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Según pasan los años, las mascotas: de fauna doméstica a compañeros

Actualizado: 5 feb 2021


Como todo, el rol de las mascotas también cambió en nuestras vidas. Cómo era antes y cómo es ahora.


Según el diccionario de la Real Academia Española, mascota es un “animal de compañía”. Desde tiempos ancestrales, los humanos echaron mano a los animales con distintos fines: guerras, conquistas, transporte, trabajos pesados o para exhibirlos en circos y zoológicos. Y también sirvieron de compañía.


Desde ese rol de fieles acompañantes, las mascotas se fueron incorporando a la vida cotidiana; conviviendo con los humanos bajo el mismo techo, en residencias suntuosas o modestas moradas. Una vasta gama de cuadrúpedos y plumíferos que en la primera hora se reducía a perros, gatos, aves –loros y canarios al principio– y peces vistosos, y que, con el paso del tiempo se amplió hasta límites inimaginables –incluso ilegales– para cobijar a simios, roedores y hasta reptiles, ofidios u otros especímenes de la fauna silvestre.


Hubo mascotas con historia. Sabemos que José de San Martín tenía un perro, Guayaquil, a quien prodigaba gran afecto; lo mismo que Justo José de Urquiza a su temible Purvis y Juan Domingo Perón a sus poodles Tinolita y Canela. Sin olvidar a los pájaros que acompañaron a José María Paz en prisión, y al loro tucumano que un amigo envió a Domingo F. Sarmiento.


Animales del cine

Cómo olvidar mascotas famosas del cine, como Lassie, una collie de pelo largo; o Rin Tin Tin, el pastor alemán que hacía las delicias de grandes y chicos desde las pantallas de cinemascope. Lo mismo que la célebre mona Chita de los filmes de Tarzán. Los estudios Disney sacaron el jugo del rubro, humanizando y acercando al público infantil a personajes de ficción como Mickey, Donald, Dumbo, Bambi, las ardillitas.


Décadas atrás, la realidad de las mascotas era menos glamorosa: casi todos los perros se llamaban Bobby y las perras Laika, como el primer ser viviente que orbitó la tierra en 1957. Salvo algunos pocos privilegiados, la mayoría de aquellos canes dormía fuera de las casas y comía las sobras del menú de cada día. No se los bañaba –a lo sumo se los manguereaba en verano– ni se los vacunaba o castraba: se reproducían a la buena de Dios. Igual, se las arreglaban para hacer felices a las familias, especialmente a los niños. No se veían tantos ejemplares de razas sofisticadas: algún ovejero o pequinés, poco más. Con los felinos pasaba algo parecido: gatos y gatas se paseaban por los tejados emitiendo ruidosos conciertos nocturnos y bebían su plato de leche en algún rincón de la casa. Siameses, tropa de elite.


Cambios

Como todo lo demás, el trato hacia las mascotas cambió con el paso del tiempo. Los nuevos hábitos impuestos por la sociedad de consumo pusieron a disposición de la fauna doméstica toda clase de accesorios y amenities que tornaron sus vidas más placenteras, conforme a las posibilidades de sus amos.


Desde alimentos balanceados acordes a la edad y condición de los destinatarios, pasando por juguetes, cuchas confortables, champúes, abrigos e impermeables y todo lo que se pueda imaginar. Incluso, chips subcutáneos para localizarlos.


Resulta alucinante recorrer las góndolas de pet shops y veterinarias para comprobar cómo en, digamos, 50 años, hubo una revolución en materia de atención de las mascotas para casi equipararlas a la vida humana. Un fenómeno que se replica en el campo de la salud: vacunas, medicamentos, hospitalización, cirugías, refugios y guarderías donde dejar una mascota si no se la puede llevar de viaje. Incluso existen cementerios de mascotas, algo insólito en otros tiempos.


El lado B de la zona de confort descrita es la fauna callejera: perros y gatos abandonados por sus dueños o reproducidos libremente a cielo abierto, sin más contención de la que les proveen quienes se conduelen de ellos y les ayudan a hacer más llevadera esa pobre existencia.

Claro que más allá de las modas o el interés comercial –que obviamente está presente en los avances mencionados– estos amigos se ganaron lícitamente su lugar por brindarnos durante su vida terrena afecto, compañía y solaz; además de sabiduría elemental, como la que emana de los consejos del Mendieta de Fontanarrosa y las reflexiones filosas del Gaturro de Nik.


Y, sobre todo, lealtad. Probablemente, el ejemplo más entrañable de ese atributo que solo ellos son capaces de brindar de modo incondicional sea Capitán, el perro que vivió diez años en el cementerio de Villa Carlos Paz, velando la tumba de su amo, muerto en 2007. Una lección de solidaridad y fidelidad que los humanos debiéramos aprender para ser mejores.


* Nota para el Diario La Voz del Interior



Según pasan los años | Historia | Esteban Dómina

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