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San Martín y la Orden General de 1819


El 27 de julio de 1819, el general José de San Martín emitió la Orden General, la proclama más emblemática de la gesta libertadora: “…seamos libres y lo demás no importa nada…”.


A mediados de 1818, las victorias de Chacabuco y Maipú habían despejado la libertad de Chile: el siguiente paso era atacar Lima, corazón del poderío español. Por aquellas horas, lo que desvelaba a San Martín era conseguir los recursos necesarios para encarar ese tramo decisivo de la campaña, que incluía operaciones de gran envergadura, como trasladar hombres, artillería y pertrechos por mar hasta la capital virreinal.


Con ese propósito, viajó a Buenos Aires para pedir apoyo al gobierno que encabezaba Juan Martín de Pueyrredón: expuso su plan ante los miembros de la Logia y se fue con la promesa de que recibiría ayuda, pero estaba aún en Mendoza cuando recibió la noticia de que aquel auxilio no llegaría. Pueyrredón le explicaba que era imposible colocar el empréstito, "aunque se llenen las cárceles y los cuarteles". Descorazonado, San Martín presentó la renuncia: hasta allí había llegado. El Director Supremo le pidió que retirara la dimisión, a la vez que le autorizaba a endeudarse por cuenta del gobierno de Buenos Aires y San Martín accedió a retomar la conducción del Ejército de los Andes, dispuesto a encarar la etapa culminante de la campaña.


Sin embargo, cuanto más se alejaba la guerra de las Provincias Unidas, más se enardecía el conflicto interior. La disputa del gobierno central con Artigas y los caudillos del Litoral estaba al rojo vivo, al tiempo que parecía inminente el arribo de una poderosa fuerza despachada desde Cádiz para poner fin a los procesos independentistas.


Temerosos de que las montoneras atacaran la metrópoli, desde Buenos Aires ordenaron a los dos ejércitos regulares, del Norte y de los Andes, a que acudieran en su defensa. La orden directorial era tan temeraria como desatinada: al replegarse, el ejército de Belgrano dejaba sin retaguardia a los valerosos gauchos de Güemes, que defendían el territorio asediado por los realistas desde el Alto Perú. A su vez, quedaba postergada sine die la campaña al Perú.


A comienzos de 1819, el grueso del Ejército del Norte bajó a Córdoba, en tanto que San Martín, hondamente preocupado por el recrudecimiento de la guerra interior, decidió regresar a Mendoza para, desde allí, interceder ante las partes en conflicto "a fin de transar una contienda que no puede menos que continuada ponga en peligro la causa que defendemos", según le escribió a Bernardo O’Higgins. A Estanislao López, el mandamás santafesino, se dirigió sin ambages, como era su estilo: "Unámonos, paisano mío, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos", le exhortaba, para rematar su carta con aquella frase tan esclarecedora como profética: "Mi sable jamás saldrá de su vaina por opiniones políticas".


Desde Buenos Aires, lo conminaron a movilizar el Ejército de los Andes. San Martín simuló acatar la directiva, pero dilató las cosas todo lo que pudo. Sus intenciones eran otras. Como fuere, sus esfuerzos no cayeron en saco roto: por aquellos días se firmó un armisticio entre santafesinos y porteños que el Libertador festejó alborozado. Corría el mes de abril; ahora sí el horizonte aparecía despejado para la gran empresa.


Sin embargo, la noticia de la temida invasión española volvió a agitar las aguas. San Martín comprendió que lo primero era defender con uñas y dientes los logros alcanzados y, lo más importante, tonificar el ánimo de los hombres que tendrían sobre sus espaldas aquella alta misión. Faltaban muchas cosas, pero patriotismo y coraje no podían faltar. Entonces, el general, sentado frente a su mesa de campaña, tomó la pluma y, de puño y letra, redactó la proclama más recordada de la gesta sanmartiniana: la legendaria Orden General del 27 de julio de 1819:

“Compañeros del exercito de los Andes: La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos: si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos tiene de faltar: cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mugeres, y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres, y lo demás no importa nada... Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano, hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de corage”.


José de San Martín.

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