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Tacuarí, la del tamborcito

El 9 de marzo de 1811 se libró una batalla que marcó el comienzo de la carrera militar de Manuel Belgrano y que, además, cobró fama por la participación de un niño de 12 años.

Los días de Manuel Belgrano transcurrían plácidamente en la Buenos Aires colonial. El tiempo que no dedicaba a conspirar contra el virrey lo repartía entre su profesión de abogado y los salones porteños, donde no pocas niñas de la alta sociedad suspiraban por él. Hasta que, en mayo de 1810, su vida dio un vuelco definitivo: igual que casi todos los que solían reunirse en una famosa jabonería, pasó a formar parte de la Primera Junta de Gobierno. Aquella atrevida jugada, la Revolución, puso a Belgrano y a sus amigos cara a cara con los españoles, quienes, aun con su rey en manos de Napoleón, no estaban dispuestos a ceder el poder. Los primeros en marchar a la guerra fueron Juan José Castelli, Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña.

Pero no pasó demasiado tiempo para que Belgrano corriera la misma suerte que sus cofrades; sólo que a él, en lugar del Alto Perú, le tocó rumbear al Paraguay, una tierra lejana e indómita donde las autoridades locales habían resuelto desconocer a la flamante Junta porteña. En realidad, Belgrano estaba listo para partir hacia la Banda Oriental, que tampoco acataba al nuevo gobierno, pero la Junta cambió los planes sobre la marcha y lo despachó hacia tierra guaraní, donde las urgencias eran mayores. Las órdenes que llevaba eran claras y precisas: "Habiendo llegado la noticia de que el gobernador del Paraguay marcha con fuerzas contra los pueblos de Misiones que reconocen a esta capital, lo atacará dispersando toda la gente reunida bajo sus órdenes, pasando al Paraguay y poniendo la provincia en completo arreglo, removiendo al Cabildo y funcionarios públicos, y colocando hombres de entera confianza en los empleos". Los ambiciosos propósitos de la misión no guardaban proporción con las modestas fuerzas con que contaba el improvisado comandante. Belgrano partió de Buenos Aires el 23 de setiembre con un puñado de hombres regularmente entrenados y peor armados, pero henchidos de ánimo revolucionario. Durante la marcha fue reclutando soldados y organizando los batallones, procurando cabalgaduras y provisiones y repartiendo por doquier propaganda favorable a la causa independentista.

Su apuesta era que el partido paraguayo que apoyaba la revolución, convenientemente incitado, terminara inclinando la balanza a favor de Buenos Aires. Su entusiasmo compensaba con creces su escasa formación militar. Durante la marcha a través de la desolada Mesopotamia, Belgrano se dio tiempo para fundar dos nuevos pueblos: Curuzú Cuatiá y Mandisoví. En noviembre, el novel ejército estaba en medio de los pantanos del Iberá, cada vez más cerca de las fuerzas enemigas. Por fin, cuando tuvo al Paraguay al alcance de su vista, Belgrano envió un oficio al gobernador Velazco, proponiéndole un armisticio basado en el reconocimiento del gobierno de Buenos Aires y el envío de un diputado al congreso convocado por la Junta. Todo ello para evitar "la infusión de sangre entre hermanos, hijos de un mismo suelo y vasallos de un mismo rey", según decía la carta que no conmovió al gobernador, un españolista duro. Visto el fracaso de esa primera gestión, a Belgrano no le quedó más remedio que cruzar el Paraná e internarse en el territorio paraguayo. De entradas no le fue mal, inclusive logró un módico triunfo en Campichuelo. Sin embargo, no tardaría en producirse el primer enfrentamiento en serio, el de Paraguarí, y, con él, la primera derrota en tierras guaraníes. Belgrano, persuadido de que la realidad era bastante diferente de lo que esperaba encontrar, le escribió a la Junta anunciando que se replegaría para diseñar una estrategia más eficaz para conseguir la adhesión a la idea de libertad que, según sus propias palabras, "hoy miran como un veneno mortífero todas las clases y los estados de la sociedad paraguaya".

La batalla Sin embargo, los tiempos se despeñaron y no pudo desarrollar sus planes. Perseguido por un ejército desmesuradamente superior que le pisaba los talones, Belgrano emprendió la retirada. Apenas 50 días después de Paraguarí, el 9 de marzo de 1811, las tropas españolas le dieron alcance y lo obligaron a presentar batalla. El desigual combate se libró a orillas del río Tacuarí; al amanecer de aquel día, los patriotas fueron atacados desde tres puntos diferentes, incluida una flotilla que avanzó por el río. Tras las primeras escaramuzas, los hombres de Belgrano quedaron rodeados por el enemigo y a merced de un cañoneo incesante. En esas circunstancias, el jefe español, Manuel Cabañas, intimó la rendición bajo amenaza de pasarlos a cuchillo. La crítica situación se distendió cuando el propio Cabañas le comunicó a Belgrano que le permitiría retirarse y cruzar el río Paraná, convite que éste aceptó sin vacilar, invitando a su vez a su colega a dialogar acerca de los verdaderos objetivos de su presencia y de un posible tratado de paz. Incluso le hizo llegar un pliego con los principales puntos del acuerdo. En los días posteriores, las comunicaciones entre ambos jefes se sucedieron, todas en términos muy cordiales, al tiempo que la posibilidad de una nueva confrontación armada se diluyó definitivamente. Esta estrategia de persuasión llevada adelante por Belgrano, según la mayoría de los historiadores, neutralizó un frente hostil y sembró la semilla de la emancipación en Paraguay, la que se produjo pocos meses después de la retirada de las fuerzas criollas. Sin embargo, las autoridades porteñas no lo vieron de esa manera y, a poco de regresar a Buenos Aires, enjuiciaron a Belgrano por su desempeño al frente de la expedición al Paraguay, juicio del que resultó finalmente sobreseído.

Entre los muertos de Tacuarí hubo uno que Belgrano lloró con sincero dolor: Pedro Ríos, un jovencito de tan sólo 12 años de edad que, según se dice, batió el parche de su tambor hasta caer exánime bajo las balas enemigas. Todo un ejemplo de valor y lealtad que así recordó el poeta Rafael Obligado:

Echa su alma sobre el parche y en los redobles lo hace hervir, que es muñeca la muñeca del tambor de Tacuarí.

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