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Maipú, la gran victoria

5 de abril de 1818. Con las primeras luces del día, las tropas españolas vadearon el río Maipú y se encaminaron resueltamente hacia Santiago, la capital chilena, a cuyas puertas aguardaba el ejército de San Martín. Desde el año anterior, los realistas habían perdido el control de Chile, y Pezuela, el virrey del Perú, estaba apremiado por recuperarlo.

Cuando tuvo el enemigo a la vista, el Libertador decidió salir a su encuentro. Poco antes del mediodía, ambos ejércitos –de alrededor de cinco mil hombres cada uno- quedaron frente a frente; en pocos minutos más el destino de Chile se jugaría a suerte y verdad.

Unas pocas semanas atrás, los realistas habían sorprendido a los patriotas inflingiéndoles una dura derrota. El 19 de marzo, en un fulminante ataque nocturno, los hombres del general Osorio tomaron por sorpresa al ejército de los Andes acampado en Cancha Rayada y, en medio de una gran confusión y favorecidos por la oscuridad reinante, le ocasionaron fuertes pérdidas humanas y materiales. Afortunadamente, aquella noche aciaga Juan Gregorio Las Heras logró poner a salvo la división a su mando, y al día siguiente se reunió con San Martín y lo que quedaba de los batallones dispersados por el enemigo. Desde entonces, Osorio, el jefe español, se salía de la vaina por asestar el golpe de gracia a San Martín antes de que éste pudiera rehacer sus fuerzas. Mientras, entre los habitantes de Santiago cundía el pánico por las seguras represalias que sobrevendrían luego de ello, en tanto que los partidarios del Rey de España aguardaban con inocultable júbilo la entrada triunfal de los vencedores en la ciudad. Así estaban las cosas cuando comenzó la batalla a las puertas de la capital chilena.

La batalla La artillería patriota fue la primera en abrir el fuego, que fue inmediatamente contestado por las baterías españolas. San Martín, catalejo en mano, observó atentamente la disposición táctica del enemigo y sin pérdida de tiempo ordenó el ataque. Por el flanco izquierdo, los dos batallones que acometieron primero sufrieron fuertes bajas, especialmente el de los negros libertos de Cuyo, en tanto que un tercero –el que comandaba Alvarado- debió emprender la retirada bajo el intenso fuego enemigo. En el otro flanco, en cambio, Las Heras lograba adueñarse de la situación. Hasta ese momento, el resultado de las acciones era incierto. San Martín –que seguía atentamente todos los movimientos desde lo alto de una lomada- indicó a Hilarión de la Quintana que entrara en acción con la reserva, mientras él mismo se dirigía con su escolta hacia el campo de batalla. El contraataque dio resultado y al cabo de algunos minutos de confusión, el enemigo comenzó a replegarse desordenadamente. Arrollada la caballería española, la suerte de la batalla quedó librada a un duelo de infanterías. “¡Viva la patria!”, gritaban argentinos y chilenos para darse ánimo. “¡Viva el rey!”, replicaban a voz en cuello desde el otro sector. Así las cosas, la encarnizada lucha cuerpo a cuerpo y a bayoneta calada se fue resolviendo lentamente a favor del bando patriota. San Martín, conmovido por la ferocidad del combate, luego asentaría en el parte de batalla que “con dificultad se ha visto antes un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz”.

Finalmente, superados por la enjundia de la carga patriota, los realistas se desbandaron, dándose precipitadamente a la fuga. Aún a lomo de su caballo y convencido de que el triunfo estaba en sus manos, San Martín dictó al escriba: “Acabamos de ganar completamente la acción. La patria es libre”.

Cuando la batalla estaba tocando a su fin, Bernardo O’Higgins, el líder chileno y camarada de San Martín, se hizo presente en el teatro de operaciones dispuesto a sumarse a la acción, aun cuando no estaba repuesto de la herida recibida en Cancha Rayada. Al ver a los realistas en retirada, el director supremo de Chile galopó al encuentro del Libertador y abrazándolo efusivamente con su brazo sano, exclamó visiblemente emocionado: “¡Gloria al salvador de Chile!”. San Martín, generoso, le retribuyó el gesto, tributándole la victoria obtenida. Poco después, y tras algunas escaramuzas libradas en una hacienda cercana donde había buscado refugio, Ordóñez, el segundo jefe español, fue tomado prisionero. Osorio había logrado huir. Antes de que cayeran las primeras sombras de la noche, todo había concluido.

Consecuencias Además de los 1.500 soldados que quedaron tendidos en el campo de batalla y los 2.300 que fueron tomados prisioneros, los realistas perdieron 12 cañones, casi cinco mil fusiles y tercerolas, todo el parque de municiones y cuatro pabellones; en tanto que las bajas patriotas fueron alrededor de mil entre muertos y heridos.

Las consecuencias de esta reñida batalla fueron decisivas: la victoria de Maipú fue un verdadero punto de inflexión, tras el cual la causa del rey, moralmente lastimada, comenzó a declinar definitivamente. El triunfo, además de consolidar la libertad de Chile, abrió la vía del Pacífico hacia el Perú, último reducto del poder español en América.

Maipú fue, además, la precursora de las victorias bolivarianas de Carabobo y Boyacá, que vendrían poco después, y el preanuncio de la independencia americana.


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