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Lucharon y volvió

"Luche y vuelve", fue la consigna enarbolada a comienzos de los años '70 por los entusiastas jóvenes peronistas que habían decidido traer de regreso al ex presidente que llevaba 17 años de ostracismo.

Por esos días, la dictadura militar que había tomado el poder en 1966 presentaba claros síntomas de agotamiento, jaqueada por puebladas, luchas sindicales y el persistente accionar de la guerrilla. El tercer presidente de facto de ese ciclo, Alejandro Agustín Lanusse, a diferencia de sus dos antecesores -Juan Carlos Onganía y Roberto Levingston- era un militar dotado con cierta sagacidad política, capaz al menos de entender la compleja situación en que se hallaban las Fuerzas Armadas. Para salir del atolladero, urdió el llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN), una salida electoral condicionada para que el poder recayera en manos de fuerzas políticas moderadas, más complacientes con el régimen que el ala dura del peronismo.

Como parte de ese plan, Lanusse urdió una cláusula cerrojo según la cual todo aquel que quisiese presentarse como candidato en las elecciones presidenciales convocadas para el año siguiente debía fijar residencia en el país antes del 25 de agosto de ese año de 1972. Perón quedó entonces frente a una encrucijada: convalidar el antojo de los militares regresando cuando ellos querían y sufrir el consiguiente desgaste de su imagen pública o sortear la celada y seguir manejando sus propios tiempos. El jefe peronista optó por lo segundo y el plazo se venció sin que Perón lo acatara.

Lanusse, endulzado por el éxito transitorio de su movida, subió la apuesta y alardeó que Perón no volvía "porque no le daba el cuero", procurando dejar mal parado a su antagonista. Sin embargo, el aludido estaba dispuesto a poner fin al largo exilio en tierra española. Y se largó.

El regreso El viajero hizo escala en Roma, donde abordó el vuelo de Alitalia que lo traería de regreso. Era un vuelo charter especialmente contratado para uso exclusivo del ex presidente argentino y la comitiva que lo acompañaba, unas 150 personas en total. La integraban, además de la plana mayor del peronismo y popes sindicales, personajes destacados del ámbito deportivo, cultural, artístico y científico de la época; entre otros, Leonardo Favio, José Sanfilippo, Marilina Ross y Chunchuna Villafañe. 

Para apaciguar los espíritus y distender la situación, horas antes de embarcar, Perón notificó a propios y extraños que venía "como prenda de paz", asegurando que se había convertido en "un león herbívoro", algo así como una fiera domesticada de quien nada debían temer. Igual, los militares no le creyeron.

Durante el viaje, el pasaje osciló entre la euforia y la ansiedad: tanto Perón –que viajaba en la cabina de primera clase junto a su tercera esposa, María Estela Martínez- como el resto de la comitiva que colmaba la clase turista, no sabían a ciencia cierta con qué se encontrarían cuando la máquina tocara tierra. Nadie confiaba demasiado en Lanusse ni en la cúpula militar. Cuando el piloto anunció por los altavoces que ingresaban al espacio aéreo argentino, algunos comenzaron a cantar la Marcha Peronista, pero a instancias del propio Perón, se coreó el Himno Nacional Argentino.

El 17 de noviembre amaneció lluvioso en Buenos Aires. El fuerte temporal de la noche anterior, que había desbordado arroyos y derribado árboles, no impidió que el "Giuseppe Verdi" tocara tierra en el aeropuerto de Ezeiza a las 11 y 20 de la mañana, la hora prevista.

La imagen capturada por los fotógrafos apenas el viajero pisó suelo argentino quedó para la historia. En ella se lo ve a José Ignacio Rucci, por entonces Secretario General de la CGT, cubrirlo con un amplio paraguas para que la lluvia torrencial que caía no lo empapase. Un automóvil estacionado a la vera de la máquina trasladó al recién llegado a las instalaciones del Hotel Internacional que en ese tiempo funcionaba dentro de la estación aérea.

Gente había poca. Es que el gobierno militar, además de declarar "jornada no laborable" aquel día, había montado un férreo anillo de seguridad que impedía el acceso de los militantes a las inmediaciones del aeropuerto. Sin embargo, desde hora temprana, numerosos grupos de simpatizantes optaron por largarse a campo traviesa, salvando obstáculos y cruzando arroyos con el agua hasta la cintura con tal de burlar el cerco.

No les importaba mojarse ni ser reprimidos: todo eso y mucho más valía la pena tras largos diecisiete años de espera. Los que transcurrieron desde 1955, cuando Perón fue derrocado por la llamada Revolución Libertadora, hasta ese momento, en que por fin el sueño más soñado estaba a punto de convertirse en realidad. Por puro empeño, algunos de ellos lograron arrimarse a la cerca perimetral de la pista y, desde lejos, aferrados al tejido de alambre, pudieron agitar sus brazos y vivar al anciano general que antes de meterse en el interior del automóvil los saludó con su mano y les dedicó una de sus clásicas sonrisas.

Horas calientes Las premoniciones de que algo andaba mal parecieron cobrar cuerpo cuando los mandos militares impidieron al viajero abandonar la estación aérea y lo obligaron a permanecer en una de las habitaciones del hotel. Allí transcurrieron las primeras tensas horas de estadía de Perón en la Argentina, hasta que él mismo, arriesgando su integridad física, decidió salir de allí por sus propios medios. 

Acompañado por Isabel y López Rega, se dirigió a la casona que lo esperaba en la calle Gaspar Campos, en el partido de Vicente López. Apenas corrió la voz de que se hallaba en el lugar, comenzaron a arribar contingentes de militantes, sobre todo jóvenes, que acamparon en la tranquila zona residencial y dieron rienda suelta a la bullanga.

El romance entre Perón y la JP pasaba por su mejor momento: los jóvenes disfrutaban el momento a full, habían luchado para traer al viejo líder y allí estaba, frente a ellos, saludando desde la ventana. Asumían a Perón de modo acrítico, casi como un mito viviente –que en buena medida lo era-, sin advertir que ese ser de carne y hueso tenía sus propios planes y no estaba dispuesto a que lo condicionaran ni ellos ni nadie.

Tras un breve descanso, y sin reponerse del todo del largo viaje y las emociones vividas, Perón comenzó a recibir visitantes. Uno de ellos fue Ricardo Balbín, el jefe de la Unión Cívica Radical, que tuvo que ingresar por los fondos para entrevistarse con su viejo adversario. Por desgracia, esa promisoria semilla de unidad nacional no llegó a germinar en la Argentina convulsionada de entonces.

Después de eso, las cosas se precipitaron. Perón dio forma al Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), designó a su delegado personal Héctor J. Cámpora como candidato a la presidencia y puso en marcha la campaña con vistas a las elecciones del 11 de marzo de 1973.

Cumplidos esos pasos, regresó a Madrid, pero esta vez para concluir y liquidar asuntos pendientes antes de emprender el regreso definitivo al país. Que se produjo el 20 de junio del año siguiente, tras el triunfo abrumador del peronismo en los comicios. Pero esa es otra historia...

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