“El Gali” era un periodista de otro tiempo, de otra Córdoba. Por más que se adaptó sin problemas a las nuevas tecnologías y se mantuvo actualizado hasta el final, estoy seguro que añoraba la entrañable Lexicon 80 que había que aporrear a todo vapor para entregar la nota antes del cierre. Y que prefería a aquella Córdoba bohemia de los 60 y los 70, incluso la de principios de los 80, a la de hoy en día. Arrancó temprano, en los tiempos de laica o libre, que lo encontró del lado anticlerical del mostrador. En la década del sesenta militó en el movimiento reformista, en una corriente de izquierda. Como a muchos, el Cordobazo le pegó fuerte, tanto que lo llamaba “nuestra toma de la Bastilla”.
Ese mismo año de 1969 ingresó a La Voz del Interior, que definió en su libro La espuma de la cerveza como “un diario liberal-democrático, independiente, pero a la vez pro radical y reformista, animado de ideas progresistas y defensor de la enseñanza laica, la Reforma Universitaria y los principios republicanos”. Casi una definición de sí mismo.
Se formó como periodista en la vieja redacción de avenida Colón, donde tuvo maestros notables, aunque con el paso del tiempo desarrolló un estilo propio. El fenómeno alfonsinista despertó en él las mismas ilusiones que en muchísimos argentinos. “Cuando a las 21.30 se anunció la palabra de Raúl Alfonsín, un inmenso coro de voces se alzó como un himno a la alegría, que es decir como un himno a la libertad”, escribió acerca del cierre de campaña en Córdoba del entonces candidato radical.
Hombre de pocas palabras, escribió muchas. Durante años marcó la cancha con sus columnas y editoriales, seguidas con el mismo celo por oficialistas y opositores. Intelectual, por encima de todo; dueño de una gran pericia para amalgamar coyuntura y pensamiento, entremezclaba sus comentarios políticos con referencias históricas e ideológicas con las que se podía acordar o no, pero nunca desechar.
Antiestalinista confeso, creía en el debate de ideas y aborrecía del pensamiento único. El año pasado escribió que “el debate entre los intelectuales argentinos gira en torno a la adhesión o la oposición al kirchnerismo”. Para remachar una vez más que “en todos los casos el debate resulta necesario y saludable desde el punto de vista republicano, porque de lo contrario se corre el riesgo de caer en las redes del pensamiento único”.
Más arriba cité La espuma de la cerveza. Sin exagerar, diría que se trata de una obra de consulta obligada para asomarse a la Córdoba de las últimas décadas. Una bitácora escrita por un navegante eximio, profundo conocedor de los vericuetos insondables de la sociedad cordobesa.
Costará no encontrarlo en lo de Rubén Libros, entre anaqueles, hojeando lo último de sus autores predilectos, o en el Golden, o donde fuere, para intercambiar opiniones acerca de la actualidad que, en mi caso, cualquiera fuera el tema, invariablemente terminaban en una discusión bizantina entre ambos acerca del carácter bonapartista del peronismo y de la condición de líder burgués de Perón, sostenida por él, y la defensa más sesuda que podía yo esgrimir para contrarrestar esos cargos. Confieso que a pesar de mis esfuerzos no logré moverlo ni un centímetro de su postura poco complaciente para con el General y sus adeptos.
Jugando con las palabras, podría decirse que tenía más de Moreno que de Julio César, más del pensador amante de la libertad y la justicia que del hombre de acción obnubilado por el poder.
Se fue tras los pasos de esa Córdoba casi legendaria que hoy en día resulta difícil reconocer entre los pliegues de la modernidad y el vértigo de la comunicación. Seguramente con algún libro de Gramsci bajo el brazo, para releer durante el viaje.
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