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Moreno y Saavedra, una historia que se repite

Fueron los personajes centrales de la Revolución de Mayo. Pese a que duraron poco tiempo en escena, marcaron a fuego la primera hora de la Patria. No pertenecían a los mismos círculos ni se parecían en nada: Cornelio Saavedra, jefe militar, le llevaba casi veinte años a Mariano Moreno, abogado. Los atributos propios de la edad y profesión de cada uno les otorgaban perfiles bien diferentes: circunspecto y amante de la disciplina el primero; intelectual y apasionado el otro. Pensaban distinto: para Saavedra, más pausado, las brevas no terminaban nunca de madurar, quizá por eso se ganó el rótulo de conservador. A Moreno, en cambio, las urgencias revolucionarias le carcomían las entrañas: para él no había tiempo que perder. Sin embargo, igual que el resto de los líderes del movimiento, coincidían en lo más importante, en que había llegado la hora de ser libres, por eso no fue casual que uno ocupara la presidencia y el otro la secretaría de la Primera Junta.

Enseguida se desató una interna sorda y feroz entre ellos. Los dos buscaron aliados en el nuevo gobierno y los encontraron; Saavedra fue entonces la cabeza de la línea más conservadora y Moreno del ala dura, con reminiscencias del jacobinismo francés. Mientras el presidente prefería ir paso a paso, el secretario pergeñaba en secreto el Plan Revolucionario de Operaciones, un prospecto tan agresivo para la acción como impiadoso para los enemigos. Saavedra lo dejaba hacer, aguardando el momento propicio para jugar sus propias cartas. No debió esperar demasiado: el desenlace se produjo a los pocos meses, cuando Moreno se pasó de la raya con el flamígero Decreto de Supresión de Honores, sirviendo en bandeja la ocasión para que sus adversarios lo sacaran del medio. Partió entonces a un exilio disfrazado de misión diplomática, pero no llegó a destino: murió en alta mar. Hasta hoy hay quienes sostienen que fue envenenado. Todo parecía sonreírle a Saavedra, pero corrían tiempos difíciles y también a él le llegó la hora tras la infausta derrota de Huaqui, en el Alto Perú. A poco de cumplir su primer año, la Revolución se quedaba sin dos piezas fundamentales. 

El sino de la división Quizá las diferencias entre ambos se exageraron o estereotiparon en demasía; incluso es posible que Saavedra no fuera tan cauto y vengativo como se lo presenta, ni Moreno tan efusivo o transgresor; pero algo está fuera de discusión: no pudieron, no quisieron o no supieron hallar un acuerdo, o al menos una tregua que les permitiera convivir. Patriotas sin dobleces, revolucionarios honestos los dos, se anularon mutuamente, legándonos un sino trágico del que hasta el presente no logramos desembarazarnos del todo: el de la desunión.

Desde siempre, la política argentina navegó a media agua entre visiones encontradas de país, sacudida por vientos cruzados, sin hallar hasta hoy una adecuada síntesis. Posando la lupa sobre cada etapa histórica, es posible identificar a los Saavedra y los Moreno de cada hora, o al menos la presencia de sus respectivos estilos. Aun cuando resulte un poco temerario, es posible trazar una línea invisible que une a Moreno con los personajes más jugados de la historia argentina y otra que hilvana los perfiles más conservadores con la figura de Saavedra. Es un ejercicio que cada uno puede hacer con resultados seguramente parecidos. Lo malo es que el resultado son dos líneas paralelas, sin puntos en común.

Si se los analizara con las categorías del presente, lo de Moreno puede aparecer como “políticamente correcto”, mientras que lo de Saavedra más pacato y, quizá, aburrido. No en vano Mariano sigue siendo un nombre que no pasa de moda mientras que a muy pocos se le ocurriría ponerle Cornelio a un hijo varón. Es que Saavedra ganó la pulseada política pero perdió la partida de la imagen póstuma, que Moreno le ganó de punta a punta. Aun así, la tentación de preguntarnos qué hubiera pasado si las cosas entre ellos hubieran funcionado, si se hubieran entendido, es grande. Tanto como difícil la respuesta.

Tiempo de síntesis Hay otra forma de ver las cosas, colocándolos a ambos como caras de una misma moneda, como partes inseparables de un mismo proceso antes que como expresiones antagónicas e irreconciliables. A los dos, pese a sus diferencias, tirando para el mismo lado, unidos frente al verdadero enemigo. Lo que nos lleva a una visión más integradora de nuestro pasado, admitiendo que estilos y visiones diferentes pueden convivir, que a veces se impone la prudencia y otras el arrojo sin que nadie deba ser denostado por el rol que, en el marco de una causa noble, le toque desempeñar o las ideas que elija defender. Que no hay por qué renegar arbitrariamente de alguien a favor de otro cuando los procesos históricos dan abrigo a todos. Porque si en algo no pueden establecerse distingos es en el patriotismo que animaba a ambos y la valentía que, cada uno a su manera, puso en juego para salvar a la Patria.

La Argentina necesita de todos sus hijos para salir adelante. De los Saavedra y los Moreno. De los prudentes y los arrojados, que aunque piensen diferente, quieren lo mejor para el país. De cada uno hay seguramente algo para rescatar, para sumar a la cuenta común. Por el contrario, el espíritu de desunión, de antagonismo, nos condena a ser una sociedad bipolar, seccionada por la bisectriz de la intolerancia. Cuando aprendamos esa lección, tendremos la síntesis virtuosa que buscamos hace 200 años.

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