Se le llamaba Alto Perú a la actual República de Bolivia. Allí, lejos de Buenos Aires, se desarrolló gran parte de la guerra de Independencia y florecieron ejemplos de heroísmo. A lo largo de cinco años, los que van entre 1810 y 1815 hubo varias campañas y, curiosamente, tres de las principales batallas se libraron en el mes de noviembre.
Inmediatamente después de la revolución de mayo, la guerra que le siguió se trasladó al lejano altiplano que se interponía entre Buenos Aires y Lima. El llamado Alto Perú permanecía en manos de los españoles; allí estaban las minas de plata más ricas de Sudamérica, las opulentas ciudades de Chuquisaca y Potosí, las universidades más antiguas. Era, sin dudas, la porción más apetecible del viejo virreinato del Río de la Plata. El resto, especialmente el actual territorio argentino, era una inmensa planicie despoblada e inculta. Además de las riquezas que encerraba, aquella región tenía un enorme valor estratégico, porque por allí bajarían las tropas españolas para aplastar la revolución. Y esto lo sabían muy bien los hombres de Mayo que, ni lerdos ni perezosos, enviaron una temprana expedición militar precisamente a ese destino. Esa, la primera campaña al Alto Perú, la comandaron Juan José Castelli, uno de los vocales más fogosos de la Primera Junta, y el coronel Antonio González Balcarce.
La primera victoria
Tras una penosa travesía que duró varios meses –y que en el camino debió sofocar la rebelión desatada en Córdoba-, las cosas comenzaron bien, puesto que el primer lance militar en aquellas lejanas tierras favoreció al bando criollo. Tras unas escaramuzas preliminares fallidas, Balcarce cruzó el río Suipacha y, el 7 de noviembre de 1810, les cayó por sorpresa a los españoles, quienes huyeron desconcertados dejando en el campo de batalla un valioso bagaje de armas y pertrechos, además de caballos y mulas. Luego de esa prometedora victoria inicial, que templó los ánimos y apuntaló a la joven revolución, quedó allanado el camino hacia la rica Villa de Potosí, que no tardó en caer en manos de los vencedores. Siguiendo las directivas que llevaba, Castelli ordenó la ejecución del jefe derrotado y de las principales autoridades locales. Para muchos, aquellas muertes fueron innecesarias y predispusieron negativamente a la población. Como fuere, a partir de ese momento, las cuatro intendencias altoperuanas –Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz- quedaron bajo la autoridad del gobierno revolucionario de Buenos Aires.
El panorama se presentaba alentador; nada parecía interponerse entre lasfuerzas patriotas y la meta que se habían trazado: alcanzar la línea del Desaguadero, el límite del antiguo virreinato. Sin embargo, la política de terror aplicada por los enviados de la Junta no tardaría en dividir las opiniones, enfriando el entusiasmo de los pobladores de aquellas tierras lejanas que desde un principio se habían mostrado favorables a la causa revolucionaria. Tampoco ayudaron las vacilaciones políticas y la demora en proseguir aquella primera campaña hasta las últimas consecuencias. Meses más tarde, el 20 de junio de 1811, después que tardíamente se reanudó el avance hacia el norte, las tropas patriotas sufrieron la derrota de Huaqui y todo volvió a fojas cero.
La segunda campaña
Mientras Castelli retornaba a Buenos Aires, donde sería juzgado por el fracaso de su gestión, otro abogado devenido en militar, Manuel Belgrano, marchaba hacia el norte para hacerse cargo del maltrecho ejército o de lo que quedaba de él. Apenas llegó a Jujuy, comprobó que sería imposible defender esa plaza de la inminente acometida realista; entonces ordenó la retirada estratégica que dio lugar al legendario “éxodo jujeño”, cuando soldados y pobladores marcharon hacia el sur, llevando consigo animales y enseres y dejando a su paso tierra arrasada. Sin embargo, casi inesperadamente, llegaron dos triunfos resonantes que dieron vuelta por completo la situación: los de Tucumán y Salta, que frenaron el arrollador avance del enemigo y devolvieron la confianza en el triunfo. Tampoco esta vez la alegría duró mucho, porque, meses después, una vez reiniciada la marcha hacia el corazón del territorio altoperuano, el ejército de Belgrano sufrió dos reveses sucesivos que retrotrajeron las cosas al estado anterior: Vilcapugio y, un 14 de noviembre de 1813, la fatídica Ayohuma.
La tercera es la vencida
Tras las derrotas sufridas, la suerte de Belgrano no fue mejor que la de su primo Castelli, y también debió regresar a Buenos Aires para rendir cuentas de su actuación ante las autoridades. Para entonces, San Martín –que estuvo un corto tiempo a cargo del Ejército del Norte- ya había descartado la vía del Alto Perú para llegar a Lima y concebía la idea de hacerlo por mar, vía Chile, previo cruce de la cordillera de los Andes. Sin embargo, el plan sanmartiniano aún estaba lejos de contar con la aprobación de los mandos porteños y, entretanto, seguía siendo vital defender la frontera norte del permanente acoso español. Por ese motivo, a comienzos de 1815 le tocó al general José Rondeau ponerse al frente de las tropas que estaban acantonadas en Jujuy. Desde allí partió una nueva expedición hacia el norte, que, igual que la anterior, sufrió dos contrastes sucesivos: Venta y Media –esta fue la batalla donde José María Paz sufrió la herida que lo dejó manco- y, el 28 de noviembre de 1815, Sipe - Sipe, el tiro del final. La última fue una derrota aplastante; los patriotas perdieron más de mil hombres y toda la artillería y armamento. El doloroso repliegue no paró hasta San Miguel de Tucumán, donde nuevamente el general Belgrano quedó al mando, pero ese ejército ya no volvería a incursionar en territorio enemigo, quedando la defensa de la frontera norte a cargo de los valientes gauchos de Martín Miguel de Guemes. Corría por entonces el año de 1816.
Colofón En Sipe – Sipe se perdió definitivamente el Alto Perú. Lo que vino después es conocido: el 9 de julio de aquel año se proclamó la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y poco más tarde San Martín emprendió la campaña de los Andes, liberando sucesivamente a Chile y al Perú. Sin embargo, la culminación de la campaña militar en territorio altoperuano corrió por cuenta de Simón Bolívar, más precisamente de Antonio de Sucre, su mano derecha, quien el 9 de diciembre de 1824 liquidó definitivamente el pleito con los españoles en la memorable batalla de Ayacucho. Al año siguiente, un congreso convocado por Sucre declaró la independencia de la nueva nación, que se llamaría Bolivia, en homenaje al libertador Simón Bolívar. A partir de ese momento, el sueño de unidad e integración de las Provincias Unidas con el Alto Perú se evaporó definitivamente y comenzó a dibujarse el mapa actual de América del Sur.
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