, allá por los años ’90, se metió en una competencia todavía más riesgosa que el automovilismo y, a menudo, floja de reglas.

El promotor de su desembarco en la política fue Carlos Menem, aun cuando “el Lole” no acreditaba ningún antecedente en la foja peronista. Desde la perspectiva ideológica podría encasillárselo como un conservador de mente abierta, con una visión emparentada –salvando las distancias, obviamente– con la decimonónica Generación del 80.

Fue dos veces gobernador de Santa Fe, su provincia, y nuevamente senador nacional desde el año 2003. No pudo lograr el “Gran Premio”, la banda presidencial, aunque –a riesgo de incurrir en una tentación contrafáctica–, pudo haber sido. La primera vez en 1998, cuando se jugó la sucesión de Carlos Menem, aunque no salió de boxes. La segunda fue en 2002, cuando estuvo a punto de hacerlo, pero finalmente desistió “por algo que vio”, aunque nunca reveló qué fue lo que lo puso en fuga. Lo cierto es que, en un momento crítico, privó al electorado de una opción que podría haber diversificado aquel menú.

El ejercicio de cargos públicos no trastrocó su personalidad; parco y poco expresivo, era muy difícil arrancarle más de una frase escueta. Sin embargo, hasta el final, mantuvo un vínculo afectivo y respetuoso con sus compatriotas. El momento más duro que le tocó enfrentar en su carrera política fue, durante su segundo mandato, la gran inundación del año 2003, que causó numerosas muertes y enormes pérdidas materiales en Santa Fe

En lo personal, su condición de hombre de mundo no alteró sus hábitos austeros, casi monacales. Se identificaba con los productores rurales, de cuya legión formaba parte. Sabía más de lo que aparentaba de razas vacunas, transgénicos, herbicidas y fertilizantes. Cuando la conversación visitaba esos temas, cobraba un inusitado interés, que disminuía cuando la charla iba al plano de asuntos más abstractos.

Lo mismo que pasa con los altos protagonistas de su tiempo, en este caso cabe preguntarse cómo se lo recordará, si como ídolo deportivo, personaje público o ambas cosas a la vez, una cuestión que se dilucidará con el paso del tiempo. Pero algo parece seguro: quedará del lado de los buenos, un arbitrio que los argentinos usan muy selectivamente. Y si así fuera, sería justo: con aciertos y errores, “el Lole” nunca pasó la raya de la dignidad y la buena fe.


Lole Reutemann | Esteban Dómina | Historiador y escritor

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