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Quienes hicieron posible la gesta sanmartiniana



La gran hazaña es casi todo mérito de José de San Martín, quien la ideó y la dirigió. Sin embargo, no hubiera sido posible sin contar con la valiosa colaboración de quienes apoyaron y participaron de esa gesta, que incluso tuvo críticos y detractores, públicos o solapados.


El apoyo desde la alta política recién llegó cuando Juan Martín de Pueyrredón fue designado Director Supremo y brindó cooperación política y material al plan sanmartiniano. Desde Tucumán, Manuel Belgrano alentaba y confiaba plenamente en el patriotismo y la profesionalidad de quien lo había relevado en la jefatura del Ejército del Norte, sin pasar por alto el valioso aporte de Martín Miguel de Güemes, quien junto a sus valerosos gauchos guarnecía a las provincias norteñas de las invasiones realistas que, de haber prosperado, la campaña de los Andes no hubiera sido posible.


Bernardo O’Higgins, el comandante chileno que se puso a las órdenes de su colega argentino para liberar a su patria luego del desastre de Rancagua, con quien forjó una relación de hermandad.

Jefes experimentados de las cualidades militares de Juan Gregorio Las Heras, Miguel Estanislao Soler, José Matías Zapiola, Rudecindo Alvarado, Antonio Beruti, Hilarión de la Quintana y Francisco Zelada; jóvenes oficiales como Juan Lavalle, Mariano Necochea, Gerónimo Espejo, Manuel Olazábal, Manuel y Mariano Escalada y tantos otros. El doctor Diego Paroissien, cirujano jefe del ejército y médico personal del Libertador.


Futuros actores de las luchas civiles y otras epopeyas, como José Félix Aldao, Lucio Norberto Mansilla y Ángel Pacheco. Tomás Guido, amigo y confidente que siempre estuvo a su lado y conoció a fondo sus ilusiones y pesares. Diputados de las provincias cuyanas que bregaron en el Congreso de Tucumán a favor del plan sanmartiniano, como Tomás Godoy Cruz, Francisco Narciso Laprida y Fray Justo Santa María de Oro.


Soldados y milicianos, héroes anónimos que lo dejaron todo para sumarse a la campaña. Esclavos libertos que integraron el ejército luego de que San Martín hiciera correr la voz de que se aboliría la esclavitud y que era mejor para los patrones ceder espontáneamente parte de sus esclavos a que se los obligara a ello. De resultas, “El ejército recibió un contingente de 710 soldados, que engrosaron los batallones con hombres robustos y llenos de ardor, propios para el arma de infantería que constituía su nervio”, señala Bartolomé Mitre. El Libertador solía resaltar el valor de esos valientes soldados de infantería.


Los gobernadores de las entonces provincias de Cuyo, en especial Vicente Dupuy, gobernador de San Luis, que aportó gauchos y vituallas para el ejército, lo mismo que las autoridades de San Juan y las demás provincias que contribuyeron en la medida de sus posibilidades, entre ellas Córdoba, con hombres, ponchos y cabalgaduras.

El pueblo cuyano, que sumó su esfuerzo a la cruzada libertadora, Remedios Escalada y las damas mendocinas que donaron joyas y cosieron banderas y uniformes, hacendados que donaron caballos y mulas, tejedores de ponchos y jergones, baqueanos que guiaron la expedición.


Y dos menciones especiales: Luis Beltrán y José Antonio Álvarez Condarco. El fraile franciscano a quien, por sus conocimientos y pericia, el Libertador le encargó montar y organizar la maestranza para proveer al ejército de cañones, armas blancas y herrajes de toda clase. Dirigió la esforzada caravana que transportaba esos pertrechos por el paso de Uspallata, vistiendo el uniforme del Ejército de los Andes, portando cabrestantes y aparejos para superar las laderas y puentes plegables para atravesar los caudalosos ríos cordilleranos.


Álvarez Condarco, ingeniero con amplios conocimientos de explosivos y cartografía que se sumó al ejército, prestando valiosa colaboración en la fabricación de pólvora y, especialmente, en la confección de los mapas de los pasos principales. Con ese fin, San Martín lo envió a Chile con el pretexto de que entregara a Francisco Marcó del Pont, el jefe realista, una copia de la Declaración de la Independencia, sabiendo que la osadía podía costarle la vida. La verdadera misión era explorar los pasos cordilleranos y guardar en su mente todos los detalles, hasta los más insignificantes. De ida fue por Los Patos y, tal como lo previó su superior, lo mandaron de vuelta por el paso de Uspallata, permitiéndole reconocer el terreno en ambas travesías cordilleranas y confeccionar la cartografía. “Yo firmo con mano blanca, no como la de su general que es negra”, le dijo Marcó del Pont al despedirlo, una alusión racista y despectiva.


Todos los nombrados y muchos más hicieron posible la gesta sanmartiniana y están inmortalizados en el Cerro de la Gloria de la ciudad de Mendoza, el monumento que recuerda la gran hazaña.

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