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Mucho más que buenos vecinos

Uruguayos y argentinos, además de ser vecinos, separados apenas por dos ríos, tenemos una larga historia en común. Tanto que allá por 1776, cuando se fundó el virreinato del Río de la Plata, éramos parte del mismo territorio. Después vino la Revolución de Mayo y los españoles lograron mantener a Montevideo en el redil. Fue hasta que José Gervasio Artigas levantó a sus compatriotas y apuró la retirada española. Sin embargo, el jefe oriental y los mandos porteños no congeniaron, tanto que en 1813 los delegados artiguistas no fueron admitidos en la Asamblea. Y por si esto fuera poco, lo declararon traidor y delincuente. Artigas fundó entonces el Protectorado de los Pueblos Libres, que abarcó varias de las actuales provincias argentinas, entre ellas nuestra Córdoba, y le trajo dolores de cabeza a Buenos Aires hasta que en 1820 se sumió en el exilio paraguayo del que no volvería. Mientras, se desataba una dura disputa entre Buenos Aires y el Imperio del Brasil por la posesión de la Banda Oriental, que en 1826 dio lugar a una guerra que no llegó a definirse por la vía de las armas sino en la mesa de negociaciones, donde la Argentina aceptó que la Banda Oriental quedara convertida en nación independiente. No es que estuviese mal que lo fuera, para nada; lo malo fue que resultó una concesión excesiva cuando los propios uruguayos habían dado sobradas muestras de que tenían mucho más afinidad con nosotros que con los imperiales del Brasil. Tanto que el primer jefe de la nueva república fue José Rondeau, uno de los héroes de nuestra independencia.

La cosa no terminó allí, y en la década siguiente la interna del Río de la Plata se extendió a ambas orillas. De este lado mandaba Juan Manuel de Rosas, y muchos de sus enemigos unitarios hallaron en Montevideo un refugio seguro. La alianza antirrosista reunía en su seno al Uruguay presidido por Fructuoso Rivera, a los emigrados argentinos y a Francia e Inglaterra. La pata rosista uruguaya era Manuel Oribe, líder del bando contrario a Rivera y comandante a su vez del ejército federal. Así fue como durante largos años las cosas se mezclaron y cada cañonazo que sonaba de este lado retumbaba del otro. Le tocó a Urquiza terminar con la resistencia de Oribe y dar cuenta del propio Rosas en Caseros para cerrar ese capítulo sangriento. Sin embargo, muy pronto se abriría otro: cuando Mitre se adueñó del poder, oficiales uruguayos comandaron los ejércitos nacionales -Wenceslao Paunero, Venancio Flores y Pablo Irrazábal, entre otros- que arrasaron con los últimos caudillos federales.

Lo dicho es apenas una síntesis más que sucinta de la historia común, pero suficiente para advertir que a ambos pueblos nos une el mismo legado de sangre y un mismo destino. Ojalá que conflictos más recientes, como el de las pasteras, queden pronto en el olvido para que renazcan con fuerza los lazos de amistad que nos unen desde siempre. ¡Salud, vecinos!

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