“Usted no se meta en mi gobierno y limítese a tocar la campanilla del Senado”, espetó Sarmiento a Adolfo Alsina, su vicepresidente.
Una frase altanera o premonitoria, quizás. Lo cierto es que en un país presidencialista como el nuestro, el vicepresidente tiene una importancia relativa. No en vano la Constitución Nacional no le fija ninguna función específica aunque, cuando reemplaza al presidente, tiene las mismas facultades que este. Quizás por ese diseño supletorio, pocos vicepresidentes son recordados, salvo aquellos que por distintos motivos pasaron a ser presidentes en ejercicio. Y algo más: ninguno resultó electo presidente luego de su mandato.
Sin embargo, por estos días, con las elecciones presidenciales a la vista, los candidatos a vicepresidentes ganaron el primer plano de la noticia.
Un poco de historia
El primer vicepresidente, el de Justo José de Urquiza, fue Salvador María del Carril, un sanjuanino de pasado unitario. El segundo, cuando Santiago Derqui presidía la Confederación Argentina, fue Juan Esteban Pedernera, un militar puntano comprometido con la causa federal. Después de Pavón, el vicepresidente fue Marcos Paz, quien ocupó la presidencia mientras el presidente Mitre guerreaba en el Paraguay. Murió víctima del cólera antes de completar su mandato. El vice de Domingo F. Sarmiento fue el bonaerense Adolfo Alsina, aceptado a regañadientes por el sanjuanino. El de Nicolás Avellaneda fue Mariano Acosta, y el de Julio Argentino Roca, Francisco Madero.
Hasta allí, todos guardaron la debida compostura y no perturbaron la gestión de los números uno, quienes realmente importaban en la autoritaria Argentina decimonónica.El primer desacople en la cúpula del poder se produjo durante la presidencia de Miguel Juárez Celman. Cuando la revolución de 1890 desestabilizó al cordobés, Carlos Pellegrini, suvicepresidente,en lugar de renunciarprefirió cubrir el momentáneo vacío de poder. Le fue bien: logró sofrenar la crisis y pasó a la historia como piloto de tormentas.
El vicepresidente que le siguió, el salteño José Evaristo Uriburu, también tuvo la chance de gobernar tras la renuncia de Luis Sáenz Peña. El siguiente, durante la segunda presidencia de Roca, fue Roberto Quirno Costa quien, con semejante número uno, tuvo bajo perfil. Y luego alguien que saltaría a la fama a raíz de la muerte del titular: José Figueroa Alcorta, el vicepresidente cordobés que sucedió a Manuel Quintana. En el turno siguiente se repitió la situación: Victorino de la Plaza debió reemplazar a Roque Sáenz Peña, quien falleció poco después de sancionarse la ley electoral que lleva su nombre.
Hipólito Yrigoyenfue secundado por Pelagio B. Luna, un riojano que no le hizo sombra. Lo mismo que Elpidio González, vice del también radical Marcelo T. de Alvear en el período siguiente, y Enrique Martínez, el cordobés que acompañó a Yrigoyen en su segunda presidencia, truncada por el golpe de 1930. Martínez cubrió la vacante producida por la muerte del vicepresidente electo Francisco Beiró.
La primera fórmula de la Concordancia —la alianza conservadora que gobernó durante la llamada Década Infame— fue la que integraron Agustín P. Justo y Julio A. Roca (h), firmante del célebre pacto con Walter Runciman, el encargado de negocios británico. La segunda, Roberto Ortiz y Ramón Castillo, un conservador catamarqueño a quien la revolución de 1943 encontró en el sillón de Rivadavia tras la renuncia del titular, un radical antipersonalista, quien falleció al poco tiempo.
En 1946, Juan Domingo Perón llevó como compañero de fórmula a Hortensio Quijano, un veterano dirigente de origen radical, después de sondear sin éxito a Amadeo Sabattini. Tras la reforma constitucional de 1949 que habilitó la reelección, un multitudinario Cabildo Abierto proclamó a Evita compañera de fórmula de Perón. Pero los militares la vetaron y ella renunció a postularse, de modo que la boleta ganadora incluyó nuevamente a Hortensio Quijano, cuya muertederivó en un hecho sin precedentes: un llamado a comicios para el solo fin de cubrir la vacante que llenó el marino Alberto Teisaire.
Después de 1955, los vices duraron poco, lo mismo que los presidentes. El de Arturo Frondizi, Alejandro Gómez, renunció al cabo del primer año. Cuando los militares echaron al presidente, el titular provisional del Senado, un ignoto rionegrino llamado José María Guido, juró a las apuradas para asumir la primera magistratura. El segundo de Arturo Ilia fue el correntino Carlos Perette,,derrocados ambos por el golpe de Estado de 1966.
Las elecciones de 1973 dieron el triunfo a la dupla Cámpora – Solano Lima, renunciantes al cabo de 49 días para despejar el camino a la fórmula Perón – Perón, que en septiembre de ese año arrasó en las urnas. El líder peronista murió en 1974 y su viuda, María Estela Martínez, asumió la presidencia con los resultados conocidos.
Desde 1983 en adelante, la saga de vicepresidentes contemporáneos incluye a: Víctor Martínez, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Carlos Álvarez, Daniel Scioli, Julio Cobos, Armando Boudou y Gabriela Michetti. La renuncia temprana de “Chacho” Álvarez fue el certificado de defunción política de la endeble Alianza que llevó a Fernando De la Rúa a la presidencia. Cobos saltó a la fama merced a su legendario voto “no positivo”, broche de oro del largo conflicto del gobierno con el campo. Boudou, por los affaires judiciales que lo llevaron a prisión.
En una Argentina de baja calidad institucional, la cuestión de la vicepresidencia vuelve a cobrar interés y promete poner un toque de innovación a los próximos comicios. Si es para bien, mejor aún.
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